viernes, 8 de agosto de 2008

El sujeto que enloqueció de amor

La imagen que el chileno de a pie (y también el que no) tiene de Pablo Mackenna (Santiago, 1969) es la de un figurín televisivo mordaz, lenguaraz y audaz, impertinente, osado, sin pelos en la lengua y que en más de una ocasión se ha metido en problemas con la autoridad, convirtiéndose en el comidillo de la prescindible prensa de farándula y ganándose una carcelaria saison en enfer (de la que se sacó provecho editorial, por cierto, dado el personaje y dado su tormento). Sin embargo, detrás de ese tarambana de abolengo, ese calavera disipado con estudios en encopetadas universidades de Chile y Europa, muy pocos sospechan que se encuentra un poeta sensible con más de un libro a cuestas y con una razonable dosis de capacidad como para transformar esa sensibilidad en poesía.
Hoy es la editorial Pehuén la que brinda al público “Anatomía del amor perfecto”, libro que sigue a “Papas cocidas” (2001) que poca resonancia crítica obtuvo (salvo por un comentario encargado por cierto medio online a Armando Uribe, de seguro con afán más morboso que literario).
Por un momento hagamos un saludable ejercicio, posible, pues la poesía es a prueba de biografías. Dejemos totalmente de lado que el autor es un personaje de televisión (no de la mejor, lamentablemente) y concentrémonos en el texto. Pues bien, digamos que “Anatomía…” da cuenta de que su autor maduró desde los poemas de “Papas cocidas”, ha pulido su arte, ha trabajado su palabra (cómo no, si el anterior volumen concentraba poemas adolescentes) y logra hilvanar poemas donde la imagen logra configurarse como debe ser, esto es, a partir de un lenguaje dominado y trabajado, con un tono más subido, divisando por momentos la fatuidad y cierta altisonancia.
Si bien sus temas no son originales (culos, colegialas y jumpers ya fueron abordados por un desternillante y más suelto Bertoni) Mackenna hace un ejercicio primero de sinceramiento de pulsiones y luego de un análisis, de dibujo, de descripción de todo lo que lo mueve; no es un adolescente cachondo, sino un sujeto que viene de vuelta, que ha pasado por el lejano oriente, y que sin amainar sus apetitos, puede hacer de ellos poesía más elaborada, aquilatada, sosegada al recuerdo de haber caído en lo más negro; esto se nota en poemas como “¡guarda con el telón!”: “algo nos traíamos entre manos/ y de tanto echar los dados/ contra el tablero vuelto de la infamia/ caímos heridos, aplastados/ pobres demiurgos, roto el espinazo/ bajo el peso muerto/ del telón púrpura del cielo”.
El libro se abre con el poema “Anatomía del abrazo perfecto”, que escapa a la norma del resto del volumen, puesto que se destierra el yo y comanda todo una voz externa que logra desembarazarse de la carnalidad que abunda en el libro. Ejercicios como aquél son los que denotan primero que Mackenna posee en su ADN el cromosoma Parra, presente en los poetas chilenos de este tiempo, y luego, que su poesía brilla cuando escapa a la calentura, gana su palabra cuando cede la erección y el reposo ayuda a la reflexión.
Hoy “Anatomía del amor perfecto” (si es que existe tal amor) es un mélange de sensibilidad y destemplanza, una batalla en que asoman imágenes balanceadas y correctas entre tetitas y ombligos. Hay esperanza en la poesía Pablo Mackenna, si es que con el tiempo seguirá la depuración su palabra. Si es que en el futuro continúa el proceso de destilación poética, a partir de una cachondez tan humana como su autor, hay esperanza.

Pablo Mackenna
“Anatomía del amor perfecto”
Pehuén editores, Santiago, 2008, 101 páginas.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 154, 8 de agosto de 2008

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