viernes, 28 de marzo de 2008

Pepe paga doble

Uno de nuestros íconos novelísticos más importantes hasta antes del “huracán Bolaño” era José Donoso Yáñez (1924-1996); era la carta nacional en ese primer producto del marketing literario, conocido mundialmente como el “Boom Latinoamericano”, y, más allá de que en ese escalafón -insuflado por la novela norteamericana de Faulkner, Hemingway y Henry James-, estuvo a la sombra de los García Márquez, los Vargas Llosa, los Cortázar o los Carlos Fuentes, por cierto que su obra basta y sobra para incluirlo entre nuestros narradores de peso, de esos que nos enorgullecemos de mencionar afuera, sobre todo afuera.

Parodiando la parafernalia del mentado Boom, “Lagartija sin cola” (Alfaguara, 2007), novela póstuma de Donoso, fue lanzada con no poco marketing, y por el ex presidente Ricardo Lagos (que para el recordado “Pepe” había que estar, pero para la comisión investigadora del Transantiago, ni a palos) en el marco de la Feria del Libro de Santiago. El libro, comenzado en España en 1973, y titulado en principio “La cola de la lagartija”, fue abandonado, y solamente el azar permitió que este fuera encontrado por Pilar Donoso, hija del autor, en la universidad de Princeton, y tras ser revisado por el destacado crítico y académico peruano Julio Ortega, llega a las manos de los lectores, para ofrecer el vigésimo y último suspiro de la prosa cargada de autobiografía del autor de “El obsceno pájaro de la noche”, esa que declinó caer en el tropicalismo húmedo latinoamericano, para volver los ojos a la vieja Europa.


La historia trata del pintor Armando Muñoz-Roa, que no quiere nada más con el arte, hastiado y decepcionado por la decadencia y el mercantilismo de una actividad que ya había abandonado con mucho sus días más gloriosos. El libro tiene otra virtud, aparte de lo oportuno (oportunismo, pensarán algunos) de su publicación, pues es claramente Donoso, esto es, es un revivir de los elementos que cruzan varios puntos de su escritura, así, la relación amorosa que sostienen el protagonista con su prima Luisa, se repite en “Donde van a morir los elefantes” (curiosamente presentado también por el entonces ministro Ricardo Lagos, quien además, en su entonces calidad de ministro de Educación, condecoró a Donoso en 1990 con el Premio Nacional de Literatura), relación que en “Lagartija sin cola” se lleva a cabo en el pueblo de Dors (que representa a Calaceite, pueblo de infancia de Donoso), último bastión resistente a las hordas de turistas que llegan a Cataluña. Incluso hay un episodio homosexual, condición que tanto se le achacó a Donoso, y que estaría supuestamente documentada en unos papeles encontrados en la Universidad de Iowa.


El gran motor de la novela es el choque, el conflicto, el encuentro duro entre realidades opuestas, ambiguas. Por un lado es el escape del protagonista de la gran ciudad, y la llegada a Dors, un poblado por el que pareciera que aún no pasa el tiempo, y ante el cual su intelectualidad se pondrá cara a cara, sin poder entenderse. Esta zozobra, este desencaje, mueve la pluma de Donoso, que pareciera alborozar al pintor Muñoz Roa mediante la contemplación de un paisaje que, se sabe, su integridad tiene fecha de vencimiento.


El rescate de obras literarias siempre es algo riesgoso. En más de una ocasión la voracidad comercial ha puesto en el mercado textos poco cocinados de autores renombrados, en la espera que la altura de los nombres genere vista gruesa por parte de los lectores ante un texto que debió haberse mantenido oculto. Felizmente este no es el caso, y aunque mantiene el rústico carácter de un libro que no contó con el visto bueno del autor, “Lagartija sin cola” cuenta con la suficiente cantidad del ADN de José Donoso, como para darlo a conocer, y entregar al público con toda tranquilidad, esta insospechada última obra.




