En
momentos en el que la crítica es una de las actividades más denostadas en la
cadena cultural nacional, no puede ser más oportuna la aparición de Una vida crítica. Cuarenta y cinco años de
cinefilia (Ediciones UDP, 2013), recopilación de reseñas del crítico de
cine Héctor Soto (Valparaíso, 1948), un contundente libro blanco de casi de 800
páginas, que se acerca en tamaño a una guía
telefónica y que compendia más de cuatro décadas de reseñas de películas, más
otros textos sobre cine y sus protagonistas, y también acerca del oficio del
crítico.
En
Héctor Soto –y en este libro- tenemos la última posibilidad, el último bastión,
los últimos cartuchos que emplear para salvaguardar el papel del crítico en la
sociedad. Eso representa Soto hoy, una
de las escasas pruebas vivientes en Chile del valor y triunfo de la crítica y
su resistencia, ya sea ante el desconocimiento del público o el desprecio del
artista, o bien en su quintaesencia: el ninguneo, sobre todo desde el
establishment periodístico. Basta revisar que, en lo que entre cuatro paredes se
considera periodismo “de excelencia”, la crítica simplemente no califica. En
ninguna de sus variedades. De todas formas, es una ausencia que a nadie le
llama mucho la atención. Así las cosas, Héctor Soto encarna el eslabón perdido,
la rareza extrema: el crítico respetado. Tal vez cuando Soto ya no esté
horneando una entrega periódica, la actividad crítica en Chile perderá, tal como
se desvanece un lenguaje, al morir el último representante de una etnia, presa
de la ignorancia de los bárbaros. Se perderá ese lenguaje, esa forma de ver y
decir. Por fortuna, libros como Una vida
crítica (reedición del texto publicado en 2007) permiten atesorar los trabajos
y los resultados del ingenio, la imaginación, el estilo y la desenvoltura que
Héctor Soto ha entregado a lo largo de su carrera como crítico de cine.
Las
palabras preliminares de este libro sencillamente no tienen desperdicio. Más
aún, constituyen, en breve, el hic et
nunc de la crítica, de cualquier índole. “La crítica lleva largas décadas
poniéndose a sí misma en entredicho, pero quizás no ha asumido ese
emplazamiento con el debido dramatismo y urgencia (…) no tiene mucho sentido
negar que los críticos nos sentimos algo perdidos y extraviados (…) el primer
deber de un crítico es elegir a sus interlocutores. Como antes, pero más que
antes, la crítica es ahora un pacto de lealtad y confianza, hecho de rigor y
convicciones, de complicidades y buena fe (…) En cuanto a los directores (en el
caso de los libros, los escritores), mi percepción es que -excepto casos aislados- a estas alturas les
interesa un rábano lo que un crítico les pueda decir, salvo que sean puros
elogios emitidos desde la incondicionalidad (…) Creo que para distinguir el
diamante de la pedrería falsa se necesitó de la crítica ayer y se seguirá
necesitando mañana (…) No es tarea del crítico llevar público a las salas de
cine. Pero pienso que sí debiera serlo el hecho de salvar las películas que
están en riesgo de ser pulverizadas por la industria del espectáculo (…) es
fundamental que el crítico sea capaz de distinguir entre lo que vale la pena y
lo que parece de calidad pero que de pronto se revela como estafa”.
Si
algo nos imprime la revisión de estas colosales páginas es el carácter de Soto,
un crítico inspirado y lúcido que entrega la conjunción insuperable de juicios bien
fundamentados y placenteramente expuestos. Es curioso, en el perfil que el
autor compone de la crítica de cine estadounidense Pauline Kael,
involuntariamente delinea alguno de sus rasgos más ostensibles: “escribía
notablemente bien –elegante en los adjetivos, cruda en las comparaciones,
eficaz en la síntesis- y por eso sus libros se siguen leyendo bien, incluso
cuando equivoca los juicios”. Soto triunfó y triunfa ahí donde una piara
principiante pasada de rosca vende el humo de la jerigonza técnica, y vegeta en
la postura cómoda y políticamente impecable del antiestablishment
hollywoodense, o del chovinismo pasado por agua de una industria local que
tiene más de un bemol.
Algunas
muestras de lo antedicho: “(Stanley) Kubrick siempre ha pretendido ser más de
lo que es y no faltan quienes lo tienen poco menos que como un pensador”; “En
honor a la verdad, la tentación de Woody Allen nunca fue treparse al pedestal
del cineasta social, sino la de parecer ingenioso a toda costa”; “(Sobre E.T.) Es un éxtasis casi religioso,
cercano a la comunión con la trascendencia y permeable al tenor de la gran
fraternidad interplanetaria. Así Steven Spielberg se está transformando, como
sólo un norteamericano puede hacerlo, en un evangelista de otros mundos”; “Es
por películas como ésta (Volver al futuro)
que todavía el cine es un fenómeno cultural capaz de calificar en la vida y en
el imaginario de la gente. Es por películas como ésta que el cine conserva
algún magisterio y las salas de proyección aún huelen a testosterona. Son éstas
las realizaciones que le dan al cine una fuerza todavía salvaje, una bravura
que lo induce a hincar los colmillos en donde importa o donde duela”; “Como
experiencia, Amélie tiene una sola
cosa buena: recordar que los franceses también pueden ser canallas al momento
de filmar películas miserables y antipáticas”.
Una vida crítica es acertado y
necesario. Por lo mismo se erige como un hito valioso en más de un aspecto, ya
sea como el repaso a la actividad cinematográfica de la segunda mitad del siglo
XX y lo que va corrido del XXI, como un manual de estilo (aunque el propio Soto
no crea que el escribir reseñas sea escribir creativamente), como una fuente de
ejercicios de juicio y apreciación, y también como la escuela para quienes
deseen aprender a reseñar cualquier producto o manifestación cultural. Esto
último porque Soto trasciende su campo de observación y aporta no solamente su
forma y capacidad de ver cine y hablar de ello, sino cómo se despliega el
talento de un ojo entrenado, una inteligencia enciclopédica y selecta, y un gusto
en plena forma, listo siempre para ser puesto a prueba. En Una vida crítica podemos asimismo apreciar cómo la mirada y los
juicios no son impermeables al paso del tiempo, y el caso de Soto no es
distinto a la regla. Su mirada evoluciona, muta, puede variar. La diferencia
con otros críticos (algunos literarios, especialmente) es que Soto es lo
suficientemente honesto para hacerse cargo de esas variaciones, por muy
desagradables que le puedan parecer. Hay grandeza en reconocer y miseria en
desconocer, especialmente en críticos que se arrogan la tarea de hacer cánones.
Caben
también, desde luego, créditos y aplausos a Christian Ramírez y Alberto Fuguet,
quienes ensamblaron este morrocotudo conjunto. Vinculados al cine ya sea por la
estable parcela del comentario de prensa, en el caso del primero, o bien por la
inconstante de usar filmes como punto de fuga para escribir ficción, como es el
caso del segundo, el haber materializado este volumen supera con largueza sus
empresas personales en el terreno cinematográfico. Así pasa cuando se habla de
Héctor Soto, ante quien solamente toca escuchar, leer y aprender. Por esto,
Ramírez y Fuguet han hecho un aporte macizo e incuestionable no solamente al
entendimiento del cine, sino también a la crítica y la cultura, hoy en franco bajón
en Chile.
Héctor
Soto
“Una
vida crítica. Cuarenta y cinco años de cinefilia”
Ediciones
UDP, Santiago, 2013, 763 págs.