viernes, 14 de diciembre de 2007

Canción Animal

Thomas Harris (La Serena, 1956), poeta combativo, directo, sin pelos en la lengua y que en más de una ocasión se ha mostrado dispuesto a enfrascarse en vehementes zafarranchos con los más pintados personajes de la literatura criolla, ha lanzado, mediante LOM, un nuevo volumen de poemas al ruedo. Se trata de “Lobo”, última entrega del autor de libros relevantes en la lírica chilena como “Cipango” (que le valió al autor el Premio Municipal de Poesía en 1993, que se suma a otras importantes medallas).
Harris mantiene en este texto una tendencia de su obra anterior, es decir, la invocación de variopintos personajes y referentes literarios, cinematográficos y culturales, y su reunión y recreación en las páginas de este libro biográfico-licántropo, donde Harris deja ver la fuerza que más de algún desprevenido ha sentido ya sea de un zarpazo o de una dentellada. Sin ir más lejos, “Imposible detener una guerra causada por la palabra./ Es cuando Lobo muerde (…) Y cuando Lobo muerde, todo lo dicho revienta como pompa de sangre”, escribe el propio Harris.
Pero hay que ir más allá de la anécdota que significan los episodios sabrosos que este autor pudo haber protagonizado en décadas de laboriosa creación poética; está el texto, lo verdaderamente importante. El libro nos habla de la evolución de Lobo, el personaje central del relato, desde su nacimiento, su crecimiento, su coming of age, sus luchas frente a otros ejemplares de la manada y otros depredadores que amenazan su existencia, hasta su decadencia. Lobo-Harris lucha con vehemencia ante las amenazas y ataques, se defiende como gato de espaldas de los “cazadores del Deseo”, y ataca con fauces hambrientas y hediondas, sufre y aúlla por Loba.
La lectura de toda esta animal e instintiva biografía (pues su lectura sugiere claramente una progresión narrativa) se desenvuelve ante los ojos del lector con una profusión del lenguaje teñido de sangre fresca y el hedor canino, galvanizado en instinto, pero no por ello no premeditado. Harris utiliza, como es habitual en él, un lenguaje fuerte, feroz, directo, sin maquillajes (quizás aquí más que en ningún otra obra del autor). El libro es pesado, denso, estremecedor, avanza firme e insobornablemente, y por cierto no podrá ser tildado de “medias tintas”.
Tal como en “Edipo” (2005), Thomas Harris escribe en consecuencia con esa estética quizás desesperanzada, pero de todas maneras franca, derrumbadora de toda noción de belleza, heroísmo o ternura, provista de un furor que ya se ha hecho marca registrada en el autor. Éste, en el epílogo del libro, da clara cuenta de los elementos a los que ha echado mano para confeccionar la historia de Lobo, lo gótico, lo dark, lo terrorífico (quizás debió haber incluido a Hannibal Lecter, obra de su homónimo, el escritor estadounidense Thomas Harris), el Medioevo (quizás el período histórico favorito del autor), y una serie de autores de todas las épocas, que nos dan los ingredientes de un plato conocido. Esto porque Harris repite su esquema con distintos ropajes, lo que hoy es un lobo, antes fue Edipo, Goya o Timothy McVeigh, quien “aúlla a un público de espectadores muertos,/ pone los ojos en rojo/ aúlla como los hijos del Demonio/ espanta,/ juega a espantar,/ provoca,/ juega a provocar (…)”.
En resumen Thomas Harris sigue en su línea, la de crear un espacio propio, una épica necesaria, si se quiere, imposible de ignorar, firme e intransable, particular y macabra, personal y vitalísima, con sus personajes, sus escritores, sus ángeles y demonios, todos en su espacio que el autor crea y recrea en cada nuevo poemario, que trae un bestial Sturm und Drang del año.


Thomas Harris
“Lobo”
LOM, Santiago, 2007, 86 págs.






*Publicado originalmente en El Periodista N° 143, 14 de diciembre de 2007

domingo, 18 de noviembre de 2007

El imberbe que contempla

El cubano José Kozer (La Habana, 1940) es, hoy por hoy, uno de los vates más relevantes de la literatura en lengua castellana. Su poesía se ha alimentado de diversas fuentes, que pareciera que en el papel estallan en una sonora y rítmica batalla, que da como resultado una voz particular y llamativa en la poesía latinoamericana.
Descendiente de padres judíos centroeuropeos, Kozer emigró de Cuba a los 20 años a Estados Unidos, para no volver jamás, salvo esporádicos periplos que no son en ningún caso el regreso al terruño natal, destino que comparten no pocos artistas, que su labor creadora y el régimen de Fidel Castro se parecen a una gran botella llena de agua y aceite, dos fases que no pueden mezclarse.
Con estos antecedentes en la mano, con la milenaria diáspora que ha signado la historia del pueblo judío, y la moderna diáspora política que ha sacado de Cuba al autor, nos encontramos con “De donde oscilan los seres en sus proporciones” (Ediciones del Temple, 2007), un testimonio de que la patria del poeta son sus versos, y en ellos la palabra celebra un mundo propio, forjado a partir de aquellos que se perdieron en la realidad.
Siendo más concretos, nos encontramos con una poesía facunda, verbal, construida de palabras que construyen el carácter de este libro, que es una celebración de una época que existe en el universo poético del autor y su obra. Si buscamos a algún referente chileno para aproximar a Kozer a estas latitudes, existen en estos poemas aires de Efraín Barquero (también exiliado por décadas), del Barquero de “La mesa de la tierra”, pero que en Kozer se galvanizan con un denso barroquismo, una exuberancia castellana que supera con creces el simple hecho de acercarse al pasado, o de recurrir a las materias básicas, sobre las cuales se erige un discurso denso, pero articulado como muy pocos hoy en la poesía en español.
Volviendo atrás, la celebración de la experiencia vital, la construcción artesanal de una epifanía personal, abundante y de imaginería profunda, es el tono de este volumen, en una edición de notable calidad hecha por Ediciones del Temple, que con su colección Amarcord, ha dado un muy buen salto adelante en lo que se refiere a la calidad de los libros (como objeto) publicados por el sello.
No en vano, el autor ha publicado más de 40 libros de poesía, en variados rincones de Iberoamérica. No en vano, pues es posible aventurarse y decir que esta cascada de palabras (que seguramente no será la última) nace de una vertiente que no se resuelve. Por el bien de la poesía, ojalá no se zanje esa fuente de imágenes sustanciosas y complejas, que no se acabe la celebración de la poesía de José Kozer.


José Kozer
“De donde oscilan los seres en sus proporciones”
Ediciones del Temple, Santiago, 2007, 78 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 141, 16 de noviembre de 2007

