Germán Carrasco (Santiago, 1971) es, sin
discusión, uno de los poetas chilenos más relevantes de la actualidad. Ya se ha
dicho antes, sus libros se cuentan entre la mejor poesía que se ha escrito en
Chile en las últimas décadas. Una destreza similar demuestra en el arte de la
opinión, así se puede ver en A mano
alzada (Cuarto Propio, 2013), un compendio de textos que el autor ha
publicado principalmente en el semanario The
Clinic, así como prólogos de libros.
Sin fechas, introducciones, prefacios ni
ninguna seña que permita situar estos escritos salvo el propio contenido, el
conjunto se erige como un despliegue soberbio de nervio y lucidez, un tono
único, una rabia respirada, bien trabajada. Como en sus poemas, el estilo de
Carrasco sobresale por su acabada definición, y la incontrastable fuerza de su
mano suelta.
En un país conservador e insólito como
Chile, donde el disenso es pecado mortal, es tremendamente sana la existencia
de Germán Carrasco, o al menos de esta dimensión opinológica. Es sana su
desobediencia, desde la que emergerá lo nuevo. Es sano también que su escritura
tenga como punto de fuga lo que maneja al dedillo, la poesía, a diferencia del
columnista chanta de ocasión web, que mete cuchara en cualquier cosa y, peor,
cree hacerlo espectacular. Como poeta, Carrasco tiene todos los sentidos
afinados y logra trasladar eso a estas páginas, que hablan del silencio, de
cine, de los grafitis en los baños, su paternidad lejana y otros temas de hoy.
Entre otras razones, la prosa de Carrasco funciona porque carece de los frenos
que dicta la corrección política. No hay miedo ni la cautela ridícula de pisar
cáscaras de huevo. Con todo, hay que separar paja de trigo, el autor tiene tics
y los repite (el verbo “samplear”, los poetas como karatecas, el desprecio a la
métrica), pero de todas formas, el saldo deja sacos llenos de provechoso
candeal, que operan como un antídoto ante la complacencia, como una bandera de
sospecha, de deslenguada hilaridad, que fluyen con el ritmo y la velocidad que
sólo un poeta de excelencia puede brindar a un texto.
Con todo, y sorprendentemente, el libro
está plagado de faltas de ortografía (¿Qué pasó ahí, Cuarto Propio?); tal vez la
mano alzada fue mucha y provocó tantos fallos, o bien fue una decisión
deliberada de dejar los textos desarreglados. A pesar de todo, no opacan casi
nada el vigor directo y la potencia de la prosa de Germán Carrasco, un escritor
necesario y conspicuo en el mar del columnismo listillo y la opinología light
que campea en Chile y hunde el discurso de verdad crítico. Un triunfo, un
aporte no a la prosa, a la literatura o a otras instituciones de esa especie,
sino un aporte completo, una alternativa a una sociedad para que pueda pensar
distinto.
Germán
Carrasco
“A
mano alzada”
Cuarto
Propio, Santiago, 2013, 315 págs.
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