lunes, 30 de mayo de 2005

Arenas/Alcalde 90/80

Como lo hicieron en vida, y como lo siguen haciendo en sus respectivas obras poéticas, Neruda y Huidobro acaparan la atención. Este año se celebran los 110 años del nacimiento del autor de Altazor, mientras que se conmemora el trigésimo aniversario del deceso del poeta oriundo de Parral. Y del resto, poco y nada. Porque si bien Neruda y Huidobro son de lo mejor que podemos lucir afuera en materia de poesía, no fueron –afortunadamente- los únicos poetas de valía que produjo el siglo XX literario chileno. Con lo anterior es justo recordar a dos poetas que las efemérides han situado en el calendario, pero que cuya labor poética los hacen merecedores por derecho propio de figurar en este humilde artículo. Estos dos poetas son Braulio Arenas y Alfonso Alcalde. De Arenas se cumplen 90 años de su nacimiento. Nacido en La Serena el 4 de abril de 1913, fue poeta, ensayista, novelista, dramaturgo, y sobresale por ser uno de los fundadores de Mandrágora, la sección chilena del Surrealismo, que fue la de mayor duración en Iberoamérica, y que dio poetas de igual y mejor talla que el mismo Arenas, a saber Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa o Jorge Cáceres, sus compañeros de fundación mandragorista. Por allá por los años 30 se juntaron, bajo el alero de Huidobro en algún momento, con el deseo de romper con la poesía que imperaba en el circuito nacional en esos años, poesía solemne, formal. Así cuenta el mismo Braulio Arenas, en su surreal estilo, la génesis de Mandrágora, “Enrique Gómez Correa y yo habíamos intercambiado las primeras ideas en cuanto a una organización ‘terrorista’ (que sería luego Mandrágora) que iría a buscar en la copa de la vida el más claro enunciado del placer”. Arenas opone al modelo tradicional de la poesía chilena un onirismo desatado, bullente, propio de la corriente surrealista del grupo (“poner palabras a la imaginación, pedir una tregua al misterio”, como señala el poeta), pero también con la impronta personal del poeta, impronta que se iría acentuando con los años –tal como pasó con el mismo Vicente Huidobro-, donde el acento poético cambia desde los experimentos vanguardistas a una poesía que gana en observación de la realidad, en reflexión personal, más cerca al hombre mismo y su entorno que a sus sueños. Sus poemas ya pueden hablar de lo cotidiano, como de una muchacha de provincia, que pasea en bicicleta. Explora las raíces de la literatura nacional con su ensayística, al tiempo que crea un mundo de fantasía e imaginación en su prosa, fiel a sus admirados Lewis Carroll y Hans Christian Andersen. Formó parte en 1938 de la Antología del Verdadero Cuento en Chile, convocada por Miguel Serrano, donde compartió filas con Juan Emar, Carlos Droguett y Eduardo Anguita, entre otros. Allí publicó el cuento Gehenna que representa, como señala Serrano, un Chile mágico, vernáculo, casi surrealista. “Amante mía, cuántas ocasiones de separación furiosa, de hallazgos inesperados. Un Santiago de Chile que ya no es Santiago de Chile, una ciudad con desiertos y jardines al mismo tiempo, con plazas de suplicio, con carta de luto. Algunos días con determinados amores -el 24 de noviembre de 1935- y otros de búsqueda del amor. Escrituras en paredes de espera, alucinaciones”. Su vocación poética fue siempre sólida “porque de lo contrario –cuenta Arenas- tendría que haberme empleado en una oficina para mantener a mi mujer e hijos”, vocación poética que lo llevó a una apegada relación con Vicente Huidobro, “nos unía, por encima de todo un particular interés por los problemas de la poesía”, señala Braulio Arenas, que a los 22 años se encontró con el “pequeño dios”, en una amistad que duraría años. Pero esa vocación se encendió en los años de juventud en Talca. En el liceo se acerca ya a textos filosóficos de Nietzsche y Schopenhauer, pero de mayor importancia es la unión que se logra con Teófilo Cid y Enrique Gómez Correa. Los tres ya empezaban a fraguar y a intercambiar experiencias poéticas, pero siempre al margen del bullicio del tratado o del manifiesto. En los inicios de la década del treinta, los bares talquinos ya le sugieren a Arenas el ambiente surrealista y onírico que después se transformaría en la razón de ser mandragorista. Ya en Santiago, y con una actividad escritural prolífica e incansable, abandona sus estudios de Derecho para consagrarse por entero a la escritura, hasta que el 12 de julio de 1938 Arenas, Gómez Correa y Cid hacen una encendida lectura de poemas en la Casa Central de la Universidad de Chile (entre ellos “Mandrágora, poesía negra”, publicado en el primer número de la revista, y que es una suerte de manifiesto del grupo). Mandrágora se ha estrenado en sociedad. Actos escandalosos que no cesarían, y que llegarían incluso a ser perjudiciales para Neruda, ya “vaca sagrada” de la poesía chilena de esos años. A Arenas no le importaron mucho estos pergaminos a la hora de romper en mil pedazos un discurso en un homenaje al parralino, mientras vociferaba “¡Yo protesto porque Neruda se atreve a usar de la palabra sin antes haber dado cuenta del resultado de las colectas que organizaba a favor de los niños españoles!”, Braulio Arenas logró escapar, no pasó lo mismo con Enrique Gómez Correa, que recibió una golpiza por parte de un guardaespaldas de Neruda.Los años posteriores traerían otras rivalidades para Arenas. El otorgamiento al poeta del Premio Nacional de Literatura 1984 estuvo lejos de ser unánime y calmo. Se le alegó a Braulio Arenas una extraordinaria y sospechosa capacidad para alinearse con el gobierno de turno, con la salvedad de que el gobierno de esos momentos no es uno de los más felices que ha visto la historia de Chile. Enrique Lihn (que ya lo había llamado “funcionario chileno de cuello y corbata”, no sin ojeriza) no se demoró en señalar este rasgo del poeta serenense “no tuvo más remedio que hacer el saludo militar... un 11 de septiembre, Arenas se exilió en un colaboracionismo patético, histérico y exangüe... No desapareció, sin embargo, el escritor que debiera sobrevivir, porque es real, y hasta de una cierta su-realeza”. Poli Délano tampoco tiene muy buenos recuerdos de aquellos días, “después del 11 de septiembre se dio un tremendo ‘chaquetazo’, se mostró como un ferviente pinochetista y hasta tuvo el mal gusto de escribir una especie de himno a la Junta Militar, que es una de las cosas más repugnantes que me ha tocado leer”.Más allá de cuestiones biográficas o políticas, los textos de Braulio Arenas siguen existiendo, y es una obra que merece ser recordada y revisada de tanto en tanto. Braulio Arenas dejó de existir el 12 de mayo de 1988.