viernes, 2 de noviembre de 2007

En el nombre del padre

Si “La Batalla de Chile” puede ser catalogado como “el” documental del Golpe de Estado, o “Machuca” ser considerada como “la” película del exterminio de la democracia, asimismo “Milico”, (LOM, 2007) la última entrega del Premio Nacional de Literatura 2006 José Miguel Varas, también puede entrar en el selecto grupo de testimonios culturales icónicos de la época más oscura que Chile ha vivido en su historia republicana.
Esto porque, tal como en el documental y la película antedichos, con “Milico” surge una nueva mirada, que complementa y enriquece nuestra comprensión del suceso que dividió a Chile hasta nuestros días. En esta contundente novela se reproducen los mejores rasgos del ex cronista de TVN, rasgos que unen indisolublemente al periodista y al escritor (que “usan las mismas neuronas”, como el propio Varas dijo por ahí), unidos en la proporción justa, para que el relato no sea seco como un reporte, ni excesivamente fantasioso, como una ficción pura. Varas, como no puede ser de otra forma, vierte su vida a las páginas, dando un testimonio vivo del devenir de la clase media y política de buena parte del siglo XX.
En esta novela, el autor cuenta la historia de Jaime (Varas), periodista bohemio y “bolchevique”, hijo del Coronel Román (Varas padre), a cuya muerte y funerales, asistimos en este libro, y con quien el protagonista tuvo una relación tirante y distante. En el racconto de la vida de Jaime y su padre, Varas entonces hace su juego, reconstruye la vida del Chile de los años cincuenta en adelante, haciendo siempre guiños a la literatura de la que ha aprendido (como lo es el recuerdo de Manuel Rojas, como cajero del Hipódromo Chile, uno de las decenas de oficios que desempeñó el autor de “Hijo de ladrón”, que fue obrero, linotipista tipógrafo, entre otros).
La escritura y la presentación de los personajes de “Milico” (libro en el que Varas ha trabajado durante años) dejan en evidencia también el innegable peso que el escritor argentino Manuel Puig tiene en el autor. Varas ha aprendido la lección de Puig, y reproduce la mirada intimista y sincera de “Boquitas Pintadas” o “La traición de Rita Hayworth”, pero a la chilena. Así, el autor de “El correo de Bagdad” pinta con precisión estilográfica los personajes vivos y densos que marcaron la vida de Jaime Román, y a su padre, al tiempo en que el país cae en la zozobra más negra, y de la que, por supuesto, hay que informar a toda costa.
La similitud con Puig (entre otros atributos) otorga a esta novela del cuñado de René Largo Farías una característica fundamental, la inteligencia en el recuento, y la imparcial justeza en la mirada de un período de nuestra historia. “Milico” era, al parecer, una deuda pendiente de José Miguel Varas, quizás una forma de hacer las paces, no solamente con su padre, sino con un país entero que se transfiguró, y sobre cuyo sufrimiento, Varas basó su trabajo periodístico más sobresaliente.
Esta novela es importante, útil, buena, entretenida, quizás fundamental… elíjase el calificativo que se elija, sí es un aporte para tratar de entender ese suceso de nuestra historia que hoy nos tiene, todavía, sin entender mucho de lo que somos. Como un tenista que confirma con su saque un quiebre de servicio, José Miguel Varas confirma por qué es el reinante Premio Nacional de Literatura.



José Miguel Varas
“Milico”
LOM, 2007, Santiago, 366 págs.






*Publicado originalmente en El Periodista N° 140, 2 de noviembre de 2007

viernes, 19 de octubre de 2007

Un mexicano iluminado

Desde hace algunos años, el periodista y escritor mexicano Juan Villoro (1956) es sindicado como uno de los tres o cuatro narradores que están abriendo territorios nuevos en la literatura en lengua castellana. Reverenciado por miles (e imitado por otros tantos, entre ellos algunos chilenos, cómo no), este escritor, ganador del prestigioso Premio Herralde de novela, con su libro “El testigo”, se ha instalado, sin darle codazos a nadie, en el centro del escenario literario, especialmente del cuento, formato al que ha impuesto un sello personalísimo y contundente, que ha hecho brillar a este mexicano con colores propios entre los cuentistas de esta parte del mundo. Al menos en cuento, Villoro brilla como sus compatriotas Sergio Pitol en la novela, y José Emilio Pacheco en poesía.
Pero la edición del conjunto de ensayos “De eso se trata” (Ediciones UDP, 2007) nos entrega más evidencia de que no sólo estamos ante un escritor que se las arregla para imponer su ritmo y marcar la pauta con literatura de factura acabadísima y original, sino también ante un dignísimo heredero de la tradición intelectual mexicana, que aportó en gran medida al aggiornamento de la literatura y cultura del siglo XX latinoamericano, de la mano de intelectos como Alfonso Reyes, Carlos Monsiváis u Octavio Paz.
Esta recolección de ensayos, que abarcan un período generoso y amplio, desde el Renacimiento hasta nuestros días, es a todas luces un aporte; un libro que rompe también cierta tónica que tenía el sello literario de la UDP de concentrarse en diarios y cuadernos testimoniales. No es que estas ediciones hayan sido equivocadas, lo que sucede es que esta de Villoro es tremendamente importante y de un alcance muchísimo mayor que, por ejemplo, el detalle calendarizado de la jocosa y productiva cachondez (en términos literarios, entiéndase) de Claudio Bertoni.
Matías Rivas, quien según cuenta el propio Villoro en la noticia bibliográfica del libro, invitó al escritor a materializar este libro, junto al inquieto y hacendoso Andrés Braithwaite, editor del conjunto, también merecen algo del crédito, pues han contribuido a formar el corpus literario que seguramente se revisará acá por un buen tiempo en aulas y bibliotecas (a no olvidar el libro que la misma UDP editó del crítico español Ignacio Echevarría), y, esperemos, también más allá de las fronteras chilenas, pues sépase que este libro no tiene nada que envidiar a los del mediático y ultramanoseado crítico estadounidense Harold Bloom.
Este meritorio volumen quizás habría merecido el bombo y rimbombancia que muchos libros de escasa monta reciben en la Feria Internacional del Libro de Santiago (aunque ahí se corre el riesgo de su farandulización… en fin), y aunque ya destaca en la escena literaria criolla (según trascendidos de los que se ha enterado quien suscribe), es de esperar que permee algo más que el diminuto espectro literario chileno. De eso se trata.


Juan Villoro
“De eso se trata. Ensayos literarios”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2007, 306 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 139, 19 de octubre de 2007

sábado, 6 de octubre de 2007

La obsesión de retratar

“Dios es chileno” es el nombre de un conjunto de crónicas que recientemente ha puesto en el mercado la editorial Planeta. En la presentación del volumen (en el que no participan solamente periodistas), Sergio Gómez, el editor a cargo, sindica a estas crónicas como “ejemplo arbitrario del mejor periodismo literario de la actualidad”, y si bien el libro reúne a plumas connotadas y de moda, que presentan relatos sugestivos y atrapantes, ante esa entusiasta y vehemente aseveración hay que presentar unos cuantos reparos.
Primero, el título, sin mayor asidero, notoriamente antojadizo, arbitrario como señala el editor en sus palabras iniciales. Sin ton ni son, tratando de imitar un argentinismo, que, dicho sea de paso, es un pueblo que sí ha sabido narrar sus vicisitudes, bastante más sabrosas y exitosas que las nuestras. Hay un tufillo a improvisación, visos de apuro, quizás.
Segundo, algo más grave, cuando se señala olímpicamente que este volumen contiene “el mejor periodismo literario del momento”, unas cuantas pifias y fallas, que denotan una edición floja, descuidada y poco digna del “mejor periodismo literario del momento”. Pruebas al canto: en el ensayo (que hasta donde uno sabe es un género literario, no periodístico) del dramaturgo Marco Antonio de la Parra se habla del “Colo Colo de 1972, el que llegó a la final de la Copa Libertadores”, cuando el cuadro albo de Caszely, Véliz, “Chamaco” Valdés y compañía, disputó la final del máximo torneo continental a nivel de clubes contra Independiente de Avellaneda, a mediados de 1973, a escasos dos meses del golpe de Estado que instalaría el horror en Chile. Seguimos con el equipo popular; en la sabrosa crónica del periodista Luis Miranda Valderrama, “El hincha fantasma”, un personaje del relato vocea “steakers del albo campeón”, cuando la palabra correcta es stickers. Steakers sería algo así como “bistequeros” (de bistec, steak en inglés) y no “calcomanía” o “autoadhesivo”.
Las pifias antedichas pueden ser nimias en el papel, pero en efecto no lo son, si con tanta pompa y arrebato se presenta este libro como “el mejor periodismo literario del momento”. Lo cierto que este “mejor periodismo” tuvo una edición que no dio el ancho, y que le hizo un flaco favor a algunos antologados, y, por ende, al conjunto en su totalidad, pues el mejor periodismo debe serlo en fondo, pero también en forma. El libro es un conjunto de sandías caladas, es verdad, pero confiar ciegamente en esto, es una apuesta riesgosa, y que en este caso, Sergio Gómez perdió. Sin querer (esperamos), Sergio Gómez también retrata, en carne propia, la identidad de algunos periodistas nacionales, que no corrigen con exhaustividad, y que de inglés, poco y nada.
Con todo, este libro es un simpático entremés, un dulce masticable que se consume en un par de horas (un viaje en Transantiago o a la espera del dentista, quizás), y que luego comparte el mismo destino de todos los que antes cayeron en la misma tozuda e irresistible obsesión de retratar “lo nacional”, “nuestra idiosincrasia” o “cómo somos los chilenos”. En otras palabras, es muy probable que una vez leído este librito, su destino sea acumular polvo en los estantes, junto con sus parientes mayores, como “La cultura huachaca” de Pablo Huneuus, los libros de Jorge Siasia o los “Pescados capitales” de Fernando Villegas.



