domingo, 10 de septiembre de 2006

Una delicia japonesa

Si bien calificar la obra de los escritores que han ganado el premio Nobel (algunos, no todos) puede ser algo innecesario y a veces reiterativo, dedicarle algunas palabras a la obra de Yasunari Kawabata (1899-1972) no es algo que esté demás, pues, junto con Yukio Mishima (sin ir más lejos, Kawabata fue mentor de Mishima), son los escritores japoneses más importantes del siglo XX, y dos contundentes narradores de los últimos cien años.
Tal como el estilo japonés, que ha impuesto la estampa como una forma de relato, los cuentos que están agrupados en el libro de 1925 “La Bailarina de Izu” (Ed. Emecé 2006), cuentan con lo triste y lo bello, dos adjetivos que retratan de plano la característica de la obra de Kawabata, y, de hecho, es el título de uno de sus libros principales. Quizás este libro debiera ser una estación posterior de quienes deseen adentrarse en la obra de este nipón, pues es una estación claramente intermedia –un claro coming of age-, que rematará en terminales como “El Maestro de Go” o “Lo Bello y lo Triste”.
Quizás a la manera de Akira Kurosawa y sus “Sueños”, Kawabata da la impresión de entregar una obra autobiográfica, pero aporta una obra que encasillar en la autobiografía sería simplemente pecar de vista corta. Kawabata entrega un relato que es suyo, pero que es a la vez el Japón de la posguerra, derrotado y traumatizado, matizado con la maestría de la observación y esa rara y genial habilidad de extraer tesoros delicados y gráciles del lodo.
Tal como las figuras del origami, el tinglado de esta serie de relatos de Kawabata descansa en un equilibro tenue y delicado, donde se balancean la ternura y el recuerdo de una adolescencia precaria, con deidades etéreas que, si bien nacen de una imagen real, solamente subsisten en el recuerdo y la evocación del narrador, llenas de una belleza arrobadora, pero inalcanzable.
Más allá del sabor agradable y atractivo que pueda tener lo exótico en nuestro paladar, este libro de Kawabata es, lisa y llanamente, un gran libro, un conjunto de perlas, donde los protagonistas de las historias son ellos mismos generadores de una belleza que solamente existe en sus retinas, y que, con la pericia que le valió un Nobel a Kawabata, es posible captar en toda su extensión, sin ser potente, delicada, pero clara, evidente. Kawabata transmite aquello, la belleza residente en personajes que viven vidas poco relevantes, lastimeras o amargas, pero que se salvan por esa hermosura única y, por fortuna, transferible, mediante la pluma de Yasunari Kawabata.


Yasunari Kawabata
“La Bailarina de Izu”
Emecé, Buenos Aires, 2006, 219 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 113, 8 de septiembre de 2006

2 comentarios:

Sergi Bellver dijo...

En su día me dejé sesgar por la katana de Mishima, y cierto fantasma luminoso hundió su mano en mis entrañas, abriendo espacios, como tantos otros. Espacios que nunca llego a colmar, lagunas que se multiplican cuanto más empapo de barro mis pies. En fin, aún así te doy las gracias por abrirme otra falta, otra sed, ya que de Kabawata sólo sabía por una escueta mención en una modesta Historia de la literatura universal. Le das su lugar, lo relacionas, y yo me lo apunto como pendiente.

Un saludo hasta mi añorado Chile (y a sa mitad meridional, que es la que em atrapó). Aún me sabe la boca (del estómago) a calafate.

Sergi Bellver dijo...

Sólo quiero decir que ayer tuve una revelación. Cuando eso ocurre, sea para un lector o un escritor en ciernes, o para ambas condiciones, como es mi caso, en fin, para un amante de la literatura en general, es como avistar una porción más de océano una vez alcanzado el horizonte. A la desazón de saber que no habrá suficienet vida para leer todo lo que merece la pena ser leído, se suma el gozo de leer por fin lo que hasta entonces desconocíamos.

De modo que, de nuevo, gracias.

Ayer me pasé toda la tarde noche investigando sobre este autor, y creo que comenzaré por su única novela, esa revisión de "Historia de Genji", me refiero a "Mil grullas", si la encuentro, claro.

Un saludo.