La última
arremetida editorial del escritor y regente de The Clinic, Patricio Fernández Chadwick (Santiago, 1969) fue una
novela titulada Los nenes, que pasó
con más pena que gloria por las librerías chilenas, aún cuando venía con la
chapita campeona de haber sido editado por el sello Anagrama, el favorito de
los regalones lectores de la plaza. Fernández, mal que mal, se inscribió en ese
encopetado catálogo, pero con un faux pas.
Hoy la última novedad del director espiritual del semanario que está “firme
junto al pueblo” es La calle me distrajo,
un libro que ya en su mera portada empieza con la publicidad engañosa, pues
incluye el subtítulo “Diarios 2009-2012”, cuando basta empezar a leer para
darse cuenta de que los textos no corresponden a ese género, sino que responden
a propósitos y tonos muy alejados a los que caracterizan, habitualmente, la
escritura de un dario.
Ya el lector
podrá haber colegido que este libro se tratará de Patricio Fernández, de su
visión del mundo, o bien su visión de, al menos, algunos temas de interés
general, lo que no implica ningún inconveniente mayor, aunque este ejercicio
implique una forma solapada de autocanonizarse. Con todo, más allá del acto de
vanidad que implica el que una figura semipública entregue, en vida, las
entradas de un supuesto diario de vida, la redacción de Fernández es suelta,
con ritmo, no se queda atrapada en solipsismos.
La
lectura de las “entradas” de este libro dejan bien en claro el carácter de este
libro. Primeramente que de diario tienen poco, o en rigor nada, a menos que
Fernández tenga por costumbre redactar los borradores de sus editoriales en una
agenda. He ahí una rueda de carreta con la que el lector debe comulgar. En
buenas cuentas, este libro se presenta como un fricasé de textos del autor,
donde lo que más abunda son escritos en tono de editorial periodístico sobre
los acontecimientos que jalonaron el acontecer nacional en los últimos años, a
saber, la elección presidencial que llevó a Sebastián Piñera al poder, el
terremoto y maremoto del 27 de febrero de 2010, el rescate de los 33 mineros de
la mina San José, y las marchas estudiantiles, entre otros sucesos. Todo esto
salpimentado con alguna que otra anécdota triple equis, unos desabridos versos
de ocasión (tal vez buscando imitar la exitosa operación de Alberto Fuguet en Missing), uno que otro orgulloso retrato
paternofilial, y una mini historia del origen de The Clinic. Es claro que el ponerle “diarios” a esta antología de
editoriales obedece a la búsqueda del término más elástico que se pueda encontrar
en literatura para denominar un conjunto que se dispara para todos lados. El
elástico, tarde o temprano, igual se rompe, y eso ha sucedido en este
libro-yogur, con fecha de caducidad.
A
años luz de la intimidad del diario de vida, como se señaló, lo que Fernández
logra es acercarse a un producto periodístico. En los momentos más radiantes de
la lectura, es posible oler la cercanía a la novedad de la crónica, pero al
poco andar, esa esperanza se desvanece, puesto que el autor finalmente redacta
lo que mejor sabe hacer: editoriales, ese producto periodístico quejón por
antonomasia y siempre dado a la arbitrariedad y al guascazo moral.
Así este libro
se transforma en un largo, predecible y por momentos letárgico popurrí de
editoriales, con temas archimanoseados. ¿Puede haber algo más soporífero que
repasar una elección presidencial como la que ocurrió en Chile en 2009?, ¿hay
algo más latoso que revivir, de nuevo, la odisea de los mineros del yacimiento
San José? A priori, podría ser que no, pero sucede que Fernández no pone nada
nuevo sobre la mesa (un pecado en una sociedad
ultra bombardeada de información), simplemente pasa revista y entrega
sus opiniones, bien allegadas al ala de la corrección política, y empapadas en
esa camanchaca difusa llamada liberalismo, esa neblina informe que son los
valores liberales, que muchos podrían invocar, pero pocos definir al detalle.
Tampoco
es descabellado postular que este escrutinio de actualidad nacional tenga, también,
pretensiones internacionales, especialmente cuando este libro es editado por un
sello multinacional. Ronda la idea de que Fernández está escribiendo un libro
para exponer en el exterior como son las cosas en este peregrino rincón del
mundo, como un Sernatur literario, un “always surprising”, pero inclinado más
bien al cliché. Así vemos que el autor cae en la gimnasia de describir “lo
nacional”, el malabar para bosquejar el identikit de Chile, pero con la
acuciosidad y la profundidad no mucho mayores que las que se dan en una
tertulia cervecera. En este sentido, el análisis político de Fernández es
tibio. Lo más ácido que le censura el autor a la clase política local es que
“le falta calle”. Cero sorpresa.
En
un país en el que el columnismo liviano y de cartulina (que campea de lo lindo
en las premiaciones periodísticas “de
excelencia”), anestesiado del todo de sentido crítico, es grito y plata, la
revisión que hace Patricio Fernández Chadwick de lo que hemos visto y leído una
y otra y otra vez despierta el bostezo antes que otra cosa. Estos mal llamados,
contrahechos e impostados “diarios” no se salen del parvo loop opinológico chileno. Prueba de ello es que en un momento del
libro, el autor se despacha cavilaciones de este calibre: “Es rara la palabra
«gabinete». Tiene un algo bajo y penca, vulgarón (sic), casi grosero, como
muchas palabras que terminan en «ete»: churrete, catete, moflete”. Más allá,
delinea algunas características de la mujer chilena: “La chilena es vivaracha
por excelencia. No le cuesta embaucar a eminencias masculinas de nivel
internacional”. Nobleza obliga señalar que no todos los errores corresponden al
autor, la editorial también tiene su parte al no ser lo suficientemente avizora
con las pifias. Por ejemplo, en un momento el autor señala: “La ley que regula
la utilización ciudadana de los espacios públicos proviene de los tiempos de
Pinochet. Los gobiernos posteriores nunca la cambiaron, a pesar de su origen e
inspiración antidemocráticos”. Antes,
un cacofónico neologismo: “comprensibilidad”, para caracterizar la obra de
Nicanor Parra.
No
mucho más se puede decir de este libro pretencioso y engañoso. Ni siquiera
entrar a detallar la ligazón entre el autor y el regente de la editorial que lo
publica. Ahora, no es desacertado decir que Patricio Fernández tiene
pretensiones, esperemos que en el futuro las concrete en algo que siquiera
valga la pena leer, que aspire de forma válida a la posteridad.
Patricio
Fernández
“La
calle me distrajo. Diarios 2009-2012”
Ed.
Mondadori, Santiago, 2012, 239 págs.