José Donoso
“Lagartija sin cola”
Alfaguara, Santiago, 2007, 228 págs




*Publicado originalmente en El Periodista N° 146, 28 de marzo de 2008

viernes, 14 de marzo de 2008

El descubrimiento de una realidad distinta

El mexicano Sergio Pitol (Puebla, 1993) es conocido en el mundo de la literatura castellana como uno de las plumas más prominentes de la actualidad, además de ser una de las mentes más lucidas de la intelectualidad latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX y de lo que va corrido del XXI. Su más que prolífica obra fue merecidamente premiada el año 1999 con el Premio Juan Rulfo, y en 2005 con el Premio Cervantes, galardones que de seguro se sustentaron en la sobresaliente labor de promoción cultural, traducción (notables son sus versiones de Gombrowicz y Conrad), ensayo y novela. Tanto así que hoy no es descabellado citar a Pitol como el escritor más consolidado de México, lo que en el concierto iberoamericano es bastante que decir.
La editorial española Anagrama lanzó recientemente al mercado la “Trilogía de la memoria”, un volumen que junta tres obras esenciales de Pitol, “El arte de la fuga” (su diario de viaje más allá de la “cortina de hierro” en los ochenta, gracias a sus cargos diplomáticos, pero en un trayecto pendular, volviendo a occidente, Roma, Barcelona, Chiapas), “El viaje” y “El mago de Viena”.
Pitol, abogado de profesión y agnóstico de religión, entrega una escritura elegante, de un estilo delicado, reposado y sutil, pero sustanciosa y colorida, galvanizado con una distintiva inteligencia en su relato, el que se transforma en algo mucho más que una bitácora ingeniosa y entusiasta, sino que es un periplo cultural (en el que no teme ensalzar con justicia lo bello, así como denunciar sin ambages la miseria y la poca cosa de la sociedad soviética), el detalle de las transformaciones del pensamiento y de la intelectualidad, muy a lo Sebald de “Los anillos de Saturno”, es decir, el periplo de un hombre que viaja, pero a su vez un hombre que lee, comprende y comenta la literatura como un excelente lector, antes que como un crítico juzgador y taxativo, como un creador humilde y maravillado antes que un teórico pedante y literatoso. La biografía señala que este estilo se habría forjado en la tormentosa infancia del autor, con una madre que muere ahogada en un río, un padre que fallece de meningitis, una hermana cuya vida sucumbe a la “desesperación”, a lo que se suma una feroz malaria que obliga al niño Pitol a pasar seis años en cama con Dostoievksi, Faulkner y Tolstoi por toda compañía.
La tónica del “Arte de la fuga” se mantiene en los restantes integrantes del conjunto, sin tener ese tufillo a refrito o repetición. En “El viaje”, el punto de partida es una breve travesía a la Unión Soviética en 1986, donde nuevamente la obra se resiste a la clasificación, liberándose de los géneros y haciendo la amalgama que solamente Pitol sabe hacer entre viaje y literatura, entre el repaso a Leningrado, Moscú y Tibilisi, la capital de Georgia, y la obra de sus recordados Tolstoi, Dostoievksi, Nabokov, Pasternak y Marina Tsvietáieva. La gran hazaña de Pitol es que se acerca a este mundo con la misma avidez que aquel niño postrado por la malaria, pero que ahora tiene la agudeza suficiente para retratar una sociedad que está cerca de desaparecer, dada la entonces en ciernes caída del muro de Berlín.
La libertad respecto de los encasillamientos genéricos pareciera demostrar el triunfo más bullado del autor en el tercer tercio del volumen, “El mago de Viena”, un libro que no es un diario de viaje, ni un ensayo, una reseña, un conjunto de perfiles humanos o una crónica, sino un radiante y contento ejercicio de superación de todo lo antes mencionado, donde lo que se trasluce son las claves creadoras del incansable e insobornable Pitol, para quien escribir es “un acto semejante al de tejer y destejer varios hilos narrativos arduamente trenzados donde nada se cierra y todo resulta conjetural; será el lector quien intente cerrarlos, resolver el misterio planteado, optar por algunas opciones sugeridas: el sueño, el delirio, la vigilia”. Por lo bajo, Sergio Pitol es un autor que ciertamente no se puede dejar pasar, y que ha superado con creces antojadizos apelativos que en el pasado lo alejaron del gran público hispano, (léase “escritor de escritores”), pero que hoy casi nadie deja de aplaudir y colocar, con entera justicia, en lo más alto que da la literatura castellana en esta época.

Sergio Pitol
“Trilogía de la Memoria”
Ed. Anagrama, Barcelona, 2007, 654 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 145, 14 de marzo de 2008