“Dios es chileno”
Edición a cargo de Sergio Gómez
Editorial Planeta, Santiago, 244 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 138, 5 de octubre de 2007

viernes, 21 de septiembre de 2007

Malú superstar

Malú Urriola (Santiago, 1967) actualmente vive momentos felices. Su cuarto libro, “Nada” (LOM, 2003) se llevó hace poco el Premio Municipal de Literatura 2004, en su modalidad poética. “Superstar sorprendente y deliberada”, como la califica Diamela Eltit en la generosa y algo enrevesada contraportada del poemario, no deja entrever mayor goce o jolgorio en su más reciente volumen de poemas.
En la página 94 del mismo, la autora resume de qué va (o iba a esas alturas) todo el resto de la obra: “Escribo a escondidas y me avergüenzo./ Lo que para otros es gloria, para mí es nada./ Nací para acaecer en medio de las noches./ Para contemplar la magnitud de los días./ El de hoy es amarillo, ni una nube cruza la tarde,/ no hay viento ni hace frío./ Nada soy y no tengo nada que ofrecerte,/ salvo estas insulsas palabras que bien podrían no importar./ Que son la luz y el ocaso de mis días”. Cosa poco frecuente en la crítica, la autora del libro le hace gran parte de la tarea a quien escribe estas líneas.
Vamos por parte. Partamos descartando lo que no es efectivo. “Nada soy y nada tengo que ofrecerte”. Ello es falso, Malú Urriola se consagró, a punta de verso rocanrrolero -cuyo retintín, ya algo obsoleto, sigue presente en esta obra-, dentro de la poesía chilena (no diré “femenina” u otra categoría antojadiza y efímera), y ciertamente que ha ofrecido algo, y que hoy también ofrece algo, una reflexión no grave, no densa de lo que vive una poeta, de la vida de una poeta particular de Santiago de Chile. No da para juicio acerca de la poesía, pues acá hay retazos, impresiones, pinceladas íntimas sobre la palabra, sazonadas con sendos oh, my god, Paradise, Ocean Pacific, etcétera.
“Escribo a escondidas y me avergüenzo./ Lo que para otros es gloria, para mí es nada./ Nací para acaecer en medio de las noches./ Para contemplar la magnitud de los días”. Efectivamente, Malú Urriola da la impresión de adoptar una postura estilo “yo la peor de todas”, poniendo en duda, o por lo menos en perspectiva, su escritura poética. Recalco el “su”, porque Urriola no ha dado señas de salir de un intimismo que permita tildar de “universales” -aunque quede grande el vocablo-, o al menos de “amplio espectro” estas reflexiones acerca del oficio del poeta.
Incluso más, vienen de perillas las palabras de Enrique Lihn (que ciertamente Malú Urriola ha de tener entre sus lecturas de cabecera, porque se nota): “Si se ha de escribir correctamente poesía/ no basta con sentirse desfallecer en el jardín/ bajo el peso concertado del alma o lo que fuere/ y del célebre crepúsculo o lo que fuere”. La autora no aloja ni roza la lucidez genial de Lihn (en realidad ¿quién lo hace o puede hacerlo hoy?), “envidiándole el no a este ejercicio” a Rimbaud. En buenas cuentas, Malú Urriola no es una Bartleby, está condenada a escribir, aunque le pese, aunque lo único que rescate sea la perspectiva de levantarse por la mañana y contemplar el día hasta su ocaso.
“(…)estas insulsas palabras que bien podrían no importar”. Quedó claro que a alguien le importaron estas palabras. Tanto como para premiarlas. Pero hay que señalar que, a la luz de la lectura de “Nada”, este verso de Malú Urriola no es del todo desacertado. La repetitiva variedad de menciones a lo que sería la palabra, le da vaguedad al conjunto, mucho abarcar para poco apretar. Poco se puede sacar en limpio. Retomando la contraportada de Diamela Eltit: “la escritura es interrogada acuciosamente”, pero, ¿qué resulta de esta pesquisa? ¿que la autora solamente valora los días y sus noches?
Entonces, hay que hacer distinciones. La primera es que lo interrogado o lo señalado con el dedo por la Urriola no es la palabra, la poesía, la literatura, o cómo ella nace, sino la vida misma del ser humano en esta vida “posmo”. Malú Urriola logra eso con una buena dosis de imágenes notables y con más de algún pensamiento bien hilado, bien articulado, que da cuenta de que la autora no es una mera “posmoderna muchacha”, que se le pasa todo delante de las narices sin pensar. Luego, su valor será aquél, el ser una mirada, un testimonio de vida, no pesado, no viscoso, desprovisto de pretensiones de inmortalidad, bronces o laureles, lo que, por cierto, siempre se agradece. Sin embargo, este “alivianamiento” del discurso no viene por recursos o técnicas que la autora haya usado deliberadamente, sino del hecho mismo de entregar una visión personal, con buen número de aciertos, y otro tanto de caídas.
En “Nada” hay algo, una superstar que, esperemos, siga avanzando y continúe en la siempre encomiable senda de la vigorosa poesía.


Malú Urriola
“Nada”
LOM, Santiago, 2003, 101 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 137, 21 de septiembre de 2007

viernes, 7 de septiembre de 2007

El octogenario entusiasta

El poeta David Rosenmann-Taub celebra este año su cumpleaños número 80 en su ostracismo norteamericano, lejanía que no es en ningún caso inactividad, pues, como lo demuestra la editorial LOM, Rosenmann-Taub sigue trabajando. En esta ocasión, es “Auge” (LOM, 2007), el último libro de poemas de este multifacético y octogenario creador.
En este volumen (con un título que por estos días ha hecho levantar más de una ceja a la Contraloría General de la República), se mantienen prístinas las características que han hecho de la poesía de David Rosenmann-Taub, una de las más elogiadas de la actualidad; a saber, el uso exquisito, pero no arbitrario del lenguaje, y la profundidad que adquiere el poema por este rasgo. Hay “palabras raras”, añejas, desconocidas muchas de ellas, pero no porque el autor busque sumir al lector en una cortina de humo con vocablos en desuso, sino por un deseo genuino (aventuramos) de forzar la palabra al límite de lo posible y de lo tenue, con el ritmo y el sonido nunca descuidados.
Ahora Rosenmann-Taub da una vuelta de tuerca a su ajustadísima poesía, pues abre más su interioridad, incorporando una franqueza, que es expresada con la lucidez y el oficio de un maestro artesano. Un botón de muestra; “Yo podría haber sido otra persona,/ y otra persona, yo, que se codeara/ con el que yo sería:/ ¿fastidio?, ¿desconfianza?,/ o, peor todavía,/ ¿dudosa simpatía?”; o bien, “Yo rezo: ­­Poesía,/ aproxímate a mí:/ sé poesía.”
En el pasado, quien suscribe describió a David Rosenmann-Taub como “un poeta que domina a cabalidad la materia prima de la poesía, el lenguaje, y lo hace de tal forma que es capaz de construir estructuras mínimas y cuasi perfectas, propias de un trabajo que se ha ido destilando casi por medio siglo”. Pues bien, la nueva entrega de este vate, lejano y misterioso (hasta mítico, por la ayuda de sus amigos), no hace más que refrendar lo anterior, y confirmar que Rosenmann-Taub, a sus 80 años, sigue entregando su poesía única, rarísima, casi quirúrgica, esmerada y fina por sobre todas las cosas.



