Hace una década, el poeta chileno
Marcelo Rioseco (Concepción, 1967) hizo una contribución mayúscula al fomento
del conocimiento de la poesía en lengua inglesa, al editar junto con Armando Roa, la antología This be the verse. 26 poetas en lengua
inglesa (Beuvedráis, 2003). Por sí solo este libro significa un aporte
incuestionable y valioso que Rioseco ha hecho a la comprensión de la poesía
anglo, un terreno en el que todavía falta mucho que abarcar. Además, la poesía
del autor fue reconocida en 1994, con el premio que otorga la Revista de Libros de El Mercurio. Sin embargo, hoy Marcelo
Rioseco optó por la novela.
El otrora compañero de travesuras de
Warnken, Elordi y compañía en el desaparecido periódico poético Noreste realiza una nueva entrega
narrativa (en 1998 Rioseco publicó el libro El
cazador y otros relatos), con la novela American
visa (Mondadori, 2013). Empezaremos diciendo que el título del volumen
tiene un timing fatal, puesto que, contra todo pronóstico, Sebastián Piñera,
además de calentarle el asiento a Barack Obama, logró un acuerdo para que los
chilenos ingresen a Estados Unidos sin necesidad de visa. Esto, de todas
formas, no pasa de ser anécdota, dado que los problemas de este libro son de
otra índole.
La novela cuenta la historia de
Marcelo, un chileno que viaja con su pareja estadounidense a California, desde
donde emprenderán un viaje por tierra hasta Pensilvania, donde el protagonista
emprenderá estudios de posgrado, no sin antes ser dejado por su novia, sin
motivo claro. Con todo, Marce realiza sus estudios en literatura, sufre una
estafa por Internet por parte de un colombiano compañero de clases y se dedica
a viajar por Estados Unidos.
Según palabras del propio autor en
una entrevista a propósito de esta novela, se propuso ser lúdico y “hacerle
guiños” a sus amigos. Pues bien, la lectura de este libro pronto enseña que el
autor trabaja los lugares comunes del chileno en EE.UU., deviniendo en el viaje
final por la anchura estadounidense, lo que ya ha sido visto en otros libros,
como Missing de Alberto Fuguet, que,
a estas alturas, debe ser uno de las novelas más saqueadas de los últimos años.
Rioseco repite el desabrido chiste de poner por escrito una road movie.
La lectura de American visa es lenta y latosa, y el héroe no demora mucho en
convertirse en un tipo infumable. Regodeón, listillo, petulante y con opinión
para todo, Marce protagoniza una historia sin historia, un libro con un
argumento mínimo, pero del todo hipertrofiado por las chabacanas introspecciones
este chileno en USA. Reflexiones que dan cuenta de un provincianismo rampante, y
que, según van pasando las páginas, suben de tono y ya derechamente podemos ver
tufillos de antisemitismo (del cual es blanco la suegra judía del protagonista),
racismo (la raza negra es mentada como “morenos” o “morochos” durante buena
parte del libro), clasismo (encarnado en los latinos), homofobia y xenofobia
que terremotean cualquier chance de identificación o cercanía con quien narra,
quien termina por dibujarse como una vieja histérica de paupérrimo espíritu a
la que le molesta todo lo que la rodea, y que se despacha sentencias de esta
laya: “Chile es un país gobernado por mujeres, para desgracia de los hombres.
Porque en Chile, ya se sabe, el padre no existe, por eso a Pinochet le fue tan
bien”, “Más raro es Puerto Rico, que es un país que no existe”, “A mí me basta
con que Kimberly no me hable para que me ponga a pensar en la política exterior
de la Casa Blanca”, “Apenas terminé de pensar esto me sentí exótico, que es lo
que uno siente cuando es chileno y está en Estados Unidos”, “No es lo mismo
haber sobrevivido más de dos mil años [sobre la raza judía] entre persecuciones
y genocidios, cruzando el desierto, huyendo de plagas malditas, metiéndose en
el mar sin salvavidas, que los trescientos años de la guerra de La Araucanía,
de la cual me sentía tan orgulloso”, “Después de todo, no hay publicista que no
se crea artista”, “Había en el salón tres estudiantes afroamericanos. Cuando
los vi recé un padrenuestro a Nuestro Señor Jesucristo para que no fueran egresados de la escuela del crimen”,
“La señora Riega Sanabria me producía la misma alegría que produce masturbarse
con una Playboy de los años sesenta”.
Molestamente sobreadjetivada (no por
mucho adjetivar se inventa una forma nueva ni se maquilla una trama pobre) y atestada
de arbitrariedades, reflexiones que no vienen a cuento y callejones sin salida,
a esta novela le sobran páginas e información inútil y le faltan enjundia y
oficio. La contraportada incluye la palabra “ironía”. Asunto delicado, dado que
la línea entre la ironía y la pelotudez es tan delgada que se requiere de una
descomunal dosis de talento narrativo para emprender exitosamente una empresa
de estas características y no morir en la intentona. Es casi como cruzar un
puente colgante sobre un abismo, pero con las tablas podridas. Si no se tiene extremo
cuidado, la caída es inevitable. En esta pasada el autor falla de forma
ostensible, pergeñando un cretino de campeonato como es Marce y apilando casi
250 páginas apelotonadas con expresiones vacías y descripciones de todo lo que
el protagonista ve, siente y opina.
Las novelas chilenas que han destacado
en el último tiempo, han descollado por cultivar la duración breve, producto de
un lenguaje contenido y económico, pero revestido de significado y sentido,
galvanizado de posibilidades. Las escrituras de Alejandro Zambra y Diego Zúñiga
son ejemplos de ello. Con esta novela, Rioseco va en el sentido contrario,
demostrando una falta de sutileza, oficio y precisión que lo alejan de las
tendencias narrativas a las que vale la pena poner atención hoy en día. Y esto
no lo decimos acá, sino el propio autor, que califica a su libro -en el libro
mismo- como algo que no es “más que digresiones y aventuras que nunca se
desarrollan”. Nunca mejor dicho.
Ése es el resultado cuando se
pretende hacer literatura desde la histeria, el turismo o para ganarse los
aplausos de la hinchada VIP. Y es un resultado peligroso, sobre todo cuando
circula la idea de que este libro tiene visos autobiográficos. Aún cuando apuntar
ese vínculo no lleva a mucho, no deja de ser para nada simpático calzar en el
molde de un personaje despectivo y que mira el mundo que lo rodea con insufrible
suficiencia, y que evacúa una verborrea esnob que puede sonar muy chistosa en
la tertulia con los amigotes, pero que en un libro por el cual hay que pagar no
es ninguna gracia. Sí hay que conceder algo al autor, ha creado un identikit de
lo peor del provincianismo nacional, donde se suele hablar “sin filtro” y por
encima del hombro, además de padecer una neurastenia propia del pollo en corral
ajeno.
Mucho más no se puede sacar en
limpio sobre American visa, salvo que
su autor necesita con urgencia volver a la poesía, y en lo posible no salir de
ahí.
Marcelo
Rioseco
“American
visa”
Ed.
Mondadari, Santiago, 2013, 247 págs.
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