jueves, 30 de junio de 2005

Donde van a soñar los artistas

A 120 años de la construcción de este hotel neoyorquino, éste ya puede jactarse de una reputación no poco interesante: el ser el alojamiento y fuente de inspiración de decenas de poetas, escritores y artistas, desde Dylan Thomas hasta Andy Warhol, pasando por Mark Twain y Vladimir Nabokov.

Desde 1884, la fachada y los 10 oscuros pisos de ladrillo y balcones de hierro del Hotel Chelsea señorean la esquina de la calle 23 con 222 West. Si bien hoy ha dado paso a otros rubros, como una discoteque rave, antes tuvo uno de no poco esplendor, el ser el alojamiento de las figuras más prominentes del arte norteamericano. Es probable que haya sido el hotel que más escritores y artistas ha alojado en el mundo, como piensa el escritor brasileño Rubem Fonseca. Originalmente fue construido para ser un edificio de departamentos de lujo, de hecho ahí se vieron los primeros duplex y penthouses de Nueva York, transformándose en hotel definitivamente en 1905, luego de que no resultara el negocio habitacional; antes de esta época, el Chelsea estaba ubicado en el centro del distrito teatral de Nueva York.
Si bien este hotel se empapó febrilmente de los 15 minutos de fama que le prodigó la invasión que hizo Andy Warhol y su caterva de artistas (entre los que estaban incluidos Lou Reed y Velvet Underground), desde antes su celebridad residía en ser el lugar donde iban a parar personalidades literarias, que para el ojo común norteamericano de ese entonces, pasaban por seres extraños, diletantes y desadaptados.
El primero que figura en la larga lista de huéspedes del Chelsea está Mark Twain, quien vivió en el hotel, al igual que Tenessee Williams y Eugen O’Neill. Pero también estaban los que iban y venían como el poeta galés Dylan Thomas o el escritor Brendan Behan. En los años 20, Edgar Lee Masters, autor de la célebre Antología de Spoon River se mudó al hotel y residió y escribió en él por más de dos décadas, destacando sus escritos biográficos y su autobriografía, Across Spoon River.
Si bien el Chelsea nunca llegó a funcionar oficialmente como maternidad, sí se dieron a luz entre sus paredes muchas cosas importantes. Muchos libros fueron incubados en las habitaciones de este refugio. Esto se dio particularmente después de la Gran Depresión, pues el hotel fue arrendado a la marina mercante, y la Segunda Guerra Mundial, que despobló el hotel de marinos, y lo llenó nuevamente de escritores.
Thomas Wolfe terminó de ensamblar su novela autobiográfica de 1940, You can’t go home again, luego de la no poco tortuosa labor de estudiar y ordenar los muchos montones de hojas que atestaban su habitación. Había llegado al Chelsea a fines de los años treinta, luego de haber vivido en el hotel Albert, su primera residencia neoyorquina, luego de emigrar de Harvard. Allí escribió Of time and the river, historia que cuenta los pasos de un joven que abandona su casa, para estudiar en una universidad lejos, deseando convertirse en escritor.
Muchas de las legendarias y temidas borracheras de Dylan Thomas ocurrieron en el bar del Chelsea, que por lo regular estaba repleto de escritores y artistas, de todas índoles y calidades. Las palabrotas del galés solían llenar el ambiente, mientras tomaba, al mismo tiempo cerveza y whisky. Un día de noviembre de 1953, mientras redactaba el guión de una obra de Igor Stravinsky, su ebriedad le pasó la cuenta definitiva, luego de romper su propia marca tomándose 18 vasos de whisky. El 9 de ese mes falleció en el hospital Saint Vincent, luego de haber sido recogido desde el hotel Chelsea.
En 1951, armado con su personalísima máquina de escribir y una buena dosis de benzedrina, Jack Kerouac creó uno de los primeros borradores de lo que luego sería En el camino. Kerouac no sería el único beatnick en transitar por el Chelsea, Gregory Corso y Allen Ginsberg también vivieron allí. William Borroughs finiquitó en el Chelsea El almuerzo desnudo, y Arthur C. Clarke creó la aventura espacial, que luego traspasaría al celuloide Stanley Kubrick, 2001: Odisea del Espacio. Arthur Miller se cansó de vestirse cuello y corbata para ir a buscar su correo al hotel Plaza, luego se uniría a la lista de alojados del Chelsea, más relajado e informal. El mismo Miller describió de cuerpo entero el ambiente del hotel: “El Chelsea no era parte de América, no tenía aspiradoras, ni reglas, ni gusto, ni vergüenza. Era una fiesta de nunca acabar”.


Locura total


Como muchas cosas en los años sesenta, el hotel Chelsea también experimentó los vaivenes de los años del hippismo, la revolución de las flores, las drogas y el amor libre. El Chelsea ya se había ganado la fama de ser “la meca de la contracultura”. Quien fue el principal causante de esta “sacada de zapatos” fue Andy Warhol, quien solía quedarse en el Chelsea, pero no solo, sino abundantemente acompañado de ese largo y desigual séquito de pupilos y protegidos que el padre del pop art lanzó a la fama. De Warhol es precisamente el filme Chelsea girls, que pretende ser un homenaje al recinto, con la participación medular de sus pupilos Edie Sedgwick y Candy Darling, y protagonizada por la cantante Nico. El poeta y cantante folk Leonard Cohen fue uno de los protagonistas de las juergas desenfrenadas del Chelsea de los sesenta. Cohen recuerda que “allí hubo mucho sexo, mucha droga, amor y un estupendo restaurante español en la esquina. Aparentemente fue algo divertido, pero en el fondo hubo muchas historias negras y tristes”.
Si antes beatnicks y outsiders llenaban las 250 habitaciones del neoyorquino hospedaje, ahora su lugar era ocupado por hippies y estrellas de rock. Los Twains, Kerouacs, los Edgar Lee Masters fueron reemplazados por las Janis Joplins, Jimi Hendrixs y Frank Zappas. De un Dylan se pasó al otro, Thomas le dejó la pieza a Bob. El clima se hizo mucho menos apacible en el hotel. Las peleas amorosas, discusiones y excesos de las estrellas llegaron a rematar incluso con supuestos asesinatos, como el que habría perpetrado el músico punk Sid Vicious a su novia Nancy Spungen. La vida bohemia y artística que se vive en este hotel fue revivida por la película Chelsea walls (2001), dirigida por Ethan Hawke, en la que los nuevos artistas, encarnados por Kris Kristofferson y Uma Thurman tratan de buscar la inspiración que iluminó a sus antecesores de carne y hueso.
Toda la fama del Chelsea, insuflada exclusivamente por sus huéspedes, originarios de los cinco continentes, quedó consignada en los libros de registro del hotel. Entre los ulustres extranjeros que pasaron por el Chelsea un día se cuenta Jean Pual Sartre y Simone De Beauvoir, Frida Kahlo y Diego Rivera, y Edith Piaf. Estos registros dan la razón a Fonseca, acerca de ser el Chelsea el indiscutido rincón de los artistas, escritores, poetas y rockeros que buscaron en sus habitaciones tesoros tan disímiles como la inspiración necesaria para escribir los renglones más notables de la literatura moderna, o una pequeña y efímera degustación del glamour seductor de un hotel que es desde hace años una auténtica leyenda.

*Publicado originalmente en Revista de Libros de El Mercurio, N° 795, 30 de julio de 2004

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