viernes, 1 de abril de 2011

La patria del poeta

Si nos ponemos cursilones y melifluos, como suelen serlo quienes practican el amanerado arte de la crítica de vinos, diríamos que en La ley de Snell (Ediciones Tácitas, 2010), última entrega del poeta nacional Leonardo Sanhueza, podemos danzar en la fiesta de los taninos de Gonzalo Millán, y no dejar de encontrar las notas de chocolate de Nicanor Parra, entre otras sedas que vagan en el tinto con buen cuerpo que es la poesía de Leonardo Sanhueza. Y esto no es raro, puesto que el viñedo poético del poeta está en un terreno que chupa como ninguno lo leído, pero también las inolvidables brisas de todo lo que hay alrededor.
Y no hay que descartar la maroma vitivinícola del párrafo previo, puesto que la Ley de Snell hace referencia a la refracción de la luz (más precisión en Wikipedia), luz que abunda en estos paisajes de este volumen, donde el lenguaje florece en imágenes, que, sin embargo, se desmarcan de las propuestas de los anteriores libros de Sanhueza. Acá se despliega un racimo léxico más elegante, pero que tiene la marca registrada del autor: no alejarse nunca de la imagen local, propia de un pasado que es común, cercano, fácil de identificar. Así se ve en poemas como “Jaguar, Mustang, etc.”: “en realidad nunca faltó la sirena de alarma/ y aunque la muerte separó a mis abuelos/ fue el dentista quien fundió sus anillos/ para taparles con oro las últimas caries de sus vidas”.
Más adelante hay poemas que alojan ciertas zonas indefinidas, cierta resistencia que se pone de manifiesto con versos más ricos, adornados y complejos, pero sin dejar de alternar con el poema corto, que sostiene una instantánea elocuente, aún con alguna oscuridad, “El que se va a ahogar/ mira a las casas de veraneo/ y a la gente que saluda desde la playa./ No sabe cómo despedirse/ de ese mundo doble, simétrico,/ que tiembla sobre el agua amarga.”
No obstante, tal vez lo más llamativo de La ley de Snell es que en buena parte de sus textos navega un halo de paternidad truncada, de familias que, lejos de ser el ideal, son más próximas a lo que conocemos hoy, un poco disfuncionales, esforzadas, fallidas en muchas ocasiones. Ese carácter es también pan cotidiano en el mundo de hoy, y Sanhueza, lejos de taparlo con caricaturas o de omitirlo con su silencio, lo abraza y lo incorpora a su discurso, a lo que urge decir. El poema “Impronta” es prueba de ello, donde el ambiente es gobernado por una paternidad breve, fugaz, semanal, transformando éste y varios de los poemas del libro en testamentos (colabora a esto el uso de la segunda persona), en mensajes que deben leerse cuando el autor esté lejos, ido.
Una vez más Sanhueza maneja con contundencia los materiales de sus circunstancias y su historia, materiales que en manos inexpertas devienen esfuerzos lastimeros y desechables. El autor carga las tintas familiares, pero las trabaja para poner arriba de la mesa un pan identificable, de sabor común, porque “la memoria sentimental es así:/ un colgadero”.

Leonardo Sanhueza
“La ley de Snell”
Ediciones Tácitas, Santiago, 2010, 82 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 203, 1 de abril de 2011

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