viernes, 11 de junio de 2010

Ha nacido un guionista

El sureño escritor Marcelo Lillo se las ha arreglado en su novela “Este libro vale un cadáver” (Mondadori, 2010), para diluir todas las cualidades por las que fue celebrado en su libro de cuentos “El fumador y otros relatos”. Asimismo, nuestro hombre muestra una llamativa mutación en su escritura que nos permite establecer que el mercado de las teleseries se está perdiendo a un guionista de lujo, y que los canales de televisión deberán apuntar las grúas hacia la Región de Los Ríos para llegar a tiempo a la guerra de las teleseries 2011.
Se esperaba bastante de la novela de Lillo, especialmente después de que el crítico español Ignacio Echevarría bendijo al autor de “Gente que baila sola” con un generoso comentario. En esta tribuna, tras analizar muy auspiciosamente el primer libro de cuentos, y con menos entusiasmo el segundo, quedamos a la espera, a ver si el Marcelo Lillo de largo aliento podría romper este enojoso empate (Mundial, ad portas, qué mejor).
Vamos al texto. El libro (con un título no muy afortunado) cuenta la historia de un parco profesor, quien a boca de jarro se entera de que su hijo se ha suicidado. Empieza entonces el calvario de un padre que en el papel debiera sumirse en la tristeza por la muerte de Sebastián, el hijo. Sin embargo, lejos de deshacerse en lágrimas o hacer un conmovedor duelo, el padre entra en una suerte de estupor sin sentir mayor desconsuelo; comprensible a esas alturas, puesto que el texto nos pintaba una poco auspiciosa imagen del muchacho, que sólo se contactaba con su padre para esquilmarle cuanto billete tuviera encima e ir de vago por la vida.
En paralelo, el indolente maestro se las tiene que ver con su hermana, su amante, y, cómo no, con la madre del siniestrado chico, quienes a punta de reflexiones filosóficas de dudosa procedencia, logran romper el cascarón sentimental de nuestro héroe, que revela sus amargas circunstancias vitales y un arrepentimiento funesto por no haber hecho más para salvar a su pequeño. Pero hay más. Lillo hace volver desde el más allá a Sebastián, para tener un fantasmal vis-à-vis con su padre, cuyo resultado es que, a fin de cuentas el muchacho no era malo, sino que su fatal desenlace fue de entera responsabilidad de su amargo padre.
Como se dijo antes, el mundo de las telenovelas espera con los brazos abiertos a Marcelo Lillo, quien no le hace asco a temas espinudos como la muerte o la culpa, es dado a las frases para el bronce y los efectismos, y porque sus diálogos, floridos, altisonantes y en la volada profunda, hacen harto ruido en una novela, pero en el horario prime estarían en su salsa. Cuento aparte, seguramente desde España, como ya se ha hecho costumbre, va a llegar el paipazo a la ciega y obtusa crítica literaria local por haber despreciado a un nuevo diamante en bruto de las letras castellanas. En fin, esos son sapos de otro pozo.

Marcelo Lillo
“Este libro vale un cadáver”
Ed. Mondadori, Santiago, 2010, 143 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 192, 11 de junio de 2010

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