jueves, 10 de noviembre de 2011

Entre cuatro paredes

El cerrar la puerta de nuestras habitaciones es la forma más común y cotidiana que conocemos para privatizar nuestros espacios. Y dentro de nuestras alcobas, la cama juega un rol insospechadamente capital. Describiendo el soporte y ambiente del amor, del sueño, del nacimiento, de la muerte, los juegos, la lectura, la escritura, entre otras empresas, el libro Historia de las alcobas, (FCE-Siruela, 2011) obra de la historiadora y feminista francesa Michelle Perrot (París, 1928), bien puede ser considerado una historia de la sociedad, una historia de los hombres y de sus instituciones. Bajo sábanas y frazadas, en este caso.
Para Michelle Perrot, quien ha emprendido otros ambiciosos proyectos como Historia de las mujeres en occidente (en conjunto con Georges Duby), nuestras habitaciones y todo lo que ellas contienen nos dicen mucho respecto de quiénes somos, un teatro con ropa de cama de la existencia humana. Con esa premisa, este libro resulta ilustrativo, contundente y ameno. Invocando a Foucault y jalonándolo como un personaje que ha reflexionado como pocos sobre diversos espacios, Perrot concluye que la habitación personal es la materialización en escala de nuestros universos. El orden de la alcoba es el orden de nuestro mundo, y esta es la premisa general de la que se sirve la historiadora para luego pormenorizar en las complejidades sinuosas del espacio vital en sus diversas modalidades.
La erudita cartografía de la recámara a lo largo de la historia que ha creado Perrot, es, desde luego, una historia de lo íntimo. La obra se divide en una serie de capítulos que se consagran a disímiles tipos de habitaciones, casi todas de descanso, por decirlo de alguna forma (el margen es amplio, se cubre desde recámaras reales hasta dormitorios colectivos, pero también se revisan espacios de reclusión o de penitencia). Pero es posible distinguir una línea progresiva, que va desde las fastuosidades de las impenetrables habitaciones reales, como la del Rey Sol Luis XIV, hasta el dormitorio obrero colectivo, pero manteniendo como centro a la habitación como un espacio privilegiado en las viviendas o recintos.
En este recorrido la galería de personajes e historias a absorber es copiosa, con un predominio de mujeres (aún cuando a este tema Perrot ha dedicado el grueso de su obra, y que en este libro es palpable en el retrato que hace de la muerte de George Sand, es un error ver esto como deformación profesional), cuyos relatos están a medio camino entre la historia y la crítica literaria (esto se hace notorio, por ejemplo, cuando la autora aborda la obra de Marcel Proust, específicamente La prisionera), lo que da a este libro un carácter versátil, sin la pesantez de suyo rigurosa del catastro historiográfico, pero con el dinamismo de la crónica, del perfil, en esta pasada, cameral. La sanidad de este libro radica en esa marca, es sanidad, antes que un defecto, antes que una cojera que se pueda apuntar con el dedo.
Tal como lo hizo magistralmente Georges Perec en La vida instrucciones de uso, Michelle Perrot monta en su libro un involuntario edificio plagado de habitaciones-historias, un edificio de lectura con la fachada a la vista, donde quien llega puede interiorizarse en una cornucopia de alcobas. Hay distancias entre Perrot y Perec, por supuesto, pero se abren las puertas de lo íntimo con este libro, las puertas de lo íntimo que, con todo, ha jalonado la historia de siglos recientes, a puertas cerradas.

Michelle Perrot
"Historia de las alcobas"
FCE-Siruela, México, 2011, 353 págs.


*Publicado originalmente en Revista Intemperie, 10 de noviembre de 2011

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