jueves, 10 de mayo de 2012

El libro del amor



Empezaremos con una referencia manida, pero que vale: la de Roberto Bolaño. Hace más de una década, el extinto autor de Nocturno de Chile, le advirtió al público de ese entonces que había que ponerle ojo al narrador guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (1958). El ojo clínico de Bolaño no erró, y hoy este autor, de reciente paso por nuestro país, es una de las voces narrativas más importantes de nuestro idioma.
            La calidad narrativa de Rey Rosa se evidencia en su última entrega, Severina (Alfaguara, 2011), la historia de un librero que un buen día cae enamorado de su lógica némesis, una enigmática ladrona de libros, que, desde luego, tiene toda una vida oculta, junto con un abuelo que va cubriendo los costos de los hurtos. Diestro en el manejo del ritmo, la historia dispuesta por Rey Rosa fluye fácil, cotundente. En poco más de cien carillas, la historia se desenvuelve dando pie a una aparente obsesión amorosa, pero en realidad el autor logra retratar con maña los límites que un hombre enamorado está dispuesto a cruzar, sin ser culpado y sin arrepentimientos.          
La gracia de Severina está en que el centroamericano sabe mezclar en la proporción correcta, la acción y las referencias literarias (Borges igual dice presente y el pie forzado, el gancho de este libro es el robo literario), ingrediente tan apetecido en los platos librescos de nuestros días, y que muchos escritores inexpertos le cargan la mano a ese cilantro que termina de arruinar la lectura. Esto mismo sucede con Rey Rosa, algo más allegado en esta ocasión al lector de a pie que al experimentado, aportando una narración sin grandes riesgos, sin aparatosos experimentos, y sí con un argumento más, digamos, amable. Además Rey Rosa, al optar por una concentración narrativa (contención que seguramente ha de haber exigido el esfuerzo del autor, si aventuramos la “cocina” del libro), cuida que, aunque los personajes son enigmáticos y emprenden acciones alejadas de lo racional, se escapen de la comprensión del que lee.
            A fin de cuentas, Rey Rosa entrega una historia de amor, que no habla del todo del amor; una de las exclamaciones del protagonista, “varias tardes estuve esperándola. ¿Por qué estaba seguro de que volvería?, me preguntaba. No lo sabía”. Con poco maquillaje, con el tinte justo de lo libresco (otra perla: “las librerías son como gusaneras de ideas. Los libros son como bichos que vibran y murmuran”), y con el misterio y la duda dosificados, Rey Rosa se despacha una novela sobre libros, que no habla tanto de libros (aunque los más entusiastas tal vez correrán por un Mario Praz, o revisitarán a Borges). Es la gracia de Rodrigo Rey Rosa y su Severina, una alucinación, una colección de apariencias, un delirio amoroso de un protagonista al que es injusto apuntar con el dedo. Se podría coronar este comentario diciendo que menos es más, pero para qué más.
                         

Rodrigo Rey Rosa

“Severina”

Alfaguara, Madrid, 2011, 104 págs.

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