David Rosenmann-Taub
“Auge”
LOM, Santiago, 2007, 261 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 136, 7 de septiembre de 2007

viernes, 24 de agosto de 2007

Diamantes de Marín

El fraseo musical es, según señala la RAE “Cantar o ejecutar una pieza musical, deslindando bien las frases y expresándolas con nitidez y arte”. Lo mismo sucede al leer al escritor y editor Germán Marín (Santiago, 1934), especialmente su último libro “Basuras de Shanghai”, editado por Random House Mondadori, donde el propio Marín es editor, un conjunto de escritos que condensan muchas de las facetas literarias del autor de “La ola muerta”, pero que sobresalen por la industriosa combinación de un uso encomiable del lenguaje, y el fraseo antes mencionado, que hace que el libro no caiga nunca.
Fiel al estilo que lo ha distinguido con merecimientos en la literatura chilena, Marín no deja de lado la memoria, pero sin caer de lleno en la bitácora ni la autobiografía, borroneando la estrictez académica de los géneros literarios y también extraviando felizmente –tal como se aprecia en su última trilogía novelada-, los límites de lo real y lo ficticio, mezcla, que si bien está muy bien hecha, es sólo una de las cualidades de la escritura de Marín.
Así, surge este conjunto de relatos, que nos llevan a recorrer con una atrapante y divertida dialéctica la historia de Chile reciente, narrada (o hecha crónica, mejor) por el autor-personaje, que departe con Lihn, relata su encuentro con Augusto Pinochet, su ex instructor en la Escuela Militar, recrea su periplo chino (de ahí el título seguramente), o se va de putas en Cartagena, siempre ilustrando al lector, el proceso de creación de, quizás, las mismas líneas que repasa, y respondiendo siempre a esa sentencia que el propio Marín expresó en una entrevista hace una década, “no se escribe para el público, sino para saber por qué se escribe”.
Estas piezas literarias, que unidas forjan un sólido fraseo del mejor jazz, combinando estilos, humores oscuros, miradas, que se mantienen todas amarradas, siempre arriba. Es Germán Marín, indudablemente una de las plumas que se ubican muy por sobre quienes hoy en Chile escriben, un inexorable Premio Nacional de Literatura, un tutor de autores que lo admiran justa y a veces desmesuradamente (e.g. Rafael Gumucio); simplemente un gran escritor, que faltó a su promesa de dejar de escribir… afortunadamente.



Germán Marín
“Basuras de Shanghai”
Ed. Random House Mondadori, Santiago, 2007, 186 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 135, 24 de agosto de 2007

viernes, 10 de agosto de 2007

Adiós a las armas

Diamela Eltit (Santiago, 1949) ha sacado un nuevo libro, ¿qué implica esto? Ruido, interferencias, comentarios al paso, correveidiles, dimes y diretes; pues tal como sucede con Raúl Zurita, su ex pareja y compañero de andanzas artísticas, cada vez que Eltit edita un nuevo volumen, es como la voz de “a la carga”, tanto de quienes arremeten con todo contra la autora de “Lumpérica”, y en contrapartida quienes la defienden a brazo partido. Escaramuza repetida en nuestro liliputiense mundo literario criollo.
En esta ocasión es “Jamás el fuego nunca” (Seix Barral, 2007) la última entrega de esta autora, cuya lectura, digámoslo, no puede acometerse de buenas a primeras. La literatura de Diamela Eltit está rodeada por varios factores que la hacen riquísima y esencial, para algunos, y complicada y hasta pretenciosa en extremo, para otros. La razón de esta densidad (pongámoslo así) es la constante e irrenunciable apuesta que Diamela Eltit ha hecho por la integración de arte, literatura, vida y política. Así, es imposible quedar bien con Dios y con el diablo, y tampoco está en la autora la intención de hacerlo. Es más, la contratapa del libro contiene una invitación bastante poco atractiva para el lector de a pie, que vive apurado y no tolera platos demasiado fuertes. Claramente un volumen que no sería recomendable incluir en el peloteado “maletín literario” del Gobierno.
Pero lo que sí sucede con Diamela Eltit es que su presencia (con “textos duros, hermosamente crípticos” como certeramente describió el crítico Javier Edwards Renard) en las letras nacionales es a todas luces útil. Su escritura, si bien dista harto de tener la dulzura y accesibilidad de una educación sentimental, es un recorrido por ese lado de nuestra biografía social que poco nos gusta, pero que está ahí. En este caso es el repaso, mediante la óptica de una mujer mustia, agobiada por el espacio aplastante de una pieza, donde la derrota se respira como un miasma que es como el despertar de una pesadilla, de una realidad utópica, de sueños sociales y pasiones en zozobra constante. Diamela Eltit logra traspasar con éxito estas sensaciones de desastre, y el relato funciona. Como siempre, la autora no trepida en transferirle al lector una plétora de signos, símbolos y mensajes agudos, que son mucho más de lo que encierran las páginas de este volumen, difícil, pero ineludible; críptico, pero oportuno.



Diamela Eltit
“Jamás el fuego nunca”
Ed. Seix Barral, Santiago, 2007, 166 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 134, 10 de agosto de 2007

viernes, 27 de julio de 2007

Corto viaje hacia la noche

La muerte del poeta Gonzalo Millán, además de teñir especialmente de negro el 2006 literario (recordemos la partida de Stella Díaz Varín), sigue calando hondo en las editoriales nacionales, en particular a la de la Universidad Diego Portales. Antes de que se supiera el nefasto cáncer que terminó por causar el deceso del autor de “La ciudad”, este ya había publicado en este sello, y se aprestaba a lanzar otros volúmenes que compondrían una trilogía poética, que no sabemos si verá la luz. Igualmente, tras octubre, la editorial reeditó “Relación personal”, y hoy nos trae la obra final de Millán, su last, but not least, entrega.
Decir que Millán cierra con broche de oro con este “Veneno de escorpión azul” es, además de un cliché, una inexactitud, no porque la obra de Gonzalo Millán no haya sido relevante, sino porque la vida de poetas como Millán dista de poder cerrarse con un broche de oro. Sí Millán es sincero, y sigue el ejemplo de Lihn, de entregar una sinceridad total. Hacerlo de otro modo sería impropio, por la intachable elocuencia y contundencia de su poesía, la que estuvo siempre presente en el autor hasta sus últimos momentos.
Esta bitácora final se inicia el 20 de mayo de 2006 (fecha cercana a la entrevista que concedió a este medio) y culmina el 2 de octubre, 12 días antes de su muerte. Según se puede leer en las páginas de este libro, el aviso a Millán de que padecía cáncer de pulmón no fue un desafío para curarse, sino el inicio de los preparativos a una partida, que fue documentada en detalle por Millán, esto es, llenada de palabras, repletando cuadernos que hoy llegan a manos del lector. Gonzalo Millán no consigna todo lo que hace porque sí (toser, comer galletas, ir al Apumanque, hablar por teléfono, ser jurado de concursos de poesía, etc.) sino que lo hace para hacer lo que hizo en su obra inconfundiblemente, llenar de significado las palabras, y verter una pátina de trascendencia poética a su diario vivir, que en este libro se ve indefectiblemente trastocado por una macabra cuenta regresiva, ante la que no sirve lamentarse, sino alistarse, y no estar desocupado, ni dejar escapar cualquier verso, idea o imagen que transite por su mente.
Millán dice adiós en este libro, con dignidad y humanidad, con lenguaje preciso, y como siempre, con buena poesía.


Gonzalo Millán
“Veneno de escorpión azul”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2007, 321 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 133, 27 de julio de 2007
*Imagen: Francisco Javier Olea

viernes, 13 de julio de 2007

Nada más que la verdad

Si hubo alguien que capitaneó la intelectualidad occidental fue Susan Sontag (1933-2004), conspicua pensadora, ensayista, cineasta y activista estadounidense (más específicamente de Manhattan), fallecida hace dos años y medio. Hoy, la editorial Random House Mondadori nos presenta “Al mismo tiempo”, una serie de ensayos, introducciones y discursos de aceptación de algunos de los varios premios que jalonaron su eminencia intelectual.
Algo sucede cuando nos acercamos a personalidades como Sontag. Una vez superada la clara noción de estar frente a un peso pesado intelectual, producto de infinitas ávidas lecturas, y de la habilidad indispensable de vincular acontecimientos actuales y pensamientos punzantes, nos encontramos de frente con el ser humano que denota su hambre de conocer, de saber más, de humanizarse. Estos escritos son una muestra de aquello a lo que Susan Sontag consagró su vida, la persecución del conocimiento como estética, es decir, saber más para ser mejores.
De este volumen póstumo, destaca el ensayo que Sontag publicó en la revista The New Yorker, cuando el horror del 11 de septiembre de 2001 estaba aún muy fresco en la mente de los estadounidenses. En este escrito pone en entredicho el que los ataques a Nueva York hayan sido a “la libertad” o al “mundo libre”, señalando que eran la consecuencia de los actos de alianzas específicas que Estados Unidos había hecho. Así era Sontag, directa, fuerte, dura en casi todo momento, pero pocas veces desacertada, lo que naturalmente le granjeó tanto adeptos como enemigos.
Pero también este volumen no pasará inadvertido para los escritores, pues más allá de lo que se pueda decir de la narrativa de la propia Susan Sontag (una novelista fallida, muy a su pesar), sí es indiscutible que sabía bastante acerca de los lineamientos y proyectos de la literatura actual. Una píldora de su lucidez: “los escritores serios no sólo deberían expresarse de forma diferente del discurso de los medios de comunicación de masas, sino que deberían oponerse al zumbido comunitario de las noticias y los talk shows (…) los escritores deben liberarnos, estremecernos”.
Puede resumirse el afán intelectual de Susan Sontag en deseo irrenunciable de sacar a flote la verdad (término espinudo como pocos). Pero más que entrar en bizantinos debates acerca de qué puede ser la verdad, en el caso de Susan Sontag es sinceridad, expresada con una impecable elocuencia. Todo al mismo tiempo.



