viernes, 20 de junio de 2008

Fiesta, drama y derrota

Lo más cercano a una Frida Kahlo que podemos tener en Chile es Violeta Parra, pero cerquita está Cecilia Vicuña (Santiago, 1948), quien hoy se acerca a las seis décadas de existencia, pero que en 1973 era una más de los miles de jóvenes, que con los pechos insuflados de una esperanza revolucionaria y renovadora, un deseo que bordeaba la quimera, y que no dejaba de asustarse con la creciente amenaza del derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular.
Esa inocencia, esa candidez y la ciega creencia en un proyecto político que fracasó estrepitosa y dolorosamente, quedan reflejadas en “Sabor a mí” (Ediciones UDP, 2008), libro-objeto de la versátil artista, cineasta y poeta nacional. Este texto tuvo dos versiones previas y fallidas, la primera iba a ser publicada por la PUCV en 1970, por encargo del poeta Alfonso Alcalde, pero los versos muy subidos en el tono erótico truncaron la aparición del libro, que intentaría volver a aparecer en Londres en 1972 e incluiría sus objetos y pinturas, pero la muerte de Salvador Allende postergó ese proyecto para dar paso a la tercera versión, que reedita las Ediciones UDP, y que puede ser visto desde variados ángulos, como un diario de vida, como el termómetro social del momento, como un libro de poemas, como un objeto de arte, un tour de force de alguien que padeció (decir “vivir” es quedarse corto) esa época, o como se prefiera.
La candidez, en ningún caso azarosa, antes mencionada se ilustra en varios pasajes del libro, entre ellos en las primeras frases del “Texto del cuaderno café”: “Durante 3 años (sept 1970-1973) Chile fue el lugar más extraordinario de la tierra (con excepción de Cuba y China”, señala Vicuña antes de explicitar que este volumen constituiría su propia lectura de la atribulada sociedad de ese momento, donde gran parte de la actividad artística se transformó en proselitismo de Estado, y los artistas en meros funcionarios del gobierno de turno. Pero quedarse en lo político (tentación grande) es errar el camino, pues como todo lo que hace Cecilia Vicuña, el arte es su raison d’être, imprimiendo “magia y revolución” a su proyecto artístico, a la sazón (septiembre de 1973) en desarrollo en Londres, becada por el Consejo Británico.
La contraportada de este volumen estipula de que “Sabor a mí” es el inicio de la trayectoria poética de Cecilia Vicuña, y se alude también a su deseo y potencia creadora. Sin duda es con eso con lo que nos encontramos en este libro, con una fuerza pura, casi en estado de gracia, imperturbable e insobornable, nunca a medias tintas; fuerza que ha hecho pasear a la artista por diversos lugares de Estados Unidos, Europa y Latinoamérica, dando clases y exhibiendo su obra, y que ha generado más de dos decenas de libros de poesía repartidos por todo el globo, amén de ese entusiasta y proverbial proyecto artístico-literario llamado la Tribu No, que se propuso romper los cánones, y lo logró en más de una ocasión, por ejemplo con la instalación “Otoño” (rebautizada “Salón de otoño” por Nemesio Antúnez, director de Museo Nacional de Bellas Artes, por esas épocas), registrada en el libro, que fue, dada su factura y formato (el “libro o objeto” o “libro de artista”), también profundamente revolucionario, original y pionero en su época.
Pero no nos olvidemos de los poemas, pues este “Sabor a mí” no es sólo plástico. La poesía contenida en este volumen también nos da cuenta de que Cecilia Vicuña mantiene un lenguaje y temas quizás cándidos, pero honestos y sin dobleces –como en los poemas que dedica a su amor de entonces, Claudio Bertoni-, y aunque también es un poco deudora de la gran tradición poética parriana, con el lenguaje coloquial y otros síntomas antipoéticos clásicos, sí se desmarca con el sabroso condimento erótico, con cierta dulzura de la iniciación adolescente, que puso colorado a los funcionarios universitarios porteños en 1970.
La aparición de este libro es, además de la masificación de un libro escaso por su naturaleza y factura artística, una reparación, en alguna medida, ante la escasa repercusión en Chile de la obra de la Vicuña, radicada en Nueva York desde hace más de un cuarto de siglo. Se dirá que nadie es profeta en su tierra, pero lo que pasó con la obra múltiple y ardiente de Cecilia Vicuña es pasarse de tontos. Suele suceder, tristemente, en todo caso, ya que con esta artista se negó la presencia en nuestro vivir, y si bien no pasaron más de mil años, por fuerza de Cecilia, que tanta vida nos dio, llevamos su sabor, allá tal como aquí.


