miércoles, 22 de septiembre de 2010

Un espíritu chocarrero

Nadie sabe a ciencia cierta el acabado proceso de la formación del escritor, ni siquiera los escritores mismos. Casuística hay de sobra, tanta como escritores han recorrido la faz del planeta, pero los coming of age de las grandes plumas de la historiografía literaria han servido en más de una ocasión para la preparación del recetario, del libro de consejos, sobre todo para el joven soñador que “le gusta leer y escribir”. Así las cosas, un no muy intensivo barrido del mercado editorial actual nos permitiría armar una suerte de kit para el escritor en ciernes, paquete donde irían, por ejemplo, el sempiterno Cartas a un joven poeta de Rainer María Rilke, algún persuasivo texto de Gabriel García Márquez –los Textos costeños son ideales si el chico elige el camino del periodismo-, y algún que otro manual de los varios que circulan hoy. Todos conforman más un regalo del pariente querendón que ve en el sobrino, hijo o nieto a un curioso literato en potencia y desea fomentar –sin saber mucho- su educación sentimental, antes que documentos absolutos sobre cómo cultivar y desarrollar el oficio con fines, digamos, profesionales.

A ese conjunto de textos formativos bien podría agregarse Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura (Emecé, 2008), obra del desaparecido escritor estadounidense Norman Mailer (1923-2007), y que bien podría fungir como un testamento adelantado (el propio autor señala en el prólogo que se apresuró para tener listo el libro el 31 de enero de 2003, día de su cumpleaños número 80). A la sazón, Mailer concibió este libro como un repositorio de sus pensamientos sobre su escritura (no “la”) y los escritores, lo que en trabajo editorial se traduce en una exigente labor de copia y pegoteo de más de medio siglo de entrevistas, ensayos, escritos, etc. de un autor que concebía la literatura como el producto heroico de personajes heroicos, con egos tan descomunales como el Empire State, el edificio de la Chrysler o el puente de Brooklyn.

Mailer no estaba entonces para perder el tiempo, y si no le hizo asco durante su carrera a ningún tipo de riesgo editorial, menos se iba a inmutar por cómo confeccionar su libro sobre el arte espectral, un conjunto arbitrario donde entra de todo, desde Tolstoi, el uso de la primera o tercera persona al narrar, su comparación con Picasso (ni más ni menos), hasta la masturbación. Caprichos aparte, lo que encontramos acá es a un autor que pone sus barbas en remojo, antes que seguir revolviendo un gallinero en el que Mailer fue un gallo mayor.

Quienes conocen más a fondo la obra de Norman Mailer podrán apreciar este relajo, esta especie de tregua, si se quiere, que el autor se prodiga y donde se refocila para hacer los balances de su vida, sin escapar a la autoconmiseración o al autobombo. Desde las alturas de la montaña octogenaria, el autor regala perlas de la experiencia: “escribir un bestseller con la intención consciente de hacerlo, es un estado mental que no deja de tener puntos de comparación con casarse por dinero”; “comprender un poco más sobre los hombres y las mujeres, tal vez ése sea el propósito más importante del novelista de hoy”, o bien reflexiones certeras, aunque no todo lo novedosas que se quisiera: “el mundo editorial de hoy dicta que un editor tiene que aportar libros que hagan dinero. Este casi absoluto tiene que penetrar en los intersticios del pensamiento de un editor joven”, o franquezas como “lo que me duele no es mi ego, es mi maldito bolsillo” o “raro es el escritor joven que no es un pendejo consumado”. Como se dijo antes, nadie sabe a ciencia cierta el proceso formativo de un escritor, y en esta pasada, Norman Mailer entrega sus observaciones sobre el oficio y su “artesanía”; con todo, el principiante hambriento de guía, sediento de un gurú, no verá sus ansias satisfechas, aunque en el prólogo se señala que el libro es “para jóvenes escritores que desean mejorar sus capacidades y su compromiso con las dificultades sutiles y los misterios no cartografiados de la escritura de novela seria en sí misma”. Cuando mucho, Mailer logra traspasar cierto entusiasmo, aún al tratar temas más bien áridos como qué tipo de narrador se debe utilizar en una novela, materias que son, en todo caso, bien debatibles, más todavía cuando Mailer descolló en la no ficción.

Ahora, hay que hacer un alcance a la versión castellana que hoy trae al lector Emecé. Esta versión se une a esa infame pléyade de traducciones deplorables que se han publicado en castellano –pato que suelen pagar los españoles, pero rara vez los latinoamericanos-. Del responsable –o uno de ellos-, Elvio Gandolfo, Internet nos señala que es un prolífico autor argentino de sesenta años, colaborador profuso en multitud de medios de comunicación y traductor de Henry James, Tennessee Williams y Philip K. Dick, entre otros, pero en esta ocasión se comporta como un muy pobre novato, que es irremediablemente traicionado por fiarse solamente del diccionario inglés-español para castellanizar a Mailer. La “traición” de Gandolfo se materializa en un libro donde sólo se realizó una apurada conversión literal del original en inglés. Gandolfo falla torpemente en la identificación de modismos, en el rescate del sentido del habla norteamericana (empezando por el título, que incluso en inglés funciona a medias), en la capital tarea de proveer una redacción adecuada que sostenga un texto que pretende ser material de consulta. En buenas cuentas, Gandolfo ubica este libro al filo del precipicio del pastiche y fracasa en el intento de capitalizar un buen producto editorial a partir de los pensamientos de un escritor que no solamente ganó el Pulitzer, sino que fue acusado de acuchillar a una de sus seis esposas, quiso hacer de la ciudad de Nueva York un estado más de la Unión, fue un enemigo acérrimo de las feministas y le sacó un pedazo de oreja a un actor a quien dirigió en una película, luego de que este lo atacara con un martillo.

Valga esta mención puesto que la traducción de Elvio Gandolfo torna muy difícil de leer un texto que, aún con todas sus veleidades compositivas (de hecho leerlo de corrido se parece a esos paseos en rafting, que alternan cándidos remansos con inesperadas sacudidas), no debiera oponer tanta resistencia a un lector ávido de adentrarse en el intríngulis de un personaje bien provocativo en la historia norteamericana del siglo XX.

Norman Mailer
“Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura”

Emecé, Buenos Aires, 2008, 321 págs.

*Publicado originalmente en Revista Intemperie, 22 de septiembre de 2010