Susan Sontag
“Al mismo tiempo”
Ed. Random House Mondadori, Barcelona, 288 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 132, 13 de julio de 2007

viernes, 29 de junio de 2007

Lucidez, simpleza y brevedad

Un nuevo batazo editorial nos provee el crítico, docente, poeta y novelista Alejandro Zambra (Santiago, 1975), con su última producción “La vida privada de los árboles” (Anagrama, 2007), libro que sigue el camino de “Bonsái”, que puso a Zambra en el mapa no sólo de la literatura local, sino de Hispanoamérica. Este segundo libro, sin duda emparentado con el primero, ya termina por galvanizar a Zambra con una pátina de seguridad, la de un tipo que va en serio, con pantalones largos, y más focos sobre su rostro.
Antes de entrar en materia, es digno de destaque el hecho de que este volumen haya sido impreso en Chile. Lo habitual es que los libros de Editorial Anagrama, al ser importados, sean caros, lo que los hace o inalcanzables, u objetos de culto que se aprecian por lo penoso de adquirir. Pero esta tendencia de libros Anagrama impresos acá es un sanísimo y esperanzador indicador de que a futuro puede que no haya que gastar dinerales en las librerías chilenas o en su defecto, encargarle al viajero a Buenos Aires, el volumen que allá cuesta la mitad que acá. Ojalá que a Zambra sigan los Vila-Matas, Piglia, Auster, Ford, etc., para que el lector nacional acceda a la buena literatura a un precio decente.
Digresiones aparte, Zambra es un animal literario y no puede evitarlo. Y aunque seguramente esta aseveración lo incomodará un poco, dado su carácter reservado y silencioso, no le queda mal la definición. Su texto lo delata. Pero esta sabiduría no alcanza, felizmente, a opacar el verdadero valor de esta obra, su tenue, pero certera observación del diario vivir; cierta pincelada muy bien cuidada de las circunstancias del chileno común y corriente, en este caso, la de Julián, que espera a Verónica que llegue de su clase de dibujo, pero tarda demasiado.
El ínterin, Julián recorre pasajes de su vida, presentados con la habilidad del autor que hace que un racconto no sea un racconto, sino que simplemente incida, como una nota a pie de página. Ejemplos como este contribuyen a la calidad de esta breve novela, el hábil manejo de los tiempos, pero sustentados en un equilibrio tenue, más que correctamente armado; frágil a la vista, pero feliz a todas luces, con una sinceridad y justeza en el retrato que se agradece. Asimismo se aplaude la carencia total de embelecos, tretas y florituras, con las que los malos escritores suelen torturar al lector, ¿aprendió la lección de Raymond Carver? Seguramente, y lo sabe expresar sin ambages, esbozando el pasado, el presente y el futuro, personificados en Julián, Verónica y su hija Daniela, respectivamente.
Esta última novela de Alejandro Zambra tiene muchos puntos a favor, eso es claro. Lo que es claro también es que pasamos a otro Alejandro Zambra, del que ya no interesa si los autores que criticaba en LUN se vengarán de él, o si puede barajar ser profesor, poeta y comentarista de libros, y no morir en el intento. Este es otro Zambra, uno quizás superior, pero sí definitivamente confirmado, recio, que ya anda solo; no es ni promesa ni para tenerlo en carpeta. Veremos a dónde nos lleva.



Alejandro Zambra
“La vida privada de los árboles”
Ed. Anagrama, Barcelona, 2007, 117 págs.




*Publicado originalmente en El Periodista N° 131, 29 de junio de 2007

viernes, 15 de junio de 2007

Pagano total

El chileno medio (y en lo posible no tan desmemoriado) guarda ciertas imágenes cuando se le habla de Erick Pohlhammer (Santiago, 1955). Quizás la más recordada es el certero puñetazo que le propinó Django en el programa “Hablemos De…”, conducido por César Antonio Santis, y transmitido por TVN, donde el poeta, y en ese entonces popular juez de “¿Cuánto vale el Show?”, y el cantante español estaban invitados. Hay que señalar que en el momento en que Django asestó una contundente trompada que hizo que Pohlhammer quedara depositado tras un sillón, aquél se encontraba bajo las influencias del hipnotizador Tony Kamo, de gran popularidad en la televisión chilena de los noventa. Perdonará el lector las inexactitudes en la reconstrucción de este episodio, pues quien suscribe no pudo encontrar en YouTube la mentada pelotera, que se zanjó a la mañana siguiente en el set del programa de concursos de Chilevisión, con un sentido abrazo entre el vate y el intérprete de “Corazón mágico”.
Hoy ha vuelto Pohlhammer, y en el expediente del que quizás no debió haberse alejado demasiado: la poesía, actividad que le hizo un nombre con poemas como “Usted” y “Los Helicópteros” (particularmente significativo por el lamentable momento que Chile vivía a mediados de los ochenta). Las jóvenes, pero laboriosas Ediciones Bordura ofrecen “Vírgenes de Chile”, cuarto libro de este poeta, y su regreso luego de dos décadas de silencio editorial, permitiéndonos ver al mejor Pohlhammer, aquel que señaló en el algún momento que la poesía era un espacio de libertad absoluta.
“Vírgenes de Chile” es un más que un interesante y jocoso catastro de madonnas chilenas, pues lo que intenta Pohlahmmer en este libro es más que loable, el darle una vuelta de tuerca a la devoción, y ventilar con algo de frescura el recogimiento (y el dolor, por qué no) que significa pedirle favores a la Madre de Cristo. Y en esto el autor no se resta, pues en el poema “Virgen del Parque Forestal”, Pohlhammer pide la trascendencia, de forma más elocuente que en la cantidad de las livianas entrevistas publicadas del autor (donde se insiste hasta el hartazgo en que hable de fútbol y realities).
Erick Pohlhammer es otro heredero de Parra y su antipoesía. Su lenguaje lo delata. Sus temas lo delatan. Pero más importante aún, lo delatan su capacidad de tomar ese fierro caliente, y no quemarse, aportando versos y poemas pletóricos de certeras imágenes cotidianas, pero construidas con un lenguaje habitual, hábilmente adornado, que les otorga mayor durabilidad. Bien por esta vuelta de Pohlhammer (no tanto así por sus entrevistas, sin ton ni son la mayoría de ellas), es la vuelta de un poeta más que un personaje; de un artista, más que de un payaso.



