viernes, 10 de octubre de 2008

Que duerman los nenes

Como un esperado aguinaldo dieciochero llegó hace un tiempo a las librerías el libro “Los nenes”, segunda novela del director espiritual de The Clinic, Patricio Fernández, y que, para más gazuza del respetable público, llegó editada por el reverenciado sello español Anagrama. Pero la salivación de los lectores (en especial de esos que devoran mechadas palta en el Liguria, crudos en el Lomit’s, o se emborrachan en El Parrón) se vio primigeniamente exacerbada por la promesa de palos, la sangre en el ojo, la venganza implacable que caería sobre el autor Gonzalo Contreras, quien involuntariamente acuñó el dudoso título “Los nenes”, en una invectiva contra el escritor Germán Marín y sus “boys”, a la sazón promotores del autor de “Basuras de Shanghai” al Premio Nacional de Literatura. Supuesto mazazo para Contreras, supuesto sobajeo de lomo para las amistades de Fernández y verdadero palo al bolsillo de la gente, pues la novela, aunque es una edición chilena, cuesta carísima. Una ofensa al ya atribulado bolsillo nacional.
Pero hay que ir al texto, hay que remitirse a la novela. La pobre y localísima chimuchina chilena no tiene la fuerza para impactar en España (menos mal), con suerte trasciende el ámbito santiaguino, así que podríamos descartar al comidillo o al morbo como móvil de publicación. Jorge Herralde se ha caracterizado por tener buen ojo literario y por ser poco sobornable, así que alguna otra cosa debió haber en el libro de Fernández, y que debería residir en el texto. Pero, tras leer el libro se nota inmediatamente que faltó un editor competente, y también un corrector de pruebas. La lista de descalabros de forma y fondo es copiosa.
Vamos viendo. Faltó un editor que le dijera a Fernández que sus personajes no tienen densidad o desarrollo alguno (Iribarren y Miranda juntos no hacen uno). Faltó un editor que le dijera a Fernández que la puntuación de su novela es deplorable (¡cinco carillas sin un punto aparte!) y que su estructura es fallida. Faltó un editor que le dijera a Fernández que la arbitrariedad es habitual síntoma de la ausencia de calidad en un escritor. Faltó un corrector de pruebas medianamente despierto que no dejara pasar gazapos groseros como “Oscar Hahn”, “Eliodoro Yánez”, “yernas”, “entero de gins”, “John Cusak”, “peñiscando”, entre otros. Faltó un editor que le dijera a Fernández que las loas a los hoteles de la cadena NH se ven poco dignas y levantan sospechas, y que mejor debiera haber construido sus personajes antes que piezas de hotel. Faltó un editor que le dijera a Fernández que practicar el product placement en una novela es de pésimo gusto. Faltó un editor que le advirtiera a Fernández el tono desagradable y pendejo de muchos de los gratuitamente soeces diálogos de sus personajes, lo cuestionable que es meterse con nombre, apellido y primera persona en la narración sin “mojarse el potito” y mostrarse como un omnisciente rector del paupérrimo y taquillero anecdotario de sus amigotes, que no prendió con el débil volador de luces pinochetista. Faltó un editor que hiciera notar lo desprolijo que es anteponer artículo a un sustantivo propio (“la” Claudia). Faltó un editor que le soplara a Fernández que el relato de la celulitis de Gastón Miranda, y la pormenorizada y exasperante exposición de la salud venérea de Rafael Gumucio (en adelante “El Rafa”) constituyen una evidente y vergonzosa falta de recursos del autor, amén de una tomadura de pelo al lector. Faltó un editor que le hubiera aclarado al autor que una sarta de desinflados copuchenteos de baja estofa y pegados con moco dista mucho de constituir una novela decente. Faltó un editor que ante este manuscrito hubiera dicho “no, gracias” o “que pase el siguiente”. No sorprende que Germán Marín haya tomado distancias ante este libro. Y no sorprendería que Rafael Gumucio o Roberto Merino también lo hicieran.
Algunas palabras para el sello capitaneado por Jorge Herralde (nadie querrá estar en sus zapatos cuando intente meter este libro en México o Argentina). Circula la noción de que todo lo que hace Anagrama es bueno, casi como un Midas editorial. Falso, pero no por esta descartable novela de Patricio Fernández, pues ya ha habido otros patinazos, generalmente venidos desde Francia. Pareciera que publicar en Anagrama, es también sacar una póliza de garantía contra habladurías, un certificado, un salvoconducto que abra todas las puertas y calle todas las bocas. No es así. Mas es indesmentible que el grueso del catálogo de Anagrama es de sumo interés y de encomiable calidad. Mejor será hablar de “excepciones a la regla”. Mejor será dejar pasar a estos “nenes”.


Patricio Fernández
“Los Nenes”
Ed. Anagrama, Santiago, 2008, 175 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 158, 10 de octubre de 2008

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