La obra
inaugural de Federico Zurita Hecht (Arica, 1973), el conjunto de relatos El asalto al universo (Eloy ediciones,
2012) cumple con las exigencias del zeitgeist
actual y local, esto es la configuración, mediante la literatura, de una
galería de seres atribulados por las circunstancias que los rodean, solitarios
y excéntricos (tristes en el fondo), y que en más de una ocasión despliegan
todo su ánimo larger tan life.
Los once cuentos
que componen el libro dan cuenta de un autor esmerado. Lo primero que así lo
indica es el lenguaje que Federico Zurita emplea en estos cuentos, cuidado, bien
poblado, meticuloso. Y desde una mirada más abarcadora, hay un esfuerzo del
autor de desplegar una narración interconectada, apelando a algo más que
presentar un impreso con cuentos sueltos. Zurita deliberadamente traza líneas
entre los diversos relatos del libro, jalona interconexiones imprevistas,
despegándose del grueso de los cuentistas nacionales, tendientes más al episodio
que nace y se termina de consumir en un determinado puñado de páginas.
Todo lo que
contiene El asalto al universo es
palmario fruto de la inventiva de Federico Zurita. Otro producto de esta
inventiva es que los relatos se quiebren o estén signados por la caída de un
rayo. Es acá (o tal vez un poco antes) en que hay algunas cosas que mencionar
respecto de este asalto. La primera
de ellas es un rasgo que recorre el libro entero, esto es, su notoria
artificiosidad, pero una artificiosidad que cojea al estar acompañada de
recursos algo gastados, como los cortazarianos nombres anglo o exóticos de los
personajes (que incluso llegan a recordar a ciertos caracteres incidentales de Condorito), o la latosa titulación
adversativa de los cuentos (característica más bien novata), que los pone en
entredicho nada más empezar.
El
asalto al universo también está de concierto con los
tiempos, puesto que comparte trucos con otras obras, como es el caso de la
película Magnolia, del director
estadounidense Paul Thomas Anderson. Si en el celuloide fue una lluvia de
sapos, acá los relámpagos son el eje y el lazo de las historias del libro. El
exceso de efectos especiales también permea los cuentos, que si bien tantean un
coqueteo con lo fantástico, se tornan algo ingenuos, incluso modosos y
enrevesados. Lo modoso también deviene por momentos en marcas en el texto que
no se comprenden, como la separación, mediante guiones, de palabras que no se
sabe por qué razón están cortadas, siendo que se ubican en la mitad de una
línea (“nacio-nal”), conformando un gesto vacío o bien un error. Este caro celo
en el adorno del lenguaje lleva a que falle la lógica y hasta la lateralidad,
como ocurre en la página 59: “Se sentaron frente a frente en una mesa para
cuatro. Dejaron sus maletines en la silla de sus respectivos lados derechos”.
Ahí fracasó el espejeo. Tal vez la sobreprolijidad en el lenguaje provocó este descuido.
Del conjunto, el
mejor relato es “La niña de mis ojos o el vacío de Valentina”, y es,
precisamente porque Federico Zurita opta por dar un paso más allá del
retruécano florido que son estos cuentos y se interna en honduras, en zonas de
dolor y de drama oscuro. Pero a poco andar se vuelve a poner de relieve la
compulsión del autor, de dejar al descubierto hasta el más mínimo engrane que
mueve la insondable maquinaria del destino.
¿Hasta qué punto
el lenguaje excesivo y manierista actúa como la cortina de humo que cubre
historias de poca enjundia y excesivas en lo rebuscado? ¿Hasta dónde es útil o
funcional plantear narraciones que, en vez de ser un tronco que crece en una
sola dirección, adrede se conforma como un árbol de ramas muy extendidas, pero
que difícilmente puede mantenerse en pie? Son las preguntas que surgen al repasar
este conjunto de relatos, no carente de pretensión. Hay también un momento
político en el libro, pero que se trata con tibieza.
De todas formas,
Federico Zurita conforma un libro que tiene algunos méritos. O, mejor dicho, su
autor los tiene, puesto que la intención de conformar un universo literario
interconectado ya es una cualidad que lo pone por encima de un montón de
principiantes que simplemente cuentan “sus cosas”, sin más artesanía o desafío.
Zurita arma una constelación que sucede en Puerto Azola y sus alrededores, pero
dibuja un cielo recargado de astros menores y enanas blancas. Tal vez a futuro,
el autor deberá trabajar en crear cometas, meteoritos que se estrellen contra
la tierra y la sacudan un poco, si es que la idea sigue siendo tomar por asalto
cualquier cosa.
Federico Zurita Hecht
“El asalto al universo”
Eloy ediciones, Santiago, 2012, 140
págs.
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