viernes, 11 de abril de 2008

Saliendo del horroroso Chile

Afortunadamente, la cruzada de reedición y rescate de los libros del poeta nacional Enrique Lihn (1929-1988) sigue adelante, firme e indomeñable. Las ediciones de la Universidad Diego Portales, responsables de tan meritoria tarea, entregan el cuarto libro de Lihn (ya fueron reeditados “El Paseo Ahumada”, “La pieza oscura” y “Una nota estridente”). Ya se señaló con anterioridad la utilidad de esta labor, y repetirla sería un derroche de tinta. Que sigan viniendo Lihn, que nadie los detenga.

Yendo al texto mismo, “Poesía de paso” (1966, Premio Casa de Las Américas ese mismo año) es un libro bisagra en la obra de Enrique Lihn. Consagrado ya con “La pieza oscura”, el poeta inicia el ciclo de sus libros de viaje, que rompen con el verso famoso “nunca salí del horroroso Chile”, que aunque está incluido en “A partir de Manhattan”, publicado trece años después de “Poesía de paso”, retrata con la agudeza habitual los sentimientos del poeta, que hasta los 35 años no hubo de usar su pasaporte. En los periplos europeos de Lihn se generan giros interesantes en su obra, uno de ellos es el nacimiento de la misteriosa Nathalie, amour de plume del autor, y como siempre, la personificación del amor-dolor, un amor de recuerdo doloroso, de lecciones aprendidas no sin sangre, de desencuentros que existen solamente en los textos de Enrique Lihn.
Como sucede con la mejor poesía, su lectura siempre revela nuevas cualidades al lector atento. En este caso algo formal, y más que formal, sensitivo, auditivo. Pasa, por ejemplo, con el notable poema “La derrota”, texto que dado su carácter encendidamente antiestadounidense, como era de esperar, llamó la atención de los jueces cubanos que, gracias a su distinción, permitieron la publicación del volumen. Y más allá de consideraciones políticas, la lectura de este poema da la impresión de que se está leyendo un electrocardiograma de un corazón sano, rozagante y vital, que no es un fluir alocado, desorganizado o pedantemente pesado, pues con la introducción de fragmentos reflexivos, frases comunes e impresiones, que no hacen más que configurar una especie de sístole y diástole, un ritmo ordenado y constante, encaminado, perfectamente balanceado con la crónica versada de sus viajes y sus recuerdos de niñez o de incipiente e inocente activista político.
La densidad, el sonido y el sentido se encuentran pletóricos en este poema, que a pesar de contar con una profusión de palabras, no sobra ninguna. Esto se repite en el bellísimo poema “Bella época”, una articulada viñeta de la infancia lihneana, con interesantísimos guiños a Eduardo Anguita, otro peso pesado entre nuestros vates.
El viaje, no solamente físico, sino temporal, que Enrique Lihn testimonia es el verdadero carácter de este libro, su leitmotiv, quizás a la manera de la magdalena de Proust, que desata un vendaval de recuerdos, por cierto harto más extensos que la poesía de Lihn, precisa y delimitada por antonomasia. Esto ya lo apuntó antes la académica y crítica literaria Carmen Foxley, que ha dedicado buena parte –quizás la mejor-, de sus esfuerzos a estudiar la poesía de Enrique Lihn , y no podemos estar en desacuerdo con ella. Foxley agrega que este libro “descentrado y en movimiento, hecho de reiteraciones y contrapuntos (…) es una percepción que se ve contrarrestada por la confianza en la posibilidad de religarse al mundo por el lenguaje”.
La reaparición de los libros va configurando un mapa, un puzzle que va construyendo la imagen de Enrique Lihn a los nuevos lectores. Esta nueva pieza es, también, una nueva prueba de la calidad de Lihn como uno de los poetas tutelares de nuestra literatura. Que siga viniendo.



Enrique Lihn
“Poesía de paso”
Ediciones U. Diego Portales, Santiago, 2008, 65 págs.



*Publicado originalmente en El Periodista N° 146, 11 de abril de 2008

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