Erick Pohlhammer
“Vírgenes de Chile”
Ediciones Bordura, Santiago, 2007, 57 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 130, 15 de junio de 2007

viernes, 1 de junio de 2007

La edad de la inocencia

Noticias frescas de Violeta Quevedo llegaron, como suele pasar, desde el extranjero, más específicamente de parte del afamado escritor argentino César Aira, quien en su “Diccionario de escritores latinoamericanos” (2001) dedica líneas a una de las plumas más enigmáticas que ha existido en la literatura nacional, Rita Salas Subercaseaux (1882-1965), alias Violeta Quevedo.
Hoy Ediciones B hace un nuevo esfuerzo por dar a conocer a esta desatendida autora (tarea que ya había emprendido antes Eduardo Anguita), cuya obra pareciera destacarse, -y así lo hacen ver quienes prologan este volumen-, no por lo conmovedor que pudiera ser la inocencia con que Violeta Quevedo percibió el mundo en que le tocó vivir, sino por ese sincretismo único, que con el genio de la simpleza, ilustra mejor que las teorías y dogmas más pintados. Y aunque no es difícil confundir esta devoción con superchería, hacerlo sería un error garrafal. Como también lo sería quedarse sólo con el encanto y diversión que estas páginas aportan a quien lee.
“Cuál no sería mi sorpresa…” (Ediciones B, 2007), más que oportuna recopilación de la obra de Violeta Quevedo, cumple la misión que tienen todos los buenos libros: llenar vacíos, y caramba que los hay en la olvidadiza literatura chilena. Eliminar lagunas, refrescar memorias y reflotar páginas olvidadas es uno de los desafíos pendientes (sino el más), y doble es el gusto si es que se hace con dineros públicos.
La agudeza suele mostrase con ropajes originales y sencillos, los que en el caso de Violeta Quevedo ya son casi una quintaesencia; la misma quintaesencia que se puede encontrar en la correspondencia de Boquitas Pintadas, de Manuel Puig. Originalidad y sencillez que no se logran si se proponen, que no se logran a menos que esa sea la materia prima de la que esté hecha nuestra cosmogonía, como sucedía con Violeta Quevedo, para quien todo se basaba en la Providencia y milagros, con salidas y frases (“la torre de Pisa es gótica por dentro e inclinada por fuera”) que encontramos en los niños simpáticos y despiertos, y que hicieron posible que esos escritos fueran publicados en libro, y admirados por Edwards Bello, Anguita y César Aira, y ahora por los chilenos del siglo XXI.


Violeta Quevedo
“Cuál no sería mi sorpresa…”
Ediciones B, Santiago, 2007, 263 págs.




*Publicado originalmente en El Periodista N° 129, 1 de junio de 2007



viernes, 18 de mayo de 2007

El Súper Estrella de Chile

Raúl Zurita (Santiago, 1951) da que hablar, de eso no cabe duda. Así fue en el pasado, y así ha sido también ahora en lo que va corrido de siglo XXI, desde el bullado otorgamiento que se le hizo del Premio Nacional de Literatura en el año 2000, pasando por la publicación de su libro “Poemas Militantes”, la antología “Cantares” -que también fue comidillo de aquellos que desafortunadamente nunca faltan, y gozan echándole pelos a la sopa-, hasta el público anuncio del autor del cese de su actividad literaria, dado el mal de Parkinson que lo aqueja.
A la luz de estos hechos, quizás ha sido una movida más que inteligente la reedición de “Purgatorio” por parte de las ediciones UDP, uno de los volúmenes más trascendentales de la obra de este poeta, y que no da pie a ningún tipo de ruido o habladuría extraliteraria. Es que este libro, publicado originalmente en 1979, es la materia prima con la que Zurita basó buena parte de su producción literaria posterior, y que es la mejor del ex CADA.
En Purgatorio se percibe, casi en estado salvaje, la acertada combinación de arte, poesía y desgarro. Y es que en los “libros dantescos” del autor (este, más Anteparaíso y La Vida Nueva), Zurita intenta la reconstrucción propia, un acto que además de destreza literaria, requiere de una buena cuota de valentía. Decir que este libro es un testimonio es, a la vez, verdadero y mezquino. Verdadero porque sí, el autor se vierte por completo en el texto, traslada su interioridad doblegada al papel; y mezquino, pues decir solamente que es un testimonio es tener la vista más que corta, pues Purgatorio es, por sí solo, y también en unión con Anteparaíso y La Vida Nueva, un ensemble que forma parte de las páginas poéticas más relevantes de la poesía chilena de las últimas décadas, junto con “La Ciudad” del recordado Gonzalo Millán, y la poesía de Juan Luis Martínez. Y esto no es porque se diga en estas líneas, sino que se ve claramente en la obra de poetas harto posteriores a Zurita. Por ejemplo, en una gota de sangre “poética” de autores como Héctor Hernández Montecinos, fácilmente se pueden rastrear plaquetas y glóbulos verbales que llevan inscritos el ADN de poemas como “El Desierto de Atacama” o “Pastoral de Chile”.
Se intuye –y se espera-, que los próximos volúmenes a publicar serán, efectivamente, las reediciones de Anteparaíso y La Vida Nueva; sería la jugada obvia, puesto que, antes que publicar libros nuevos de Raúl Zurita, mucho mejor es reeditar sus antiguos (sandías caladas, si se quiere), aquellos que superaron por sí solos, con gran y novedosa poesía, todas las acciones de arte, mejillas quemadas, prólogos de antologías, galardones cuestionados y dimes y diretes en general, y que pusieron a Raúl Zurita en el lugar que hoy ocupa, bien al centro de la poesía chilena, y con buenos argumentos, como este Purgatorio, que ha nacido de nuevo.



Raúl Zurita
“Purgatorio”
Ediciones UDP, Santiago, 2007, 61 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 128, 18 de mayo de 2007

sábado, 5 de mayo de 2007

Entre el bife chorizo y milonga

Hace no mucho tiempo está en librerías el libro que reúne los cuentos completos del escritor argentino Antonio Di Benedetto (1922-1986). Esto, para quienes tienen nociones acerca de las grandes plumas de Latinoamérica, podrá ser algo medianamente comprensible; pero para el gran público no significa mucho. Pues bien, sépase que la aparición de este libro (o en estricto rigor su cruce de Los Andes) es un importante hecho editorial, que abre a los chilenos la posibilidad de conocer a uno de los autores más singulares la literatura contemporánea de nuestro continente. Esto último va especialmente dedicado a quienes pasarán los días feriados venideros (lunes 21 de mayo ad portas) en Buenos Aires, Mendoza u otra ciudad trasandina. Si bien el libro de Di Benedetto está acá, su alto precio lo hace casi sólo accesible, no a los más adinerados, sino a aquellos fieles que no ven en un alto desembolso de dinero un obstáculo para llegar a la literatura que ansían. En resumen, si usted es uno de los afortunados que paseará por las librerías de calle Corrientes, tenga en cuenta, entre el bife chorizo y el partido de Boca o River, a Antonio Di Benedetto, editado por Adriana Hidalgo editora.
¿Por qué debería el lector interrumpir los capelettis, la pizza o la compra de la prenda de cuero? ¿por qué debería el lector fijarse en este periodista mendocino, que fue secuestrado y luego encarcelado por agentes de la dictadura militar argentina en 1976? Pues una de las respuestas que saltan espontáneas ante estas preguntas es que Antonio Di Benedetto fue un escritor que abrió nuevos territorios en la literatura, a la altura de un Arlt e incluso un Borges, sin recibir en vida los reconocimientos que bien merecía; los que llegan, en no poca medida, con la edición de estos Cuentos Completos.
Admirado por Roberto Bolaño (quien se basó en Di Benedetto al crear al protagonista de su célebre relato “Sensini”), Antonio Di Benedetto creó una narrativa exacta, efectiva y potente como pocas. Lacónica, sin hacer perder el tiempo con embelecos ni florituras, sus novelas (donde sobresale “Zama”) y estos cuentos son el reflejo de lo sorprendente y tremendamente renovadora que puede ser la obra de un escritor en evolución constante, además de confirmar que la mayoría de los mejores narradores del siglo XX nacieron allende los Andes. En Argentina, las reediciones de la obra de este autor fueron recibidas con la felicidad de un deseo largamente postergado. En Chile idealmente debería suceder algo similar, pues se pone al alcance del lector uno de los más trascendentales autores de la lengua castellana de las últimas décadas. Basta y sobra para tenerlo en cuenta entre el alfajor Havanna y la milonga en La Boca.



