viernes, 2 de diciembre de 2011

Flacidez

Un meteorólogo llamado Nicolás Fonseca, impotente y alejado de su mujer e hijo. Un perro que, en verdad nunca estuvo. Un constructor que se pierde en la montaña, sobrevive décadas en el tierral y que muere producto de una cacería humana por parte de carabineros. Estos son algunos de los elementos que Jaime Collyer (Santiago, 1955) intenta conjugar en Fulgor (Mondadori, 2011), la última novela de este escritor nacional.

La historia del libro es bastante simple, Nicolás Fonseca trabaja solo en un observatorio y sufre de disfunción eréctil tras una operación de hernia. El empleo lo mantiene alejado de su mujer e hijo. En su labor, que consiste en reportar pronósticos climáticos diariamente, está lejos de sus seres queridos de los que solo sabe por teléfono, pero ello no es impedimento para que se vea entreverado en una serie de –llamémoslas así- peripecias, a saber: ser testigo solitario de una difusa supernova; encontrar un cachorro perdido en medio de la montaña, que se transforma en su mascota; trabar contacto con un constructor civil que se perdió en la montaña, rebautizado como “El Yeti” y que come los desechos de los basureros del observatorio y de un centro de esquí cercano, y también interactuar con un mayor de Carabineros, que persigue al ermitaño perdido en las alturas.

Digamos que si hay que calificar esta novela de Collyer en una sola palabra esta sería insustancial. Hay algo paradójico en este libro, su autor recurre a un lenguaje recargado y ampuloso para tratar de insuflar algo de enjundia a una historia laxa, en la que, en rigor, nada tiene mucha trascendencia, y está llena de episodios más bien arbitrarios que están unidos forzosamente para crear la falsa ilusión de una unidad. También hay otros que sobresalen por lo insólitos, como por ejemplo el caso del Yeti, un personaje que, aparte de merodear los cubos de basura de los recintos instalados en plena montaña en busca de comida, comete abigeato, delito que desencadena una cacería humana que termina con una insólita violencia (ad hoc a los tiempos que corren, en todo caso) por parte de los carabineros que persiguen al llamado Yeti.

A pesar de que Collyer mete en la juguera elementos en el papel sabrosos, entre los que sobresale el pene endeble del protagonista, causa natural de sus desvelos, o los supuestos descubrimientos astronómicos que realiza Fonseca o la riqueza de la relación que puede surgir entre un hombre solitario y un tierno perrito. Sin embargo, estos componentes tambalean en el débil tinglado argumental que propone el autor, dando la impresión de no ser más que meras digresiones sin mayor cuento. Si a esta irresoluta manera de exponer los hechos, le sumamos el lenguaje pastoso, infumable y plagado de embelecos que utiliza Jaime Collyer –y que hacen imposible no pensar que escribe para un lector con residencia en la península ibérica-, da como resultado una novela convencional y aburrida, carente de riesgo y chispa, y que parece no dejar nunca de estar enganchada en segunda, que carece del despliegue de atractivos mínimamente necesarios para configurar una narración atractiva, y que, para rematar, se corta abruptamente.

Todo lo antedicho no deja de ser llamativo, siendo que Collyer es un escritor con trayectoria, estatus que confirman con ingente generosidad tanto la solapa como la contratapa de este volumen. Sin emabrgo, la impresión que queda después de leer Fulgor es que es un libro que perfectamente pudo haber sido hecho por un narrador principiante, torpe en sus procedimientos, con una impericia acartonada. Y por si esto no fuera suficiente, la editorial también aporta su pifia; así sucede en la página 155, donde falta parte del texto.

Jaime Collyer, que había dejado una grata impresión con su anterior novela La fidelidad presunta de las partes, retrocede con esta entrega, un volador de luces tan fulgurante como la luna nueva.

Jaime Collyer
“Fulgor”
Mondadori, Santiago, 2011, 162 págs.

*Publicado originalmente en Revista Intemperie, 2 de diciembre de 2011

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