sábado, 21 de enero de 2006

Escribir correctamente poesía


A estas alturas al encontrarnos con Enrique Lihn, hay que dar por descontado de que nos encontramos ante uno de los poetas más importantes de la lengua castellana de la segunda mitad del siglo XX. Lihn era para Roberto Bolaño uno de los poetas más lúcidos de la poesía nacional, y ciertamente que, tanto por la acostumbrada precisión de los dichos del autor de “Los detectives salvajes”, así como por la incuestionable excelencia de la poesía de Lihn, es imposible afirmar lo contrario.
Por tanto, la publicación del libro Una nota estridente es, por un par de razones, un acontecimiento editorial no poco positivo. Primeramente, por lo urgente y fundamental que es reeditar las grandes obras de nuestros mejores poetas; segundo, por la interesante labor que emprenden los jóvenes vates a la hora de revisar la obra del autor de La musiquilla de las pobres esferas. En otros títulos publicados por la U. Diego Portales se puede ver la mano de autores como Kurt Folch, y en el presente, la recolección de poemas dispersos realizada por el poeta y crítico Matías Ayala, es otro testimonio de que Enrique Lihn es, por lejos, una de las grandes estrellas -quizá junto con el omnipresente Nicanor Parra- que guían el camino de las nuevas camadas poéticas.
Como bien lo retrata Ayala en el epílogo (que no se sabe por qué no es prólogo, como corresponde), este volumen es la recolección de poemas que volaban dispersos en revistas y antologías, y que no pudieron plasmarse en libro en 1973, por razones más que conocidas, y que con posterioridad, la desbandada de los originales, así como el obligado cambio de giro en el pensamiento de su autor, habían postergado hasta hoy la publicación de este compendio que, en estricto rigor es inédito, mas no los textos que lo componen.
Entre los mismos se encuentra uno de los poemas más sobresalientes de la poesía de Lihn, “Si se ha de escribir correctamente poesía”, que da cuenta casi fotográficamente del tamaño de la lucidez y la genialidad del autor. Se puede constatar que Lihn como nadie ha comprendido profundamente la labor del poeta y todas sus aristas, amén de presentar esa mirada aguda y penetrante a sus propios fantasmas y al mundo que lo rodea, a la sazón (1968-1972) un Chile de escenarios turbulentos y cambiantes.
Por todo esto y mucho más, siempre será un acierto refrescar las librerías con Enrique Lihn, una de las más sustanciosas y sabrosas sandías caladas de la literatura chilena.

Enrique Lihn
“Una nota estridente”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2005, 111 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista, N° 99, 20 de enero de 2006

sábado, 7 de enero de 2006

La huella personal de la tristeza




Abundan en la literatura universal los casos de escritores que tienen el brío de sacar a la luz pública obras que están reñidas con ese cambiante estándar de medidas de comportamiento conocidas como “la moral y las buenas costumbres”. No es la idea comparar a Diego Ramírez Gajardo (Antofagasta, 1982) con Baudelaire o Flaubert. Las comparaciones son siempre odiosas.Con todo, El baile de los niños (Ediciones del Temple, 2005) sí comparte seguramente el arrojo y el propósito de fondo de otras obras que en el pasado escandalizaron a la “gente bien”, esto es, la valentía de poner en un libro sentimientos y pulsiones que tienen la dermis de los chilenos particularmente sensible (sobre todo tras los affaires Spiniak y Lavandero). Ahora, la poesía no es carta blanca para nada. No tras la aparición de un libro como este se justifican conductas reñidas con la moralidad. Lo anterior es para decir que, a pesar de todo, la condena a este, o a cualquier libro de su especie, sigue siendo una práctica cavernaria. Lo sano en este caso (y en los que vengan) será adaptar la recepción del lector, y forzarlo a mirar más allá de lo que estos poemas describen. Sí es una cortapisa para obtener aceptación universal, pero se intuye que, dada la naturaleza del libro, el autor no busca quedar bien con Dios y con el diablo.Ramírez, a sus cortos años, ya ha pasado por su temporada en el infierno, y a la manera de Verlaine (él fue a la cárcel y no Rimbaud) y Wilde, ha vaciado esta experiencia y otras imágenes que lo mueven en un poemario resuelto y que rescata la dimensión poética de un mundo que se calla. Y cuando se habla de “mundo” hay que entender tanto el ambiente que rodea al autor, así como su interioridad. Es mundo al que el mismo Diego Ramírez ha señalado pertenecer y defender su “diferencia hermosa”, y que ciertamente lo logra en este libro.Con una estructura maciza y con imágenes ante las que algunos fruncirán el ceño, pero no por lo laxas o inconsistentes, el autor reproduce un devaneo bañado en ternura prohibida; una escritura que es “un recado de amor/ y un desafío a su propia muerte”, una danza en la que “las niñas que yo conozco casi nunca pueden ser felices”, ataviadas con ropas en las que se “lleva dibujada la huella personal de la tristeza”. Este libro es un lastimero callejón sin salida es, un coqueteo delicado y vedado que hace más que poner pelos de punta, pues enriquece a la poesía joven con notas de daño y amor de lo que se calla en la superficie.


Diego Ramírez Gajardo
“El baile de los niños”
Ediciones del Temple, Santiago, 2005, 101 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista, N° 97, 23 de diciembre de 2005