Antonio Di Benedetto
“Cuentos completos”
Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2006, 705 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 127, 4 de mayo de 2007

viernes, 27 de abril de 2007

Haciendo Justicia

Una de las deudas pendientes que el mercado editorial tenía con la poesía chilena del siglo XX era la reedición de la obra poética de Alberto Rubio Riesco (1928-2001). Si bien se saldó una de ellas, queda todavía un largo débito para con los poetas más anónimos que llenaron de gracia las letras nacionales. Pero viendo la parte llena del vaso, más que bienvenida es esta “Poesía Reunida” (Ediciones UDP, 2007), una reparación más que necesaria con la obra de uno de los poetas más silenciosos que escribió en Chile.
Para hablar de la poesía de Alberto Rubio, debemos remitirnos no a la llamada Generación del 50, sino a un subgrupo más reducido y específico, compuesto de tres poetas: el propio Rubio, David Rosenmann-Taub y Armando Uribe, que comparten un contexto más específico y una escritura similar (signada por las formas y metros clásicos, adaptados al propio momento de los autores). Los dos primeros, hay que decirlo, existen y son conocidos casi por entera obra y gracia de Uribe, quien se ha encargado de difundir, con no poco entusiasmo la obra de sus cofrades. Y hay que decir también, que ambos lo superan en materia poética. Pasa con Rosenmann y pasa con Rubio (con quien compartió las aulas de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile), poetas más desconocidos, que se situaron exclusivamente en el silencioso oficio de la palabra, antes que incursionar en ámbitos más bullados, como la política y el comentario de la misma, como lo hizo Armando Uribe.
En el prólogo del libro, el poeta Juan Cristóbal Romero señala que hay rasgos en “La greda vasija” que anticipan “Poemas y antipoemas”, de Nicanor Parra. Esto no es así. Sí hay un alejamiento de lo nerudiano, pero Rubio y Parra no pueden estar más alejados entre sí, esencialmente por la forma. Ambos libros son incomparables, pues tal como Parra, la poesía de Rubio se alejó en ese momento del canon establecido por Neftalí Reyes. No anticipa la obra capital parriana, sino que va a unirse a ese séquito de libros sorprendentes y exquisitos como “Cortejo y epinicio” y “Los surcos inundados”, de Rosenmann-Taub, el Réquiem de Humberto Díaz Casanueva, o varios pasajes de Rosamel del Valle, entre otros.
Pero esta crítica es en sí misma otro feliz efecto de la reedición de la obra de Alberto Rubio, el que vuelva a hablarse de poetas como Rubio es la gran virtud de la reedición de sus obras, el sacarlas del olvido. Se ha elogiado este objetivo que tienen las ediciones de la UDP, y el mismo se mantiene. Se le ha hecho justicia a Alberto Rubio, esperemos que no sea el último.



Alberto Rubio
“Poesía Reunida”
Ediciones UDP, Santiago, 2007, 111 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 126, 20 de abril de 2007

viernes, 13 de abril de 2007

Un río interminable y caudaloso


Hace un tiempo, quien suscribe tuvo la oportunidad de comentar otro libro del singular poeta Héctor Hernández Montecinos (Santiago, 1979), “El barro lírico de los mundos interiores más oscuros que la luz” (Contrabando del bando en contra, 2003), y en esa ocasión se señalaron unas cuantas cosas que podrían servir al lector para armar un identikit del autor. Como la idea no es dejar en penumbras al lector, pero tampoco repetir al pie de la letra lo ya escrito, vayan unos highlights de la crítica previa. Leer a este poeta es una experiencia en sí misma, y estar desprovisto de algunos referentes no es lo más recomendable. Segundo, que su escritura es de una singularidad que la distingue del resto de la lírica joven chilena, y que, pasado el tiempo, hace que hoy unos cuantos jóvenes que hacen sus primeras armas en poesía sigan las formas de Hernández. Tercero, Hernández mantiene intactas tanto su capacidad literaria así como su sapiencia lingüística.
Vamos ahora a [Coma] (MANTRA editorial, 2006), libro que es parte de una saga que Hernández inició hace años con “Este libro se llama como el que yo una vez escribí”, prosiguió con “El barro…” y supuestamente culmina con el presente volumen. Mencionemos primero algunas encomiables mejoras en la edición; uno: páginas numeradas (su ausencia era inexcusable) dos: una edición cuidada, con una tipografía y tipo de papel que hace de MANTRA el escalón superior a “Contrabando…” tres: índice, lo que finalmente hace notar que las ediciones de Héctor Hernández al fin se pusieron pantalones largos, y le hacen un servicio a su propia poesía, antes que un autogol.
Luego, el texto. Un sello indeleble de que este libro se parece a los dos anteriores es la presencia copiosa de esa expresión desbocada, brutal e interior que plasma el autor en un gran porcentaje del volumen. Claramente Hernández es su propia escritura, y lo hace saber al lector. Y, hay que decirlo, tras leer cerca de mil (!) páginas de escritura parecida, ya cae algo pesada. Pero bien se ha dicho por ahí (de boca de Raúl Zurita, si la memoria no traiciona) que la obra de los poetas se salva por un puñado de poemas de gran calidad, lo que queda refrendado en este libro, específicamente en la sección “La aparición del día”. Acá es posible ver a un Héctor Hernández que puede superar ese relato verborreico, desesperado y violento de su yo, su literatura y sus circunstancias (solapa de este libro incluida) y saca a la luz poesía de alto vuelo, invencible al tiempo, galvanizada de una pátina de suficiencia que es perfectamente capaz de llegar e impactar al “gran público”. Esos versos de alto vuelo que asomaron en los volúmenes anteriores, hoy encuentran más espacio y un fulgor y calidad también mayores, en vez de rizar el rizo del discurso personal y delirante.
Lo anterior se suma a otra gran cualidad de esta poesía, y de la de muchos a los poetas que en la actualidad escriben o editan: la acuciosa revisión y reescritura de la poesía chilena del siglo XX. Hernández Montecinos tiene por delante un futuro escritural ajetreado, pues es una de las plumas más movidas, abundantes e inquietas de la poesía actual. Con él no nos quedaremos cortos de versos, y si se mantiene la tendencia, más pepitas de oro quedarán luego de lavar ese río interminable y caudaloso que es la poesía de Héctor Hernández Montecinos.



Héctor Hernández Montecinos
“[Coma]”
MANTRA Editorial, Santiago, 2006, 379 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 125, 5 de abril de 2007

viernes, 30 de marzo de 2007

Jesús es una pílsener


Si se permite la licencia, en estas líneas quedará más o menos claro que el libro de Claudio Bertoni “En qué quedamos” es casi una excusa para hablar de una nueva y feliz estación en la esforzada labor editorial poética chilena. Y es que este último libro del poeta desgreñado de Concón es editado por un sello debutante, Ediciones Bordura (edicionesbordura@gmail.com). Ya antes se han comentado y ensalzado con no poco entusiasmo las apariciones de nuevas editoriales, generalmente hechas a pulso y con esfuerzo tesonero por los idealistas que se meten en esa camisa de once varas que significa editar poesía en un país como Chile. Muchos –pasa lo mismo con las revistas-, caen a poco andar. Y si bien, Ediciones Bordura corre el mismo riesgo (roguemos que no), bien vale destacar un par de cosas.
Este libro es un ejemplo de lo que muchas editoriales con más “credenciales” debieran tomar en cuenta a la hora de editar libros. Lo primero, un diseño agradable y limpio. Se nota que hay preocupación por la apariencia del libro, tarea que no todos cumplen, y menos lo hacen a un nivel tan satisfactorio. Lo segundo, el cuidado de la edición, que va mucho más allá de entregar un texto sin faltas. Hay un índice, lo que se agradece, hay una tipografía y un tipo de papel acogedores a vista y tacto. En definitiva hay trabajo, y las ganas de entregar un producto de calidad.
Pero como todo no puede ser perfecto, hay también algunos deslices, por ejemplo, el poema “Algo” dice: “(…) en la esquina de Huérfanos y Banderas (…)”, cuando el nombre correcto de la calle es Bandera. O bien algunos queísmos que vagan por algunas páginas. Esto puede parecer un detalle fútil, pero dado el alto estándar de calidad del producto, bien vale señalarlo. Ahora, yendo al texto mismo, la poesía de Bertoni es, hoy por hoy, sandía calada. Hay garantía de sabor, de picardía, de ingenio, de humor, de potos, de tetas y penes erectos aterrizados en el contexto de todos los días de todos (o casi todos) los chilenos. El lenguaje de la tribu, si se quiere.
Claudio Bertoni es una de las más ilustres caras de la herencia antipoética parriana, en su vertiente cachonda (“guachaca” dirían por ahí) y genial, con versos como estos: “Una/ Pílsener/ En el desierto/ Es un regalo/ De Dios// Jesús/ Estuvo en/ El desierto// Y/ Como/ Jesús es/ Un regalo/ De Dios// Jesús/ Es una/ Pílsener.
En resumen, bien por Ediciones Bordura, partieron bien, pero como dice el propio Bertoni en este libro “Mozart tuvo la típica partida del caballo inglés// Y la llegada del burro”. Ojalá que Ediciones Bordura no corra la misma suerte. En cuanto a Claudio Bertoni, esa es otra cosa, pues “fue caballo inglés toda la vida”, al menos mientras ha escrito poesía.

