domingo, 4 de diciembre de 2011

Guía hipster de Bruselas

Hace muchos años, un entonces escritor adolescente llamado Gonzalo Maier (Talcahuano, 1981) publicó a los 18 años una novela llamada El destello (opera prima de la cual el autor, siguiendo la tendencia, prefiere no hablar) a través de la editorial LOM. La misma casa editora hoy pone en librerías y otros comercios del ramo Leyendo a Vila-Matas, segunda novela de este periodista. Harta agua ha pasado bajo el puente de Maier, ahora el pequeño aspirante a escritor es esposo y padre, se ha curtido en la redacción de diversas revistas y tomó la muy soberana decisión de mandarse a cambiar a mejores pagos, sin mirar para atrás.
Las tres últimas líneas del párrafo previo sirven para contar de qué va Leyendo a Vila-Matas. Tenemos al protagonista de la historia –el propio Maier- en un tren cruzando Europa para encontrarse con el escritor español Enrique Vila-Matas, a quien Maier entrevistará, dado que escribe un libro sobre su obra. En el tren conoce a una chica alemana que tiene una complicada historia de amor (como si alguna no lo fuera) y con quien el protagonista pareciera que tendrá un encontronazo sexual en cualquier momento. Pero el encontronazo sexual –al menos en potencia- sucede en la cabeza del protagonista, que se perturba cuando su mujer le avisa que un vecino egipcio pasará la noche en casa, dado que olvidó sus llaves.
Leyendo a Vila-Matas es un libro ameno y afable como una guía de turismo. Liviano, complaciente, bien hilado, bien redactado. Así, en sus páginas podemos aprender dónde comer buenos waffles si es que alguna vez al despreocupado lector le toca viajar a Bélgica, que “la felicidad son discos desconocidos que sin darnos cuenta se transforman en favoritos” o que “la felicidad puede ser el sonido de un timbre”.
Por supuesto, como integrante de su generación, esta novela tiene los vicios que presentan otras narraciones contemporáneas, la brevedad mal entendida, el gusto de dejar vacíos, y esa manía algo irritante de transformar uno o varios pasajes del libro en un soundtrack o mixtape que no hace más que dar la impresión de que el autor tiene buena oreja, o que escucha a las bandas de moda, intentando hacer de esto un sustento literario. Las dos líneas del argumento de las cuales pudo surgir algo de tensión, la relación del protagonista con la alemana “Niña Poste” y la paranoia que genera el que un vecino duerma bajo el mismo techo que la esposa del protagonista no se desarrollan. El autor prefiere hablar de sí mismo, eso pareciera ser más importante, dando tips sobre relaciones humanas, y alguna deslavada caluguita sobre Vila-Matas. Gonzalo Maier goza de una vida sana y en equilibrio, suceso que tiene la gentileza de comunicarle al lector.
Ahora, el título de la novela no es más que el usufructo del autor de Bartleby y compañía para ganar lectores, que bien podrían sentirse víctimas de una grosera publicidad engañosa. Tampoco se trata de que este libro sea un ensayo vilamatiano, pero queda claro que Maier usa el nombre de Vila-Matas –medalla sagrada del lector quintaesencial- para hacer lo que hacen no pocos narradores hoy: terminar hablando de sí mismos.

Gonzalo Maier
“Leyendo a Vila-Matas”
LOM, Santiago, 2011, 89 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 210, 2 de diciembre de 2011

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