sábado, 27 de octubre de 2012

Empatarlo todo



El consenso en el Chile de las últimas décadas, más que ser una meta, se ha transformado en una obsesión. El afán rayano en lo enfermo de empatarlo todo, desde la política, ha permeado el resto de la sociedad, sumergida en una democracia imperfecta llena de parches y de rajaduras, especialmente en actividades como la crítica, donde existe un miedo pánico al disenso y una repulsa al discurso crítico, que vaya contra la corriente plácida, tibia y cómoda de los acuerdos. Para aportar algo de literatura a este fenómeno que anestesia a la sociedad, disfrazada bajo la corrección política de los acuerdos compulsivos, recientemente ha llegado a Chile el libro La paradoja democrática. El peligro del consenso en la política contemporánea (Gedisa, 2012), obra de la teórica política belga Chantal Mouffe (1943).an ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽todometa, se ha transformado en una
Este libro, compuesto por una serie de ensayos, se agrega a una carrera en la que Chantal Mouffe se dedicó a estudiar la tradición socialista, junto con realizar una revisión filosófica (especialmente de autores como Jürgen Habermas), con el fin de construir una nueva teoría democrática. En este volumen, la autora da cuenta de una paradoja en los sistemas democráticos modernos, a los que opone su propio modelo agonístico (versus el sistema consensual), además de reseñar las democracias consensuales que han fallado y que prueban la paradoja en los sistemas democráticos que sobrevaloran el consenso.
A lo largo de estos ensayos se develan las ideas centrales de Chantal Mouffe, la caracterización de la democracia moderna como una síntesis entre el imperio de la ley y la soberanía popular, o bien una reconciliación de los valores del liberalismo y los de la democracia. Chantal Mouffe desafía la idea del consenso deliberado porque el consenso artifical remueve algo en esencia político: el conflicto, el disenso. El consenso es necesario, pero no puede existir con el disenso aplastado, especialmente en las formas en las que se aplica la justicia social. La lección más importante que queda tras leer este libro es que la democracia se mantiene saludable cuando podemos disentir del otro, sin confundir ese rasgo de salud con polarización. Así las cosas en Chile, del libro de Chantal Mouffe tenemos mucho que aprender.


Chantal Mouffe
“La paradoja democrática. El peligro del consenso en la política contemporánea”
Gedisa, Barcelona, 2012, 156 págs.

viernes, 12 de octubre de 2012

No hay nadie como tú



El columnismo nacional, ese dudoso espacio que ha gozado de inusitada difusión. Ese espacio en el que sobran berrinches y faltan lecturas y estilo. En Chile el columnismo se ha elevado al grado de deporte nacional, el deporte de ver pajas, listones y vigas en los ojos ajenos. Hoy por hoy, se alza como una colosal reunión de caciques en la que el hiperpoblado cacicazgo escribe para una ilusoria tracalada de indios a los cuales se busca iluminar con sabiduría y panaceas. Este oficio encontró terreno fértil para su expansión gracias a los sitios web montados para reunir los egos opinológicos y servir de plataforma para su verborrea. Una competencia mientras se lanzan ideas políticamente correctas, hermosos proyectos de país, y, en más de una ocasión, el machismo más desatado.

En el zoo columnístico local también se alzan sitios ciudadanos, los cuales, con el prurito sacrosanto de darle voz a los sin voz, proveen al respetable su cajón de manzanas, pergeñando opiniones que suelen perderse sin mucho eco en la niebla web. Y también están los medios electrónicos que cazan columnas como si de pesca de arrastre se tratara, barriendo y recalentando ese enorme e incierto Pacífico que es el bloguismo nacional.

No todo es tan malo. Hay también valores importantes en este campo, como Leonardo Sanhueza, Roberto Merino o Antonio Gil. Con todo, en Chile no hay ningún columnista -pero ninguno-, que se aproxime al argentino Juan Forn (1959). Eso lo podemos corroborar gracias a la editorial Los libros que leo (sello que vive su propia fiesta, debido al Premio Municipal de Literatura 2012 que obtuvo Juan Pablo Roncone y su libro Hermano ciervo), y la oportunísima publicación de El hombre que fue viernes, una recopilación de las “contratapas” que Forn escribe para el diario Página/12, de las cuales algunas ya habían sido publicadas en un excelso libro llamado Ningún hombre es una isla, editado en Argentina por Emecé, que muy desafortunadamente no estuvo ni cerca de llegar a Chile. Mientras que en Argentina se publica a autores del calado de Forn, el capítulo chileno de la multinacional española opta por convertir en libro –y cobrar por ello- a mamarrachos literarios como Marcelo Lillo.

En fin. La aparición de El hombre que fue viernes viene, involuntariamente, a pelear codo a codo con los Temas lentos de Alan Pauls (Ediciones UDP, 2012). Dos columnistas argentinos, multipensadores, observadores, eruditos, exquisitos. Pero donde termina la suavidad de Pauls, empieza la de Forn, quien aventaja por casi medio cuerpo al presentador de I-Sat en la capacidad de llegar al lector con una calidez de la cual Pauls, más afilado y algo más adusto, carece. Es que la gracia de Forn es esa, la cercanía, la calidez. Todo con un origen: su capacidad de narrar, de contar historias. Tal vez es el relajo y la templanza que Forn obtiene de vivir recluido en un bucólico pueblito con mar; tal vez es esa soltura, ese desahogo que significó cambiar la vorágine de trabajar en una editorial multinacional en Argentina, y estar signado para ocupar el centro de la narrativa de ese país. Estar lejos de ese ojo de tormenta ha tenido efectos positivos en Forn, si es que nos ponemos algo más quisquillosos y hacemos un análisis del hombre a través de sus escritos.

Tal como sucedió en La tierra elegida y Ningún hombre es una isla, en El hombre que fue viernes, Juan Forn construye sus propios mundos en pocas carillas. Historias breves, pero completas, que satisfacen uno de los propósitos más altos que, según nos reporta el mexicano Gabriel Zaid, debieran cumplir los libros: mantener viva la conversación. En este caso –y con toda la pompa que involucra la frase- la conversación sobre la cultura. Porque cuando Forn habla de Kawabata, Ajmátova, Cabrera Infante o Robert Walser no nos traspasa el valor de los personajes, sino que es capaz de transmitir lo valiosos que son esos libros, escribiendo páginas adicionales a esas mismas grandes obras.

Decir que la obra de Forn es un feliz cruce de periodismo y literatura es una frase que encierra una mezquindad insultante. Forn está mucho más allá de todo eso. Está a años luz de ser un diletante que baraja con cierta maña las herramientas para construir un relato, digamos, atractivo, o que exuda cultura o agudeza lectora. No, no es eso. Es más que Forn ha desarrollado una capacidad superior de crear literatura a partir de los cientos de elementos que entran por sus sentidos y son procesados por una sensibilidad que se expresa con elocuencia casi insuperable a nivel de idioma castellano. Un narrador completo como pocos. Un columnista como ninguno.



Juan Forn

“El hombre que fue viernes”

Ed. Los libros que leo, Santiago, 2012, 196 págs.