viernes, 22 de enero de 2010

La cadena es mi corazón

Uno de los poemarios más apreciables que se publicó durante el pasado año 2009 fue “La perla suelta”, editado por Cuarto Propio, y que constituye el tercer libro publicado de la profesora y poeta nacional Paula Ilabaca (Santiago, 1979), una de las figuras que más despunta de entre las nuevas generaciones que están articulando el panorama poético chileno.
En esta ocasión, Paula Ilabaca entrega un libro (cuyo contenido ya se había vertido como performance en varias ocasiones, como la versión 2008 del festival poético “Poquita fe”) cuyo entramado se sustenta en una tríada amor-sexo-vacío, donde la tensión de estos elementos, es el lugar desde donde se articula el discurso que Ilabaca propone, un discurso que ha ido puliendo sus tiempos y sus ritmos, si comparamos esta voz con aquellas presentes en sus anteriores poemarios “Completa” y “La ciudad Lucía”. Antes que presuponer que este cambio de prosodia, de calma y ordenación en los ritmos pueda demostrarse como una madurez, o un definitivo “cuajar” de la palabra poética de Paula Ilabaca, más conveniente es ubicarse a la vera del camino y observar cómo la autora ha ido transitando un itinerario en el cual su voz y la palabra han sido guías inseparables.
La palabra avanza con paso firme por el libro, una palabra que gana fuerza desde la carencia, del no tener, de extrañar lo amado, el amor; este desacomodo vital es lo que carga consistentemente esta palabra y sus acentos, su orden, sus consonancias, y por sobre todo, sus sentidos, su significado. La música está presente, y es un sello de Paula Ilabaca la presencia de la música en los epígrafes o en los versos, asistiendo como un elemento más que interviene en una coralidad desencajada, en un canto del malestar, del deseo trizado.
La niña Lucía ha crecido y es la Perla, la Suelta, o quizás ambas, una niña Lucía que está hoy sola, pero que alterna la duda y la ternura, “¿Soy bella?/ ¿Se acordará de mí?/ Y luego les gritaría a ellos, al amo, a los que saben:/ nunca más dejaré que me encadenen al amor”. Un clamor que por momentos hasta recuerda a San Juan de la Cruz, ese San Juan que quedó lacerado, y que deja con gemido a la voz del poema. Asistimos también a un desdoblamiento de la voz de la poeta, un encuentro con la otredad, la percepción del discurso desde fuera, tal vez como un asistente al performático despliegue de este no poder decir, y de la conciencia de que decir no calmará nada.
El sexo está muy presente en este poemario, es un eje, una arista de la figura de esta poesía. La pulsión básica enmascara el sustrato que es el motor principal, la ternura, la búsqueda de afectos, “Esta es la cadena de oro. Y este es mi corazón. Nada más hay/ en estos caprichos, no encontrarás nada más, decía la suelta mientras se quedaba alimentando las yeguas (…) Esta es mi cadena, repetía como/ en un rezo, esta es mi cadena y este es mi corazón”. Más allá de las figuras, más allá de las yeguas que cabalgan orondas por estas páginas, el clamor tiene una trascendencia mayor que saciar un apetito, aunque el cuerpo femenino esté acá presente con todas sus alarmas.
En “La perla suelta” tenemos un discurso más pausado, con un aplomo singular. Prosificado si se quiere, pero apuntar aquello es jalonar sólo un vaivén formal, puesto que más allá de encasillamientos genéricos, la poesía se sigue respirando en estas páginas plagadas de imágenes cargadas de sensaciones ora delicadas, ora brutales, invadidas de palabras simbolizadas, francas en su fuerza, insobornables en su honestidad. Así es la poesía de Paula Ilabaca, una poesía que se desmarca, que sobresale. Lo hizo en este libro, seguramente lo seguirá haciendo en los que vendrán.


Paula Ilabaca Núñez
“La perla suelta”
Ed. Cuarto Propio, Santiago, 2009, 86 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 186, 22 de enero de 2010

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