viernes, 30 de abril de 2010

La claridad empieza por casa

Al lanzamiento del libro “Locuela” (Ediciones Periférica, 2009) lo orló una serie de entrevistas en la prensa a su autor, Carlos Labbé (Santiago, 1977), quien, según nos enteramos en las diversas interviús que tuvo con los diarios, salió de la editorial Planeta haciendo arcadas, pidiendo agüita y echando humo por las narices, rasgando vestiduras por una verdad revelada hace un buen tiempo ya por gente como André Schiffrin, pero que el autor de “Libro de plumas” y “Navidad y matanza” vivió en carne propia y en versión chilensis.
Como un Serpico de nuestro mercado editorial, Labbé no dejó piedra sobre piedra. Fustigó al agente literario argentino Guillermo Schavelzon y descargó munición gruesa contra señeros figurines de nuestra humilde república de las letras, como Carla Guelfenbein y Pablo Simonetti, plumas que han sido grito y plata -sobre todo plata- para casas editoras como Planeta, donde Labbé vivió su libresca temporada en el infierno.
Chimuchina y berrinches aparte, acá nos convoca “Locuela”, editada por el sello español Periférica, editorial que se ha empeñado en hacer un catálogo diverso y atractivo, de literatura de primer nivel. Dentro de los pilotos de la escudería de Periférica está el argentino Fogwill, con eso no habría más que agregar, y si se suma a nombres como Israel Centeno o Ana Blandiana, sólo queda buscar estos libros y empezar a leer.
Volviendo al texto, adentrarse en “Locuela” (obra que demandó a Labbé más de una década de trabajo) nos devela que el autor, declaradamente “en contra de la claridad”, tiene a bien endosarle al ciudadano de a pie una buena cuota de trabajo. En efecto, “Locuela” no es una lectura liviana para el desatendido lector, que no encontrará una novela policial, ni una novela de amor, ni una novela sobre la literatura, ni un manifiesto neovanguardista, sino que todo esto y más, amparado en un entramado que ha sabido combinar todos estos elementos de forma exitosa, aún cuando se apuesta por una novela total. Porque la gran cualidad de este libro es su estructura, saber disponer armoniosamente todos estos elementos, en apariencia inacabados, sin que caiga el relato, el cual, aún cuando su autor se declara como detractor de “la claridad” (concepto algo oscuro, paradojalmente), demuestra destreza y oficio con la pluma, lo que permite transitar fluidamente por el libro sin empantanarse en florituras, y sin echar de menos una historia. Carlos Labbé pasó más de una década trabajando este libro y eso se nota. Su redacción es de joyería, meticulosa, puntillosa, ordenada, pero viva, manteniendo una novela siempre arriba por una escritura que no decae en ningún momento del libro.
“Locuela” se inscribe en esa literatura contracorrentista, esa literatura que se opone al mainstream, al influjo post boom contra el cual Roberto Bolaño enarboló las banderas de lucha hace más de una década, pertrechado con un arma fundamental: la capacidad y la voluntad de instaurar el juego y romper las viejas estructuras de las novelas que empezaron con el boom, y aquellas perpetuadas por quienes lo siguieron (probablemente los “escritores flojos que se esconden en la entretención” a los que Labbé aludió en el diario La Tercera), recalentando un estilo que mutó en una fórmula que comercialmente es, aún, plata en el banco de los sellos librescos.
El cromosoma Bolaño es notorio en “Locuela”, hay asesinatos irresolutos, protagonistas enfermos de literatura y chanzas a la neovanguardia, entre otros ingredientes propios de “Los detectives salvajes” y “2666”, y en ese sentido, hay que decir que la propuesta de Labbé, por muy rompedora que se haya intentado colocar en las notas y entrevistas de prensa, no es nada original. Sí es un digno y diestro seguidor de cómo expandir las fronteras de la literatura, de cómo proponer el juego y los armazones complejos como elementos que permiten superar la literatura achanchada que se perpetuó en la lengua castellana (donde Pablo Torche y su “Acqua alta” pareciera erigirse como un compinche en esta cruzada), principalmente por el giro comercial que el mundo editorial tomó en las últimas décadas, donde la novela post boom, tomó protagonismo por ser un elemento de fácil venta y jugoso rédito, antes de proponer textos de calidad literaria probada.
Esta novela de Carlos Labbé confirma que su autor es parte de ese plantel de escritores que se toma en serio la empresa de la renovación de la literatura nacional. Aún cuando Labbé se une a una causa que ya lleva años de actividad, el escritor demuestra tener capacidad y talento al entregar un libro de suyo interesante y valioso, muy bien escrito, y que mediante una recia propuesta estructural y polifónica tiene como norte clavar la bandera de la conquista en nuevos territorios de nuestra literatura. Se sabe que el camino es largo y de consecuencias inciertas, pero Labbé opta por transitarlo, encarándolo como un deber. Ya se verá qué nuevos resultados traerá.

