Empezaremos
diciendo que la aparición de El Sur (Los
libros que leo, 2012), de Daniel
Villalobos es una marca, un hito de renovación, o de ventilación de la
narrativa chilena. Estas situaciones suceden periódicamente, aunque no con la
frecuencia que se necesita para animar un escenario literario que, por lo
general, retoza más bien en la comodidad fácil de los libros que se venden
bien, antes de ser remecido por los libros que están bien hechos.
La buena literatura
suele surgir cuando el escritor decide mirarse de frente en el espejo negro de
la propia biografía, cuando tiene la valentía de hacerlo, y cuando posee,
además, las capacidades de articular todo ese registro. Eso es honestidad (una
postura ética también) y eso es lo que le falta al grueso de los narradores
chilenos de hoy, mucho más tendientes a dorar la píldora y emborrachar la
perdiz del prójimo con maromas técnicas de dudoso enjuague, con fines de mundo
que no son mucho más que tics, con playlists,
setlists, namedropping y demás cornucopia pop. En fin, ejercicios volátiles
que sirven para rellenar páginas, pero que provocan el bostezo antes que la
admiración y el olvido antes que la retención. Daniel Villalobos hace
exactamente lo contrario a lo antedicho en El
Sur, un conjunto de crónicas que arrojan al lector a la vena profunda de la
Araucanía, los páramos remotos y míseros de Temuco y Puerto Saavedra, al pasado
reciente de la que hoy es, todavía, una de las regiones más pobres y
desaventajadas de Chile. Y ese carácter se refleja en las primeras páginas del
volumen, que dan cuenta de ser un mélange
entre Angela’s ashes, The Wall, Mea Culpa y un poco de Fogwill.
El crítico
estadounidense Edmund Wilson decía que toda actividad intelectual, sea la que
sea, es un intento de darle significado y sentido a la existencia, que no es
otra cosa que hacerla más fácil de sobrellevar, hacerla viable. Pues bien,
corriendo el enorme riesgo de hablar sobre la existencia de Daniel Villalobos,
un libro como El Sur, si no hace más
viable una vida, al menos ha de generar la satisafacción en su autor de haber
escrito un libro que, en más de un pasaje, es un despliegue de sabiduría
epigramática. A saber: “La melancolía, que creo que es una emoción que todos
aprendemos muy niños y que no es nada más que nuestra respuesta al hecho básico
de que el mundo nunca termina de amoldarse a nuestros deseos”; “Me gusta pensar
que, incluso en las situaciones más pequeñas o precarias, la gente hace lo
mejor que puede y a veces eso es justo lo que uno necesita”; “Soportar a
alguien que no te cae tan bien con miras a disponer de su biblioteca es una de
las pequeñas miserias de todo lector pobre”; “A m í
se me hace que la desmemoria es el regalo que te ofrece el cuerpo cuando te
empiezas a dar cuenta de que la vejez no será como te la habías imaginado a los
veinte”.
No todo es tan
perfecto, como por ejemplo el título del capítulo “El Sur y las novelas Jazmín”
no termina de empatar con el contenido del apartado, pero, de todas formas la
lectura de El Sur casi no tiene
desperdicio. La escritura de Daniel Villalobos tiene un rendimiento
sorprendente y, por ello, escaso. Una escritura así de íntegra no deja espacio
para desperdiciarlo en floreos de estilo. Repasamos la pobreza, el abandono
paterno, el horror puertas adentro del internado, el hambre por leer y ver
cine. Aún cuando hay no poca vehemencia en los párrafos de este libro, leerlo
como una vendetta o un ajuste de cuentas algo maletero, sería un despiste. El Sur es una historia de la provincia
(pero no una más), un bildungsroman
espolvoreado de merquén, el relato de un coming
of age crudo, pero que, con todo, deja un espacio a la ternura, a la
humanidad no edulcorada y maqueteada, sino en su faz más fidedigna.
Ya El Sur ha sido alabado y encumbrado en
más de un lugar como el mejor libro del año 2012. Un estatus innegable a estas
alturas, e incluso ampliable a un rango temporal de cinco o diez años. Daniel
Villalobos ha creado un libro que no solo ha pateado olímpicamente el tablero
del quincho literario local, sino que también posee un peso tal que, sin más, pone
en entredicho la forma en la que se narra en Chile.
Daniel
Villalobos
“El
Sur”
Ed. Los libros que leo, Santiago, 2012,
131 págs.