viernes, 30 de marzo de 2012

Hablemos de mí



A primera vista, el libro Amster (Ediciones UDP, 2012), obra de Juan Guillermo Tejeda (1947), promete muchísimo. Y esas promesas se refuerzan una vez que es posible atenazar el libro, tocarlo, sentir sus páginas y apreciar su materialidad. Se está ante un objeto manufacturado con cuidado, cómodo de manipular, seductor al tacto. Su portada es simple, atrevida, incluso dramática. Todo esto compone la antesala ideal para sumergirse en el más promisorio de los contenidos, especialmente si el –supuesto- tema central es la vida y obra de una persona que fue la espina dorsal del mundo del libro en Chile durante décadas, el diseñador de origen polaco Mauricio Amster (1907-1980).
            Así las cosas, sólo iniciar la lectura derrumba toda la promisoria previa del libro cerrado, puesto que desde el principio el lector podrá vislumbrar que la mano no viene como se esperaba. El tono del prólogo anuncia que el volumen se tratará más de Tejeda que de Mauricio Amster, que el autor se va a comer con zapatos al biografiado. El tono ampuloso y arrebatado que usa Tejeda requiebra la lectura desde temprano, y es en esos momentos en que ya se constata el error que signa este volumen: Tejeda habla –casi con gozo- más de sí y sus circunstancias que del propio Mauricio Amster. Esta lacra se detecta en otros casos editoriales recientes, como lo es esa lamentable entrega del más lamentable Jorge Edwards, llamado La muerte de Montaigne. Seis son las páginas que demora el autor en restarle un poquito de espacio a su ciclópeo yo, para siquiera mentar al supuesto objeto de la obra.
            Y estamos recién empezando. La página 41 nos revela tal vez uno de los momentos más insólitos de la obra: “Investigo los sitios web dedicados a atraer a los turistas, sitios web visualmente muy limpios que describen mamonamente las iglesias”. Este momento define en buena medida lo que vendrá, y el talante de las páginas venideras. El uso de una palabra chocarrera como “mamonamente” nos entrega, a poco andar, luces claras del carácter que tendrá este libro, que le debe bastante a Google. Apuntar que el autor y su trabajo son poco rigurosos es quedarse corto. Tejeda ni siquiera detalla las referencias que utiliza –anecdóticas e impresionistas casi todas ellas-,  por último para que el lector haga su propia búsqueda. Por ejemplo, el autor nombra una película del cineasta húngaro Istvan Szabó que ayuda a puntualizar las condiciones en las que creció Mauricio Amster en Lviv, su pueblo natal en Ucrania, pero no se da el título de la película.
            Si hablamos de porcentajes, de Amster se habla en menos del 50% del libro. Tejeda opta por hablar de sí mismo, de su padre, de Baruch Spinoza, de su añorada Barcelona, del archimanoseado Neruda y su recontramanido Winnipeg, de la ultratrillada guerrilla literaria con Huidobro, entre otras digresiones que a cuento vienen bien poco. Pero el desparpajo máximor sucede en la página 85, donde con una pasmosa soltura de cuerpo se apunta: “No calzo yo bien con mi rol de entrevistador o investigador, no soy eso, ya me lo advirtió un buen amigo desde Barcelona [durante buena parte del libro Tejeda lloriquea por no estar ahí], hombre, tú no puedes escribir sobre otro artista (…) tu único modo es hablar desde ti mismo, desde lo que a ti te ocurre con Amster”. Habría que averiguar el nombre de esta amistad de Tejeda y pedirle unas cuantas explicaciones, pues esta fatídica recomendación es el tiro de gracia a la obra, la última palada de tierra que terminó de sepultar un trabajo que tanto prometía. ¿Es posible dar un peor consejo?, ¿y es posible cometer el garrafal error de seguirlo?, la respuesta está en este libro, en su mera existencia. Con harta buena voluntad se podría decir que aquí Tejeda es honesto.
            Desde entonces –y antes- hasta el final, lo que se ve es un relato en primera persona sobre un tercero, pues eso pasó a ser Amster en este libro, un tercero, un personaje incidental en el decorado rococó de los recuerdos familiares que Tejeda tuvo a bien convertir en libro. Baste señalar que, a la hora de hablar del eminente diseñador polaco, los adjetivos que mayoritariamente utiliza el autor para describir su labor son “bonito” y “notable”, palabreja esta última que ha caído en el más absoluto de los descréditos, pues la intelligentsia de turno (alojada en su grueso en redes sociales) la ha puesto en la lista negra del correcto hablar.
            Amster (el libro) carece de una historia bien estructurada, impera el desorden. Pero es bien poco el orden que se le puede dar a un surtido de anécdotas livianas y hechos sueltos, que corresponden a otro libro, idealmente uno no venal para ser distribuido entre los cercanos de Tejeda, luego de un cóctel en Barcelona, bien regado por vino y tapas. La vida de Mauricio Amster no está en este libro, la profundidad que requiere y merece el estudio de esa vida tampoco. No está acá retratado el verdadero alcance de un hombre que fue palanca y pistón de la labor editorial durante décadas en un país atrasado e isleño, como lo fue Chile durante buena parte del siglo XX. Este libro merecía otro autor, uno que lo tratase con mayor cariño, que no desprecie la investigación y que supiese aquilatar acabadamente la magnitud de la tarea a acometer.
            Esperanzadoramente, no todo es malo. De hecho, lo más rescatable de este libro empieza en la página 171, donde se incluye un acertado muestrario del trabajo de ilustración editorial de Amster. Y aunque hay una que otra foto pixelada por ahí, esas poco más de 80 páginas constituyen la solitaria y principal contribución de este volumen, puesto que ahí está Amster en su esencia, hablando a través de su trabajo.
            En las postrimerías Juan Guillermo Tejeda incluye –cómo no- un epílogo para continuar hablando en primera persona. Ahí nos ilustra: “Mi objetivo, sin estar inicialmente nítido, se fue aclarando mientras avanzaba [es decir, en el camino se arregló la carga] y, quizás adquirió cuerpo, a fin de cuentas, al situarlo a él [Amster] como uno de los cronistas integrales de nuestra cultura, como coautor voluntario o involuntario de la historia que Chile se construyó como país durante las cuatro décadas de su actividad entre nosotros”. Tras leer Amster, es claro que ese objetivo estuvo lejos de cumplirse, y que la deuda con Mauricio Amster persiste, y tal vez se acrecienta con toscos pasos en falso como lo es este libro. Amster –en espíritu, desde luego-, junto con quienes de verdad deseen conocer la magnitud de su aporte, deberán seguir esperando, o bien acudir, con ilusión en el alma, a bibliotecas universitarias. No sería raro que en algún anaquel perdido, yazga dormida una tesis que sí haya tenido la intención de hacer justicia con un personaje capital de la historia del libro en Chile, Mauricio Amster Cats.


