miércoles, 16 de marzo de 2011

Olvidando a José Donoso

Sucede que José Donoso está hecho para ser olvidado. O al menos eso pareciera. Han pasado décadas desde que leí ese viejo ejemplar de Coronación que, por entonces, era parte del inventario decorativo de las casas de la clase media-alta nacional. Ese viejo tomo de Seix Barral, de su biblioteca Formentor, morado como un panqueque de arándanos. Ese libro terminó por perder su encuadernación, la que intenté restaurar embardunando el irregular y herido lomo a la vista con groseros patacones de Stic-Fix. Fue para peor, pues después casi no se podía abrir. Olvidé esa lectura, y ese libro bastardamante reparado.

Luego, hice bajar de un anaquel que en mi adolescencia sólo me limitaba a mirar, la lustrosa edición que Alfaguara hizo de El lugar donde van a morir los elefantes. Lo leí de un tirón –por lo que me acuerdo-, pero también terminé por sepultar esa lectura en el cajón mental de lo que no tenemos memoria. Casi no recuerdo ni una sola línea, y a estas alturas del partido me falta harta buena voluntad para recordar algo más que la obesidad de la protagonista femenina.
Más aún. Había en casa dos libros de cuentos de Donoso. Cuatro para Delfina, y Cuentos, también de Seix Barral. Los leí, pero olvidé todo eso, salvo el penetrante olor a caldillo de congrio que Donoso hace hervir en las páginas de cierto cuento, cuyo nombre me cuesta tanto hacer volver a mi cerebro. Años después, en 2007, cayó en mis manos Lagartija sin cola. La comenté, pero recién me acordé, mientras escribía el párrafo anterior, que había leído esa novela póstuma y que escribí una reseña que seguramente también será olvidada.

A fines del 2009, la editorial Alfaguara tuvo la gentileza de enviarme Correr el tupido velo, el libro que escribió Pilar Donoso, hija adoptiva de José, a partir de los diarios y la correspondencia de su padre. Dejé el libro en un montón informe, compuesto de carpetas, papeles y otros libros que aún me decido a recordar. Lo olvidé, como siempre. Sin embargo fue la reciente aparición de Pilar Donoso en la Feria del Libro de Lima (creo que era de Lima, no recuerdo bien), comentando su obra, y hablando de la inseguridad proverbial del autor de “El obsceno pájaro de la noche”, lo que me hizo meter la mano en esa montaña de papeles abandonados y empezar a leer el libro.

Las cerca de 450 páginas (olvidé cuántas carillas tiene exactamente) que tiene este libro nos revelan muchas cosas. Que Donoso era humano. No es gran cosa esta revelación. Que Pilar Donoso escribe bastante bien. Gran cosa esta revelación, como para no olvidarla y complacerse de que haya sido ella quien confeccionó esta bitácora (que tira más para libro de quejas) de la vida de Donoso, una vida llena de miedo, libros, desconfianza, inseguridad, novelas, viajes, robos, acusaciones de robo, perdones, dramas, alcohol, distancias, amistades, amores, añoranzas.


El punto final

Literatura tras la literatura. El correlato humano, precario, tembleque del escritor que secretamente aspiró a premios, se trenzó con Susan Sontag, amaba y temía por igual a hombres y mujeres, y podemos seguir enumerando las estrellas del universo atrapado en este libro para no olvidarlas. No olvidar que José Donoso se comportó como uno más de esos personajes contrahechos de sus novelas ante el descalabro dictatorial pinochetista, que carcomía con muerte la vida del Chile ochentero. Seguramente no olvidarán los familiares de Donoso la verdadera cara del novelista en su linaje. Menos aún cuando Pilar Donoso respira hondo, se arremanga la camisa, y exhala con oficio singular un texto muy bien escrito, que, rindiendo tributo a un padre, le rinde tributo a un mundo literario como el chileno, que tiene en José Donoso como una medalla que lucir junto a las otras preseas del Boom. Olvidemos al escritor que se pone el overol para parir sus historias. Olvidemos esto y de la frontera instalada entre literatura y vida, para encontrarnos de frente con la certeza de que detrás de las novelas de Donoso hay una vida. Varias vidas, en rigor. Vidas que hacen agua, pero que hacen agua como hacemos agua todos. Pero de eso nadie se acuerda.

