jueves, 30 de junio de 2005

No toquen a Víctor Hugo

Hace un rato ya bastante largo que Víctor Hugo Díaz (Santiago, 1965) viene deambulando, no sin rumbo preciso, por los vastos y anchos derroteros de la poesía chilena de las últimas décadas. Dentro de sus andanzas se cuentan los libros "La comarca de los senos caídos" (1987), "Doble vida" (1989), y "Lugares de uso" (2000), -obra que puso fin a diez años de silencio-, hasta llegar a su última entrega, "No tocar" (Editorial Cuarto Propio, 2003). Díaz es un miembro de una generación postergada, la del Post-87 -como señalara Gonzalo Millán-, que además la integran poetas como Guillermo Valenzuela o Sergio Parra, entre otros, generación cuya marca profunda, era el estar sumergida, pero creando, bajo el yugo dictatorial.No tocar mantiene una coherencia con los libros anteriores de Díaz, es una continuación, sin ser repetición, de un estilo bien consolidado, que consiste en ir más allá de la postal impresionista de una ciudad que fagocita con aparente crueldad a sus habitantes. Este libro representa la instalación en la palabra de una imaginería sutil que pinta, con destreza detallista y sentidos abiertos, el devenir de los invisibles derrotados que pululan por las bares, oficinas, moteles, calles, callejones y tugurios de la gran ciudad. Desde "La comarca de los senos caídos" hasta "Lugares de uso", la óptica de Díaz varió desde los despojos humanos, la ciencia ficción y los rincones urbanos, pero manteniendo una premisa fundamental: el observar atentamente, el reportar impunemente, ya sea la muerte en vida, la incomunicación y el vaciamiento de significado de nuestros símbolos y lugares habituales, cualidad que se mantienen en "No tocar": “El dedo extranjero oprime el obturador/ que retrata esta postal de familia (...) La fotografía descansará en la transparencia del álbum/ Algo que mostrar a los amigos// Perderá el color igual que la memoria/ se verá borrosa/ pero se quedará”. El ritmo de la imaginería se ha frenado, de secuencias han devenido cuadros.Díaz no emprende una cruzada justiciera, no es “la voz de los sin voz”, sino que es una voz más que sobresale en este mar de murmullos. Su poesía es la voz que despunta, y que cumple ciertamente (o al menos lo intenta con ahínco) lo deseable en las obras de arte: ser una clarinada de alerta de la ceguera hipnótica (regada de abundantes teleseries, farándula y realities shows) que no nos permite estar alertas de dónde está la pelota. Con guiños más claros (Juan Luis Martínez) y otros más entreverados (T. S. Eliot), "No tocar" se introduce en temas que van más allá de lo urbano, como lo es el de los detenidos desaparecidos, y la tristeza y el dolor de aquellos que perdieron a un ser querido durante el terror de la dictadura. Lo loable es que el efecto se logra mediante imágenes vivaces, pero poderosas: “El padre no está en casa y nunca llama por teléfono/ Se fue a vivir a una fosa o al fondo del mar (...) Su silencio no coincide con los ojos/ con la camisa en la foto blanco y negro/ que ella se cuelga al pecho”. Tras encontrarse con "No tocar", hay dos cosas que se agradecen. La primera es que aparezcan obras con objetivos como los antes enumerados (sean estos creados o no de forma deliberada por el autor), pero que se pueden resumir en una frase gringa, “keep the eye on the ball” (mantén los ojos en la pelota, estate atento), o bien con la fórmula de Mafalda, pues acá lo importante se impone por sobre lo urgente. La segunda cosa que agradecer es que este objetivo venga en un expediente correcto, encomiable y de calidad, y también en envase chico, pues el volumen es breve, pero bueno.

Víctor Hugo Díaz
“No tocar”
Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2003, 42 págs.

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