domingo, 11 de diciembre de 2011

Parricidio

Como toda ópera prima editada por un sello multinacional, La soga de los muertos –primera novela del joven escritor y periodista Antonio Díaz Oliva (1985)– ha hecho ruido. No es de extrañar, dado que esta obra contiene varios elementos
que cautivan el interés de nuestro periodismo cultural en clave juvenil: la visita a Chile del poeta beatnik Allen Ginsberg para participar en el épico Congreso de Escritores organizado por Gonzalo Rojas y celebrado en Concepción en 1960, la saga de películas Volver al futuro y la sempiterna postulación de Nicanor Parra al Nobel de Literatura. Estos condimentos salpimientan el libro de Antonio Díaz, escritor que se ha abierto camino con rapidez en el periodismo cultural chileno, específicamente en la revista Qué Pasa, a lo que hay que sumar su libro Piedra Roja: los mitos del Woodstock chileno, publicado en 2010.
Volviendo a la novela, los ingredientes antedichos son parte de un decorado que se antepone a un hilo conductor más íntimo y profundo: la relación padre-hijo. Una relación que, tal como se plantea, parece más bien la historia de ausencias, de presencias fugaces, de presencias que parecen ausencias. Díaz Oliva echa mano a la visita proverbial de Ginsberg para articular el conflicto paternofilial que ensambla
la historia del narrador. Un niño que crece bajo el alero de la lectura de cómics, del delirio que le produce Volver al futuro y de la carencia de un padre que en el pasado trabó contacto con Nicanor Parra y el mentado Ginsberg, y que años después organizaría una campaña para que el antipoeta obtuviese el Premio Nobel de Literatura en 1994.
La brevedad del estilo de Díaz Oliva (vista en escritores como Diego Zúñiga y Alejandro Zambra) puede rastrearse en autores que han servido de luminarias a las nuevas generaciones,
como es el caso de Álvaro Bisama. El laconismo capitular de La soga de los muertos lleva a pensar en aquel de Estrellas muertas. Es más, tal como ambos libros comparten
editorial, comparten también el mismo error (no es más que eso): no tener casi ninguna página numerada.
Esta novela es una historia con cabos sueltos, lo que puede ser una cualidad o un defecto, según quien lo mire. Zambra señaló, a propósito de la brevedad, que la escritura es un desafío de precisión; acá sucede más bien lo contrario. La rapidez con que pasan los capítulos bien podría acercar La soga de los muertos a un libro de estampas, un fragmentado Bildungsroman en cuyas páginas solamente hay unas pocas notas al pie. Los datos siempre serán insuficientes. Con todo, no deja de ser adecuado mentar a Parra, puesto que el libro antes de tratarse de antipoesía o de ayahuasca, se trata de parricidios, de matar padres ausentes. Hay momentos en que esto se insinúa, por ejemplo cuando el grupo PARRA se entera con amargura de que el Nobel de 1994 recayó en el japonés Kenzaburo Oé; en ese instante, el grupo que pegó carteles hasta el hartazgo en La Reina, se desbanda sin más. Luego un momento en el que el niño protagonista ingresa a un departamento, en cuyas ventanas solía ver cuadros, en sus viajes en micro hasta el colegio. El niño protagonista ingresa
al departamento y encuentra a su padre, en la escena tal vez más azucarada del libro.
La soga de los muertos es la primera novela publicada de Antonio Díaz Oliva. El autor de seguro aportará nuevos libros en los cuales haya más profundidad, un aliento más largo, presencias más duraderas.


Antonio Díaz Oliva
“La soga de los muertos”
Ed. Alfaguara, Santiago, 2011, sin número de páginas.


*Publicado originalmente en Revista Grifo N°23, diciembre de 2011

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