Que este libro es honesto y que su autora es valiente. Sí, pero decir esto es quedarse corto. También que el libro es muy bueno. Tal vez será mejor dejar a Correr el tupido velo en un lugar apartado, pero visible. Recordar así a José Donoso hasta transpirar. Leer quizás a partir del razonable morbo que instaló la publicidad de este libro, y terminar leyéndolo simpatizando y tendiendo una mano a un ser humano como cualquiera, constreñido por el opresor oropel de su clase social, y de su familia.

Punto final para José Donoso. O para el José Donoso que conocíamos. Punto final para esa úlcera rebelde que lo atacó mientras escribía El obsceno pájaro... y que cierta liviana historiografía literaria erigió como su exotismo artístico más simpático. Podemos sacar del libro de José Donoso nuevos exotismos, como que le ofrecieron –y quería- escribir una teleserie mexicana de esas cebollientas (no es raro, pues bien folletinesca eran sus libros) que más bien se duermen después de almuerzo, antes que verlas; o que armó un guión sobre Rimbaud mucho antes que Leonardo Di Caprio matara por segunda vez al adolescente incandescente de Charleville en Vidas al límite (olvidé cómo se llamaba esa película en inglés, pero seguramente tenía un título mucho mejor). Olvidemos a Adela Secall que hacía de nana en la Coronación de Silvio Caiozzi. Sin más.

Punto final, pero con golpe de Enter. Para no olvidar.

*Publicado originalmente en 60 Watts, marzo de 2011

viernes, 4 de marzo de 2011

Saldando la deuda

El año 2009 se publicó La deuda, la última novela de Rafael Gumucio (Santiago, 1970). En estas páginas dijimos que tras aquella descaminada novela, lo que Gumucio le quedó debiendo al lector eran unas buenas crónicas literarias. Y a vuelta de calendario aparece La situación. Crónicas literarias (Ediciones UDP, 2010), un compendio de heterogéneos artículos del autor de Invierno en la torre, publicados en los más empingorotados medios de prensa de habla castellana, artículos que le han hecho un nombre a Gumucio en el universo de la opinología literaria. No nos vamos a pasar para la punta y decir que el autor escribió esto a instancias del comentario publicado en este medio, en todo caso.
La revisión del prólogo y de las primeras páginas de La situación, nos dan cuenta de que Rafael Gumucio vuelve a su elemento, vuelve a campear por las llanuras en las que es amo y señor, imagen muy superior a la que exhibió últimamente en campo novelesco, donde su empresa, contrahecha, no acabó de cuajar. En las antípodas del apocado Bernardo O’Higgins que Gumucio encarnó en un recordado sketch del recordado programa Plan Z, hoy el Gumucio cronista cabalga con la pachorra propia del jinete que domina su pingo, y le sabe dar la cantidad justa de rienda para que obedezca todos sus dictados. Esto porque en La situación el despliegue de la crónica cuenta con los ingredientes en la proporción justa para que sea exitosa, esto es arbitrariedad para crear frases contundentes, el conocimiento del tema tratado, para hacer esas arbitrariedades dignas de ser discutibles o de suscitar la reflexión, y el estilo, esencial para que estos postulados sean expuestos con la gracia y el oficio suficientes para contar con valor literario. Así, tal como el autor lo expresa en el prólogo, se encuentra el lector con “una comodidad, una alegría, una coherencia secreta que no esperaba encontrar”.
Gumucio conjuga propiciamente estas cualidades en su libro, tal como antes lo hizo en Páginas coloniales y Monstruos cardinales, demostrando que cuando habla de lo nacional (en este caso de nuestra literatura y nuestros lectores) en clave ficción suena como un saxofonista lerdo que no sabe muy bien cómo o cuándo llevarse el instrumento a la boca, mientras que cuando lo hace desde la no ficción es Charlie Parker, poniéndose a la altura de Juan Forn, Álvaro Bisama o Christopher Domínguez Michael, aún cuando la escritura de Gumucio no se parece a la de Forn, ni a la de Bisama, ni menos a la de Domínguez Michael.
Retomando lo dicho en el momento de abordar La deuda, Rafael Gumucio hace bastante bien al allegarse nuevamente a la crónica literaria, dijimos que es el lugar del que nunca debió haberse alejado, y La situación lo corrobora, muy felizmente.


Rafael Gumucio
“La situación. Crónicas literarias”
Ediciones UDP, Santiago, 2010, 165 págs.

*Publicado originalmente en El Periodista N° 202, 4 de marzo de 2011