viernes, 16 de enero de 2009

Corregir la vida

Hoy vamos a hablar de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), querido lector. En otras palabras, vamos a hablar de uno de los escritores cardinales de la lengua castellana de hoy. O bien, vamos a hablar de uno de los autores que ha llevado el estudio de la literatura y el goce de entretejer biografía y lecturas, a esferas tan felices como exitosas, tan delirantes como esenciales.
Y si hoy volvemos a hablar de Vila-Matas, es gracias a Hueders, pequeña editorial-distribuidora que tiene por misión traer a estos abandonados pagos aquellos grandes libros que, por su calidad, pareciera que nunca se editaron –ni se editarán- en Chile. Con la periodista y crítica Marcela Fuentealba a la cabeza, Hueders se yergue como otro afortunado y quijotesco esfuerzo por poblar anaqueles con buenos libros españoles y mexicanos (de sellos no comerciales como Sexto Piso, Periférica, Tumbona, Impedimenta, Gadir, Nórdica, entre otras), y más encima bien editados. Hueders se la juega y hay que apoyarlos, buen lector.
“El viento ligero en Parma” es uno de esos buenos libros, muy acertadamente editados, en este caso por el sello mexicano Sexto Piso. Si bien el libro fue editado en 2004, hoy para los chilenos es (desafortunadamente) una novedad. Situado luego de “Bartleby y compañía” y “El mal de Montano” (dos pilares centrales de la obra de Vila-Matas, que en buenas cuentas es un solo gran libro en desarrollo), este “Viento ligero” está empapado del giro de tuerca que convierte al autor una de las principales plumas en lengua española, esto es el acercamiento perturbador a la enfermedad literaria, la patología de escribirlo todo, o de decidirse a no escribir nunca más, entre otros.
En esta pasada, el enfermo de literatura es Vila-Matas, que en este conjunto de escritos demuestra el feliz signo de nuestros mestizos tiempos literarios, ser todo y nada a la vez, es decir, ser diario íntimo, novela, crítica, ensayo, disertación, entrevista, etc., pero sin chirriar en ningún momento. Aunque en rigor, ya conocíamos unos cuantos de los escritos del libro, (pues aparecieron en “Desde la ciudad nerviosa”, 2000), estos arman un canon desde la intención novelesca, el aventurero cruce entre vivir y leer, y la pasmosa habilidad de ordenar ese caótico pastelito. “Soy consciente de que todo cuanto la literatura pueda enseñarnos no son métodos prácticos, sino sólo las posiciones. El resto es una lección que no debe extraerse de la literatura, es la vida la que debe enseñarla”, sentencia el autor. Siendo sinceros, esta propuesta vilamatiana ya la conocemos desde hace al menos una década, y reiterar su examen no es algo tremendamente original. Lo que sí hay que señalar es la fertilidad y consistencia casi relojera del proyecto del escritor catalán, consistente como pocos, genial y rotundo como muy pocos y que desde ya nos permite vislumbrar el titánico grosor que tendrán esas obras completas.
Tal como Sergio Pitol o Julio Ramón Ribeyro, Vila-Matas aporta a la literatura (y lo sigue haciendo en este libro) ese sanísimo ejercicio de hablar de la misma en clave personalísima, aportando entusiasta cultura antes que insufrible academicismo, contribuyendo con saludable sospecha (“escribir es dejar de ser escritor”) acerca de la escritura, antes que con interminables e infumables casuísticas de escritores que crearon esto, aquello y lo de más allá, con esta, aquella o esa otra técnica. He ahí la gracia, querido lector, de Enrique Vila-Matas (ya un adulto mayor), el desechar la teoría para abrazar la vida (“escribir es corregir la vida”). Un gesto muy benéfico que es, ni más ni menos, el quid de la buena literatura actual.


Enrique Vila-Matas
“El viento ligero en Parma”
Ed. Sexto Piso, México, 2004, 192 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 164, 16 de enero de 2009

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