viernes, 5 de junio de 2009

¿Por qué no puedo ser del red set?

El mercado editorial registró hace algunas semanas el nacimiento de una de sus novedades cool, nos referimos a “La deuda” (Mondadori, 2009), última entrega del escritor y columnista Rafael Gumucio (Santiago, 1970). El libro se basa en un caso real, el de la estafa del llamado “contador de las estrellas”, que embaucó a diestra y siniestra a media farándula criolla. También se echa mano a ciertos incidentes de corrupción política. En el libro, el resentido Juan Carlos Riquelme desfalca al atribulado cineasta Fernando Girón (oriundo de Macul y a quien la divina providencia social hizo rubio) quien además de ser desplumado por su contador y amigo, debe enfrentar los embates que este hecho acarrea en su matrimonio con Fernanda Valdés, ex alumna del Villa María y aguerrida gerenta de comunicaciones de TVN. En paralelo, la novela tiene como eje secundario las vicisitudes de Riquelme, quien escapa de Chile y trepa por Latinoamérica evadiendo a la Justicia, hasta que finalmente cae en cautiverio. Se entiende que la acción del libro transcurre para generar la tensión necesaria para sazonar el desenlace: el encuentro entre Girón y Riquelme, en la cárcel donde el segundo cumplía condena.

Suceden varias cosas con esta novela de Gumucio, y que hacen que simplemente no funcione. La primera de ellas es el baladí hecho que elige Gumucio como armazón para desarrollar su muy ambicioso proyecto, una noticia de farándula. La segunda de ellas se desprende de la anterior, Gumucio aspira a crear un libro que, en el papel, no dejará títere con cabeza al meterse contra la Iglesia, la política, la culpa cristiana, el cine chileno, la PDI, la corrupción en la Concertación, la clase media, el determinismo insalvable -casi al nivel de casta hindú-, que da el origen social, la literatura misma, etcétera., temas que, si se revisa la carrera de Gumucio como cronista y columnista, se verá que son sus obsesiones, sus perennes cuentas pendientes. Las páginas del libro rezuman un apuro, un atarantamiento incluso, por sacarse este hueso de pollo que Gumucio tiene atravesado en el gaznate, un apuro por escribir una novela política (en el sentido amplio y no ideológico del término), que desnude a la sociedad local y todos sus males, de una sola patada.

A partir de esto, una tercera cosa que sucede con “La deuda” –y su principal cojera- es que se aprieta mucho, y, como no podía ser de otra forma, se abarca poco. Gumucio promete una bomba de 150 megatones para terminar entregando guatapiques al lector. No se puede dejar de pensar que si el autor tuviera un poco más de paciencia, podría haber desarrollado con los años cada uno de estos temas -que no son nuevos- en libros individuales, con más calma, con mayor atención. Pero en fin, Rafael Gumucio eligió poner todos los huevos en una canasta harto frágil. Los cartuchos del que podría haber sido un extenso proyecto novelístico se utilizaron todos a la primera oportunidad, en un territorio plagado de adverbios terminados en “mente”, y de la palabra “odio” usada en las más diversas instancias.

En cuarto lugar, el tránsito de crónica a novela que el autor emprende se nota accidentado y por momentos fallido. Gumucio no toma en cuenta que hay arbitrariedades que se permiten en el campo de la opinión periodística (Macul como epicentro de la clase media, et. al.), pero que en la ficción, donde hay que construir tinglados argumentales y personajes sólidos, simplemente chirrían. Una cosa es cronicar el clasismo o la corrupción, y otra muy distinta es exponerlo con una dimensión poética o artística, con los intrincados códigos de la ficción. El discurso taxidermista y encasillador, que en un cronista suscita –idealmente- el pensamiento y la discusión, puede sonar fatuo y caprichoso en la voz un narrador omnisciente y en exceso escrupuloso de su poder sobre la historia. A propósito de esto, no se puede dejar de recordar a Machado de Assis y su novela “Esaú y Jacob”, que circula en nuestras librerías. Gumucio repite un narrador que en 1904 era una novedad, pero que en 2009 es difícil de digerir. Hasta en la división capitular se parece al libro de Machado, con microepisodios que están en páginas enfrentadas.

El pretencioso proyecto de “La deuda” se desmorona en un texto blando, lugar en que se deshacen las intenciones de desnudar yayas enquistadas de cierto sector de la sociedad (aquel en el cual Gumucio hace su vida diaria, como lo delatan los guiños a restaurantes y locales comerciales, tal como lo hizo su camarada Patricio Fernández en “Los nenes”) a partir de un narrador y personajes que se despachan filípicas y moralinas de esta clase: “La voz en off explica demasiado (lo que precisamente sucede en este libro). Típico de las películas chilenas eso de la voz en off. Pero la gracia de la novela es que no se cuenta sola, es que hay una voz esquizoide que la cuenta”, “El paraíso es lo más entretenido que hay. Son los pecadores los que son una lata. Rodeado de borrachos y puteros. ¿Tú has leído a Santo Tomás? La Suma teológica es lo más divertido que hay”, “nadie está condenado a ser pobre, y nadie es pobre porque otros son ricos, todo depende de tu capacidad de emprender, de soñar una vida mejor”. Así las cosas, no hay incomodidad ni diversión, como se señaló en el lanzamiento y en la contraportada, respectivamente.

¿A quién se dirige “La deuda”? (la pregunta levantó cierta polvareda), por cierto que no a un “lector subnormal” como se insinuó en LUN, pero tampoco a un gran público, como pretende Rafael Gumucio al meterse en las patas de todos los caballos de la plaza, aunque use la farándula como punto de fuga. Esto no porque en Chile –supuestamente- se lea poco, sino porque, una vez más, se opta por escribir para un reducido y nada marginal grupo de amigos y compañeros de juerga. Con esta novela (que tal como su desabrida prima hermana “Los nenes” probablemente no haga mucho ruido), queda establecido que Rafael Gumucio nos queda debiendo unas buenas crónicas, modalidad de la cual no debió haberse alejado mucho.


Rafael Gumucio
“La deuda”
Ed. Mondadori, Santiago, 2009, 352 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 172, 5 de junio de 2009

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