El panorama ante nosotros
Ochenta años han pasado desde que en 1923, en la ciudad de Punta Arenas naciera Alfonso Alcalde. Además de poeta fue periodista y viajero, lo que lo llevó muchas veces a traspasar las fronteras chilenas en busca de nuevas experiencias. Su reputación como poeta no era menor –amén de sus poemas-, recibió el elogio de Pablo Neruda, Pablo de Rokha (que en algo se pusieron de acuerdo, al menos) y de José Donoso. La poesía de Alfonso Alcalde es una poesía que ha pasado silenciosa (más que la de Arenas, al menos) por los años. Esto no significa que no haya tenido resonancias, especialmente en poetas de generaciones posteriores. Apasionado como “los de verdad”, o como se podría decir hoy, como “los que la llevan”, Alcalde escribió de forma infatigable, con “una mano que escribe/ y otra que va borrando”. Más de una treintena de libros, entre los que se reparten la poesía, la novela, el cuento e incluso la biografía y el reportaje periodístico (trabajó en radio, en televisión con Don Francisco, de quien escribió una biografía, y en revistas como “Ercilla”, y “Hoy” y diarios como “La Tercera”) fueron su producción, tanto en vida, como de forma póstuma. Escribió de todo, desde fútbol y cómo hacer collages hasta de la vida de Raquel Welch, o la del tenista Hans Gildemeister, la del cineasta Federico Fellini, de Violeta Parra, Pelé o Mohammed Ali. También escribió teatro, destacando La consagración de la pobreza, obra que montó el también desaparecido Andrés Pérez. Y como si fuera poco, fue guionista de radio, televisión y cine. El Golpe de Estado fue también un suceso que caló hondo en el poeta. Si bien Braulio Arenas vio su imagen bastante destartalada luego de haber aceptado de buen grado el Premio Nacional de Literatura de manos del régimen militar, Alcalde se vio devastado por la asunción al poder de la dictadura de Pinochet. Lo que es totalmente explicable, pues Alcalde trabajo en la campaña que llevó a la presidencia de la República a Salvador Allende. Nosotros los Chilenos, fue una de sus mayores labores periodísticas durante el gobierno de la UP. Esta colección de reportajes, que versaba de los oficios y costumbres típicamente nacionales, tenía la nada despreciable tirada de 50 mil ejemplares en editorial Quimantú. El periodismo para Alcalde tenía una sola función, la del de despertar las conciencias, “nosotros postulábamos la existencia de un Chile sumergido. Y de un periodismo cómodo, de redacción. Había que salir entonces, usando el testimonio directo, al encuentro de Chile”, cuenta al referirse a su labor reporteril.Antes había sido un peregrino, un viajero. Pululó por América, desempeñando variopintos “oficios”. Cuenta él mismo en una entrevista que fue “contrabandista de cadáveres. Ascendí a un nuevo cargo, que era transportar a los muertos de una frontera a otra, entre Argentina y Brasil, para que saliera más barato el entierro. Me instalaba en un auto muy tieso, con el difunto sentado a mi lado, muy maquilladito para no despertar sospechas, y cruzábamos el peligro, al otro lado teníamos listo el ataúd y el nuevo maquillaje”. Pero además viajó por Argentina y Bolivia (donde fue minero), viajes que fueron una fuente de alimento de sus poemas, no de las literaturas o de los textos de cada uno de estos países, sino del habla de sus personajes más comunes, en los “bares y fondas” de cada pueblo, tanto extranjeros como nacionales. Alcalde señala “Nosotros nos instalamos en un sector popular como era el subproletariado: los marginados, los aurigas, los cesantes, los payasos pobres y yo viví buena parte de mi vida entre ellos”. Ese “nosotros” incluye al escritor José Miguel Varas, amigo cercano de Alcalde, unidos alguna vez por afinidades ideológicas. Alcalde retrataba la poesía chilena con precisión, le identificó un “Siglo de Oro” (capitaneado por Nicanor Parra), mismo siglo que hizo que una obras como El panorama ante nosotros no recibiera el crédito merecido. La diferencia está en el estilo de la poesía de Alcalde, estilo tradicional, clásico. El panorama ante nosotros fue sin duda la gran apuesta poética de Alcalde. Su intención era ser una obra de largo aliento, de la que solamente se alcanzó a publicar un primer tomo en 1969. Antes ya había logrado desviar algunas miradas y fijarlas en sus textos, como la de Neruda, que prologó Balada para la ciudad muerta (1947). Pero es en El panorama ante nosotros donde se puede ver condensada la mejor poesía de Alcalde, a la vez que es posible hacer corresponder este “panorama” con el de casi toda la obra poética “alcaldiana” en su conjunto, obra poética que se encuentra disponible al público casi exclusivamente en el volumen recopilatorio Siempre Escrito en el Agua, que editorial LOM publicó en 1998 y en el libro Algo que decir, de Editorial Cuarto Propio, que reúne textos inéditos –tanto poemas así como cuentos y biografías- facilitados por Ceidy Uschinsky, una de las cinco esposas que Alcalde tuvo en vida, y finalmente la viuda del poeta tomecino.Hacia el final de su vida, plagada de miseria, Alcalde cargaba con una depresión a cuestas “Mi dolor mide un metro de dolor, mi dolor es tan grande que da risa”, cuenta en su “Autorretrato”. Según él mismo, en su carta de despedida, “sufría de una enfermedad llamada Tomé” para la cual no había cura. El 5 de mayo de 1992, a los 71 años, se quitó la vida ahorcándose en aquella misma ciudad sureña por donde deambuló y recogió el lenguaje triste de su obra, ese lenguaje “incorporado a los usos y costumbres, el lenguaje como elemento vivencial”. Hoy el lugar donde Alcalde se “borró” de nuestro “panorama” es la sala “Laberinto”, donde en 2001 se expuso una colección de collages del poeta, collages que fueron primero una suerte de terapia, y luego se transformaron en arte, al ver Alcalde las posibilidades de todos esos papeles despedazados.Alcalde resume su vida en una frase: “sigo teniendo mucha dificultad para sobrevivir, pero trabajo con mucha alegría. Y si hubiera tenido tiempo, habría escrito más. Y con esto te estoy contando un chiste”.

*Publicado originalmente en "Revista de Libros" de El Mercurio, 27/12/2004, N°764

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