domingo, 22 de octubre de 2006

Un poltergeist que nos viene a destapar los pies

Si Nicanor Parra y Enrique Lihn son actualmente los sumos pontífices de la poesía chilena actual, entonces Rodrigo Lira (1949-1981) debería ser situado como una versión alterna del Cristo de Elqui, un cura de Catapilco o un Rasputín de la poesía criolla. No está rodeado de un aura de santidad inmaculada, pero es una figura irresistible, llena de carisma, ventrilocuismo, parodias certeras, y una gran poesía. Nuevamente, si situamos hoy a Lihn y Parra en los pináculos de nuestro panteón poético (permítase el Parricidio anticipado), Lira sería definitivamente un espíritu chocarrero, un poltergeist que nos viene a destapar los pies en la noche, botar los libros de las repisas y a tumbar a los vates olímpicos.
Por años su poesía circuló mayormente de mano en mano, clandestina, fotocopiada, y sabrosa. Hasta que finalmente en el año 2003, Roberto Merino se puso las pilas y homenajeó a su compañero de andanzas al editar por fin ese infinitamente pirateado “Proyecto de obras completas”, haciendo un aporte macizo a la poesía joven actual, que tiene –y con toda razón-, a Lira entre sus estampitas sagradas. Encasillarlo como “poeta maldito” (o como el esquizofrénico que participó en “Cuánto vale el show”) sería no solo tener la vista corta, sino derechamente faltarle el respeto y hasta caer en el mal gusto, pues con estas evidencias editoriales Lira dejó de ser leyenda urbana, payaso o caso clínico, y pasó a ser un autor de credenciales, uno de nuestros grandes poetas.
Hoy es el poeta y editor Adán Méndez quien echa felices luces sobre la trayectoria poética de Rodrigo Lira con el libro “Declaración Jurada” (Ediciones UDP, 2006), otro gran aporte editorial para seguir armando y ordenando ese puzzle inorgánico y desperdigado que es la obra literaria de Rodrigo Gabriel Lira Canguilhem, obra inorgánica, pero que denota un factor común: a Lira como un angurriento de la palabra, con un deseo inextinguible de expresión, que queda palmariamente demostrado en este volumen, donde Lira reconvierte su currículum -texto soso por definición casi-, y realmente define su propio ser, escapando incluso a la caricatura que pudo significar el aspirar a un puesto de trabajo con semejantes papeles.
La gran proeza poética que logró Rodrigo Lira con su escritura fue poder continuar con la labor antipoética de Nicanor Parra -un fierro candente en sí mismo-, sin caer en lo que cayeron la cuasi totalidad de los seguidores del autor de “Canciones rusas”: el ser un mero copión. Lira verdaderamente prolonga la labor parriana, no por el simple hecho de escribir poesía “coloquial” o “humorística”, sino que por utilizar, con singular genialidad, todo escrito pedestre y reconvertirlo en poesía o literatura, todo esto como consecuencia de su constante premura expresiva.
“Todo es poesía menos la poesía” reza un artefacto de Parra; pues bien, Rodrigo Lira coincidió al pie de la letra al menos con la primera parte de la sentencia. Y si a eso le agregamos que logra sazonar esto con unas gotas de Enrique Lihn, es suficiente como para situar a Rodrigo Lira -y su alarido que nos ha perseguido durante un cuarto de siglo tras su muerte-, en un lugar de privilegio.



Rodrigo Lira
“Declaración jurada”
Selección y edición de Adán Méndez
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2006, 97 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 116, 20 de octubre de 2006

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