Cecilia Vicuña
“Sabor a mí”
Ediciones U. Diego Portales, 2008, 156 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 151, 20 de junio de 2008

viernes, 6 de junio de 2008

Inteligencia emocional

Comparar las narrativas chilena y argentina es lo mismo que parangonar ambos países en fútbol. Los del Atlántico nos dan cancha, tiro y lado. “Pero, ¿y Bolaño?”, podrá aducirse… pues bien, incluso el autor de “Los Detectives Salvajes” es una golondrina que no hace verano. Como el balompié trasandino tuvo un Diego Armando Maradona, las letras argentinas tuvieron un Jorge Luis Borges. Así de simple. En poesía la cosa cambia, pero eso ya es materia de otra discusión.
Esta poco halagüeña comparación literaria entre Chile y Argentina sirve de introducción al comentario de otro gran exponente de la narrativa de allende los Andes, Juan Forn (Buenos Aires, 1959) cuya última novela “María Domecq” (Emecé, 2008) ya está circulando por nuestras librerías. Esta última entrega del fértil antologador y periodista de Página/12 y editor de Emecé y Planeta, merece un detenido análisis. Primeramente, Forn utiliza en esta novela un expediente medio manoseado, ya utilizado, y ante el que más de un crítico literario frunce el ceño, el incluirse como un personaje dentro del libro. La técnica no es nueva, y la forma en que Forn la aplica es muy similar a otras que ya hemos visto, incluso recientemente, como “Lunar Park”, de Bret Easton Ellis. Tal como el reventado autor de “American Psycho”, Forn se deshace de apodos, alter egos y heterónimos para meterse con nombre y apellido en la trama. Al academicismo sesudo y con más tiempo le cabrá discutir sobre la validez de esta técnica, no a este apurado comentarista.
Más allá de que Forn posiblemente nos esté contando un chiste repetido, o haciendo comulgar al lector con una rueda de carreta, lo cierto es que la lectura de esta novela disculpa con creces el manoseo técnico. Forn confirma en este libro que es un escritor eficiente, y por sobre todo, que es un narrador inteligente, concienzudo y que cuenta bien las cosas. Lo concienzudo y lo inteligente son atributos fundamentales para poder mantener en pie un tinglado tan diverso como el que se presenta en “María Domecq”, pues Forn tiene éxito donde otros han fracasado, al mezclar historia y autobiografía. El autor echa mano a elementos tan heterogéneos como la ópera Madama Butterfly, la Guerra Ruso-Japonesa, las agitadas primeras décadas del siglo XX argentino y un ataque de páncreas, todas piezas que forman parte de un dantesco embrollo que vincula al protagonista del libro, el almirante Manuel Domecq García, bisabuelo de Forn, con la obra magna del compositor italiano Giacomo Puccini, pasando por matanzas civiles, hijos perdidos y personajes que tienen los días contados. Forn logra con maestría mantener arriba todos estos elementos y crear un libro al que no le sobra una sola página.
Un casi ridículamente simple pero irrefutable indicador de la calidad de una novela es si es entretenida (con esa palabra desdeñada por la intelectualidad) o no. Pues bien, Juan Forn ha creado un relato que también es gozosamente entretenido, del aquellos que no se pueden soltar y se leen de un tirón. Casi para libro playero, si esta novela hubiese aparecido con la antelación suficiente, pero con la felicísima salvedad de que es una novela dosificadamente inteligente, trabajada, “reporteada” si se quiere (pues Forn es también un perspicaz periodista), pues nos podemos entretener con un reality o comiendo comida chatarra, pero poco beneficio quedará para nuestra persona.
Con esta novela, Juan Forn se gana el puesto de titular en esa oncena (que también convoca hoy a los Aira, Cucurto, Fresán, Pauls, Piglia y en el pasado a los Borges, Bioy Casares, Puig, Cortázar, Arlt, Saer, Di Benedetto, et. al.) que hoy golea en todos lados, da cátedra y aporta a la literatura en lengua castellana como ninguna otra narrativa lo hace hoy en Latinoamérica.



Juan Forn
“María Domecq”
Ed. Emecé, Buenos Aires, 2008, 236 págs
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*Publicado originalmente en El Periodista N° 150, 6 de junio de 2008