viernes, 8 de enero de 2010

La espesura

Por una extraña regla general, querido lector, si surge un buen libro de un autor de corta edad, en un tris a ese autor se le empiezan a colgar diversos motes, todos ellos hoy más que recalentados y refritos por cierto periodismo, “joven promesa”, “dará qué hablar”. En fin, un caso que se ajusta a lo antedicho sucede con Diego Zúñiga (Iquique, 1987), estudiante de periodismo, editor del blog literario 60 Watts (que hace un tiempo remeció el ambiente al publicar un cuento olvidado de Roberto Bolaño, y ganándose la atención de todo el continente hispanoamericano), y ahora escritor publicado.
“Camanchaca” (La Calabaza del Diablo, 2009) es la primera novela de Zúñiga, quien entrega un texto íntimo, bien escrito, conciso, sin pasarse de rosca. Y es que lo diáfano del texto es uno de los atributos que más dan para aplaudir en esta novela, pues un estilo trabajado evita los lastimeros desmadres que ciertos escritores jóvenes (y no tan jóvenes) publican, con el exclusivo afán, pareciera, de estirar el débil elástico de la paciencia del lector. Noveles autores incontinentes que tienen a bien publicar (en complicidad con editoriales, por cierto) “sus cosas”, y pensar que se bastan a sí mismas otorgándoles una autenticidad que nunca tuvieron.
Narrativamente la historia de “Camanchaca” se divide. En las páginas izquierdas se desarrolla un relato íntimo del protagonista, un gordo bisoño, proyecto de periodista, que vive con su madre en precarias y poco santas condiciones, y en el lado derecho se hace el recuento del viaje que el protagonista emprende con su padre, madrastra y hermanastro desde Santiago a Tacna (pasando por Iquique), donde el muchacho arreglará su dentadura sangrienta, además de comprarse ropa. Cruzan el libro escabrosas historias, como el asesinato de un tío a manos del padre del protagonista, la desaparición de una prima del orondo y retraído héroe, el incesto con su madre.
Con todos ingredientes sobre la mesa, muy probable hubiera sido que Zúñiga hubiese preparado un caldo efectista muy difícil de digerir, sin embargo, el gran triunfo de la novela es que el autor logra resolver esa cortapisa empleando un lenguaje contenido y auténtico, alojado en un entramado dispuesto con un oficio y artesanía sorprendentes. Es esto último lo que ha llamado la atención de buena parte de la crítica literaria local, que no ha trepidado en situar a Zúñiga como un promisorio exponente de la literatura criolla, que ya ha dado tremendo fruto, y abierto el apetito lector.
No es para menos, cuando lo que tenemos en “Camanchaca” es no solamente una pieza labrada con una honestidad brutal, sin ser grosera, en donde la valentía de contar no remata en atarantamiento torpe donde abunden los voladores de luces; y esto gracias a que la cancha se rayó estructural y formalmente con precisión y destreza. Es que Diego Zúñiga no nos vomita esa prosa patidifusa y chirriante que hoy mucho escritor harto pagado de sí mismo se le ocurre escribir (y a varias editoriales publicar), sino que tiene el tiento suficiente para sugerir, mostrar, antes que contar la gracia del chiste. Zúñiga está en completo dominio de los tiempos y sucesos que pueblan la obra, al tiempo que su pluma sucinta y dosificada despacha en calma imágenes elocuentes del sentir de este atormentado y tímido muchacho, que se ha visto arrojado a un mundo donde el sino pareciera ser transitar en el desfiladero de la desesperanza, con el presente por toda respuesta vital.
No obstante, bajarle un poco el volumen a la tragedia y a lo tortuoso no vendría mal, sacar tal vez alguna de las desventuras que padece el apocado antihéroe del relato. Su procesión interna no se verá en desmedro por esto.
En conclusión, y tras la lectura de este texto, el futuro pinta auspicioso para Diego Zúñiga. De eso no cabe duda al leer “Camanchaca”, obra rotunda de una joven promesa de las letras criollas, que seguramente dará mucho que hablar en el futuro.


Diego Zúñiga
“Camanchaca”
Ed. La Calabaza del Diablo, Santiago, 2009, 115 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 185, 8 de enero de 2010

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