Juan Guillermo Tejeda
“Amster”
Ediciones UDP, Santiago, 2012, 261 págs.

viernes, 16 de marzo de 2012

Mente enferma

Y así fue como un buen día, no se sabe muy bien por qué peregrina razón, una inadvertida organización llamada “Círculo de críticos de arte” (que, según se puede rastrear en Google, tiene más de medio siglo de existencia) dejó de ponerle atención a la marina con su crespo rompeolas o a la instalación que precede al coctelito, y decidieron, un día de enero en las apacibles dependencias de la Corporación Cultural de Las Condes, premiar libros. El favorecido en esta ocasión fue el volumen de cuentos No aceptes caramelos de extraños (Uqbar, 2011), última entrega de la escritora y académica chilena Andrea Jeftanovic (Santiago, 1970). Además muy honrado se ha de haber sentido Tomas Tranströmer, pues el Círculo de Críticos de Arte de Chile lo condecoró en el área de literatura internacional. El poeta sueco ya puede poner este noble galardón junto al diploma del Premio Nobel, para que luzca. Cuánto honor.
Volviendo a Andrea Jeftanovic, el plan de la autora en este libro es claro, mostrar el lado oscuro, la sensualidad sucia, el lado B, lo oculto, lo malévolo, lo abyecto, lo que se calla, lo que no se dice, lo innombrado, en fin, como se quiera motejar a la pulsión perversa que corre subrepticia y firme en todos los seres humanos, más allá de la correcta fachada pública (tal vez por eso llamó tanto la atención del psiquiatra Marco Antonio de la Parra este libro), y de paso cachetear cualquier idea preconcebida de núcleo familiar en Chile. Jeftanovic no es una escritora nueva en el medio nacional, hace años que viene animando, sin concesiones, la escena de la narración chilena, y en esta pasada, entrega un conjunto de once cuentos uniformes en tono (se prefiere la segunda persona) y temática.
Tal como sucede con los libros de poesía, los cuentos nunca son todos buenos, hay altibajos. La apertura del libro, “Árbol genealógico”, es débil, se pasa de rosca y roza el absurdo. Luego asciende hasta llegar a los relatos más logrados como “Marejadas”, “La necesidad de ser hijo” (donde se nota cierto buceo en la propia identidad de la autora) y “En la playa, los niños…”, a pesar de lo flojo del título de este último. El talento que más resalta en este volumen es la imaginería que su autora es capaz de construir, imaginería que se compendia en los colofones que se incluyen al final de cada cuento. Dentro del fárrago de la hiperconciencia (que cuando está en boca, por ejemplo, de conspicuos recién nacidos o niños chicos suena extraña) surgen perlas interesantes, postales bien acabadas, que incluso podrían disponerse en vertical y transformar en libro en un solo largo y crudo poema a las bajas pasiones.
La lectura del libro no es fácil, la segunda persona tiene ese riesgo, con facilidad puede transformarse en un sordo sonsonete plano, cansador, con una espesura que puede caer algo pesada, sobre todo en un libro que deliberadamente deja de lado toda chance de benevolencia, suavidad o inocencia. Andrea Jeftanovic visita un mundo oscuro que no es primera vez que se devela, pero que no deja de instalar desesperanza.


Andrea Jeftanovic
“No aceptes caramelos de extraños”
Ed. Uqbar, Santiago, 2011, 139 págs.


*Publicado originalmente en El Periodista N° 212, marzo de 2012