Carlos Labbé
“Locuela”
Ed. Periférica, Cáceres, 2009, 249 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 189, 30 de abril de 2010

martes, 13 de abril de 2010

El olvido no existe

En estos días extraños y turbulentos, la cultura criolla se adorna con los nominados a los premios Altazor 2010, que supuestamente galardonan a lo más granado de las artes nacionales. Y decimos “supuestamente” porque, por ejemplo, en el departamento de Artes Literarias ya vemos que hay problemas. Postulan al premio Jaime Collyer, Mauricio Electorat y José Miguel Varas, mientras que Germán Marín y Alberto Fuguet, autores de las mejores novelas locales del año que se fue brillan por su ausencia. En poesía la cosa es algo más equilibrada, pero no tanto mejor. Un libro que no se habría visto nada de mal, al menos en la terna, es “material mente diario 1998 - 2008” (Ed. Cuarto Propio, 2009), obra de la versátil poeta chilena radicada en Berlín Alejandra del Río, que vuelve al ruedo literario luego de diez años de silencio editorial.
El nombre de Alejandra del Río no es nuevo en el panorama poético chileno. Amén de sus dos libros previos “Yo Cactus” y “Escrito en Braille”, su trabajo ha sido incluido (tal como sucede con decenas de poetas) en antologías, revistas, sitios web de ocasión y otros medios más bien volátiles. Felizmente en este caso, la poesía de Alejandra del Río logra conformar un nuevo libro que, como sugiere su título, es un tránsito, un recorrido, una palabra en continua evolución.
La autora divide su libro en cuatro partes (“la mesa”, “la mano”, “los pies” y “la ventana”) y desde el primero hasta el último de los capítulos podemos ver a una poeta que, en pleno dominio de las facultades y posibilidades de la palabra, arma un conjunto progresivo, donde de entrada, luego de situarnos en una geografía poética, se hace una pregunta no nueva, pero no por ello menos recurrente y necesaria, por el sentido de la palabra. A las claras, Alejandra del Río no teme utilizar las intangibles materias primas de la poesía, inquirir las palabras, lo nombrado y su sentido, su potencia, su carga, y su temporalidad, como lo hace en el poema “Rangoon 2000” “Todas las cosas organizadas por sí solas/ y yo deseando poder penetrarlas (…) Pero abro los ojos y las cosas vuelven a estar cerradas/ henchidas de sentido y yo sin poder penetrarlas”. Aquí está el poeta que comienza, con infinita capacidad de asombro, a ver entorno y examinar el lenguaje que lo configura y valoriza, para luego asombrarse aún más con la impermeabilidad de las cosas y su sempiterna resistencia a ser decodificadas del todo.
Pero el libro nos conduce por un viaje de maduración en que las apelaciones varían desde lo total a lo más cotidiano, lo más propio e íntimo. Los versos empiezan a teñirse de ausencia, de nostalgia, empiezan a configurar una simbología que se hunde en las propias circunstancias, pero sin acelerarse ni afiebrarse. Mientras tanto nos topamos con versos de factura sobresaliente como: “Pues igual que la veta/ que signa el árbol su edad/ lo cifrado bajo la carne/ marca el tiempo de cada rastrojo/ bajo el jirón el pulso sobrevive”. El abanico de referencias se abre, se multiplica. Se transita desde el misterio general hasta la epifanía particular. La destrucción y la muerte salen al baile, lo siguen el sexo y también una infancia ingenua inserta en el oscuro pasado chileno “Tengo ocho años y un cisne/ durmiendo el sueño mortal en mi hombro/ insisto en hacerme una pregunta/ ¿Por qué se suicidan las hojas/ cuando se sienten amarillas?/ la respuesta cuelga/ en la ronda de mis temores”.
Este libro nos muestra una palabra maciza que muta, pero que lo hace con oficio. Las claras y templadas imágenes que Alejandra del Río concibe, no solamente sugieren y significan, sino que logran con pericia y arte, explorar y trazar la existencia y sus circunstancias.
“material mente diario” se cierra –desde la maternidad- así: “El tiempo se mide en distancia/ el horizonte se acomoda a la vista/ la mano completa lo desproporcionado/ el olvido no existe/ y una muerta sólo emigra”, final contundente a un libro más que sugestivo en el panorama poético de hoy, un libro que confirma lo que se sabía, que Alejandra del Río habla fuerte y claro en la poesía chilena actual, y también que libros como este merecen mucha mejor suerte.


Alejandra del Río
“material mente diario 1998 - 2008”
Ed. Cuarto Propio, Santiago, 2009, 74 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 188, 13 de abril de 2010