Claudio Bertoni
“En qué quedamos”
Ediciones Bordura, Santiago, 2007, 60 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 124, 23 de marzo de 2007

martes, 13 de marzo de 2007

Blusero porteño


Carlos Henrickson (Santiago, 1974) es un poeta poco conocido en el medio chileno, mas no por ello inactivo. Su palmarés, reproducido en una solapa donde además se incluye una poco favorable foto del autor, cuenta con unos cuantos logros en el plano editorial, como libros y plaquettes propios, además de la preparación de una antología de poetas de Valparaíso (sin ir más lejos ocupó –u ocupa- el cargo de secretario del capítulo porteño de la SECH) y la traducción de poemas de Tristan Corbière.

Harto más acá del puerto, Ediciones del Temple lanza al ruedo “An Old Blues Songbook”, un conjunto de 53 poemas más que correctos, donde la palabra fluye con un ritmo poco acompasado, pero no sin una densidad que permita la “licencia” de descuidar la cadencia. Sin caer en una prosa poética grandilocuente y hueca, el autor logra plasmar un lenguaje bien adornado, aunque por momentos tropieza ya sea por la falta de ritmo, o por cierta imprecisa colocación de algunos versos, o bien por una descuidada puntuación (exceso de comas, básicamente) en ciertos poemas, que atentan contra el denso discurso que Carlos Henrickson transmite.

Sin embargo, el autor nos entrega un conjunto de poemas donde la referencia musical del título, y las múltiples referencias a la poesía que hay en el texto son una suerte de excusa, un medio para graficar todo un desagarrado sentimiento que pareciera incubarse mientras se escucha el rasgueo contundente de una guitarra blusera. Lo señala claramente el propio autor “(..)no hay/ consideraciones estéticas, música ni poesía en esto”. La nostalgia, el desamparo citadino y el desgarro del hombre son el escenario en el que el blues es una adecuada música de fondo.

Con todo, hay que prestar atención a este libro, que a pesar de sus pifias, ilustra la voz potente de un autor que tiene todo un cancionero que verter sobre él mismo y sus circunstancias. Lo ha hecho acá, con un rasgueo llamativo, interesante, y a pesar de desafinar en algunas ocasiones, hay que estar al pendiente de la próxima tonada que nos regale el blusero porteño, Carlos Henrickson.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 123, 9 de marzo de 2007

viernes, 2 de febrero de 2007

Entre toque de queda y showbusiness

Hablar sobre antologías en Chile no es fácil. Una de las polémicas más insignes de la historia de la poesía chilena se suscitó por una antología notable (aquella famosa editada en los treinta por los “preciosos ridículos” Anguita y Teitelboim), y otras no tanto (como Zurita y sus “Cantares”). Hoy una nueva colección de obras poéticas sale al ruedo, la antología “Diecinueve. Poetas chilenos de los noventa” (JC Sáez editor, 2006), compuesta por la académica Francisca Lange Valdés.Quienes conocen a la mencionada compiladora (quien suscribe y la gran mayoría de los “poetas chilenos de los noventa”) saben el largo camino que ha debido recorrer esta antología para hacerse realidad. Años han pasado hasta que este libro puede estar hoy en nuestras manos, lapso en que no poca expectativa se generó en el concierto de vates chilenos que hoy rondan las cuatro décadas de edad. Para entrar en materia, primero hay que señalar que la aparición de todas las antologías es buena. Es mejor que existan a que no existan, incluso las mal hechas. Le hacen un favor a la obra de los buenos poetas (la de los malos se olvida sola) y a veces tenemos el placer de encontrarnos con alguien que sabe elegir. En este mismo sentido, a la hora de comentar este tipo de compilaciones, lo que se reseña principalmente es el criterio de selección del antologador. Francisca Lange, docente con abundantes credenciales, y muy al corriente del quehacer poético de sus coetáneos, aporta un prólogo más que interesante y completo, pues hay que señalar que estos poetas no son “en el aire”, sino que los define indefectiblemente la coyuntura en la que crecieron y se desarrollaron tanto como personas, así como escritores, esto es la dictadura del recientemente fallecido Augusto Pinochet. Lange rescata en su prólogo toda esta dimensión, reparando detenida y acertadamente en aspectos de la cultura popular de la época, que más allá de la mal entendida nostalgia, es necesario desentrañar para entender cómo se definió la cultura chilena de los años posteriores hasta hoy. Luego selecciona diecinueve autores, quienes en su conjunto dan cuenta de que existe una generación robusta -forjada al fuego del showbusiness y capitales padres poéticos como Nicanor Parra, Enrique Lihn, Gonzalo Millán, Rodrigo Lira y Juan Luis Martínez-, compuesta de grandes autores. Botones de muestra: Javier Bello, Alejandro Zambra, Leonardo Sanhueza, entre otros, nombres que hoy son representantes activos (varios de ellos le hacen un grandísimo servicio a la cultura nacional con la labor editorial que realizan), pujantes y calificados de la joven poesía chilena. Extraña es la ausencia de Germán Carrasco, hoy “exiliado” en Argentina, pero igual un nombre determinante del período, u otros que han sido citados en otras recolecciones, como Cristián Gómez, Rodrigo Rojas o Damsi Figueroa, mas Francisca Lange prefiere no hacer mayor aspaviento al respecto, pero quizás tenerlos en cuenta en el futuro no esté demás. Con todo, este libro es una rica y más que recomendable muestra de uno de los mejores ámbitos de nuestra literatura: los poetas.


“Diecinueve. Poetas chilenos de los noventa”
Selección de Francisca Lange Valdés
JC Sáez editor, Santiago, 2006, 429 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 122, 27 de enero de 2007

lunes, 15 de enero de 2007

Pidiendo Pista

La muerte ronda por los alrededores de la poesía chilena. Se han dado en los últimos meses algunas “bajadas de cortina” de vates de renombre, y coincidentemente premiados con el máximo galardón de las letras criollas. Uno de ellos es Raúl Zurita, pero en ese caso la caída de telón es totalmente comprensible dada la notoriamente menoscabada salud del autor de Anteparaíso (basta revisar su turbadora entrevista con Cristián Warnken en “Una belleza nueva”), pero en el caso del “poetícola” (como le gusta llamar a los poetas) Armando Uribe ya el tema es más un emborrachamiento de perdiz más que nada. Una suerte de “Pedrito y el lobo” hecho poesía.
Si bien varios de los incondicionales adeptos del desdentado abogado temen un deceso inminente (claramente el hombre no es inmortal), Uribe (o quizás sus editores) ha sabido aprovecharse del pánico para sacar al mercado cuanto poema, escrito o garabato tenga atesorado en su departamento ubicado frente al Parque Forestal. Así, LOM suma un libro más al abultado repertorio que existe del Premio Nacional de Literatura 2004 en nuestras librerías con “De Muerte”, un diario en verso donde el autor vuelve a escribir sobre lo que ha escrito hasta el hartazgo en estos últimos años (especialmente en la última década en adelante, cuando se deja de mandarle cartas abiertas al dictador y al presidente de turno para zambullirse en la poesía), esto es, la muerte y la constante autoflagelación de su precaria condición humana y mortal, siempre con el mismo expediente, el mismo estilo de verso, siempre con Catulo en el horizonte y siempre causando el mismo efecto. Decir “más de lo mismo” no es enteramente correcto, pues, mal que mal el autor es un poeta que tiene altura en la poesía chilena, pero pega en el palo.
Al paso que vamos, este será solamente uno más de las decenas de libros por venir que se publicarán de la poesía de Armando Uribe, un poeta que en su obra “pide pista” a gritos, pero que, dada ya la sobreabundancia de nuevos títulos que salen periódicamente al pequeño ruedo literario nacional, pareciera estar más vivo que nunca. Pero ojo, no sucede ni lo uno ni lo otro. Pero los libros quedan, y de Armando Uribe quedarán bastantes.


Armando Uribe
“De nada. Diario en verso”
LOM, Santiago, 2006, 183 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 121, 12 de enero de 2007