miércoles, 7 de agosto de 2013

Los pequeños e invisibles hilos que nos conectan



Lo que ha hecho el escritor argentino Patricio Pron (1975) con el cuento no es sólo cultivarlo, sino reivindicarlo como fuente clara y concluyente de la capacidad de un autor. Lo antedicho, de todas formas, no es algo muy novedoso, porque la genialidad y la pasta de un escritor se pueden verificar mediante cualquier expediente, pero en este caso se consigna que el libro La vida interior de las plantas de interior (Mondador, 2013), cuarto conjunto de relatos del escritor, pareciera infundir, por sí solo, bríos nuevos al cuento en lengua castellana, aún cuando no los requiera. Lo que hace Pron es poner nuevos puestos en una mesa en la que parecía que los comensales calificados ya estaban contados.
            El volumen está compuesto de trece cuentos, que totalizan un libro breve, rápido. Antes de que los atarantados de siempre pongan el grito en el cielo tras mal creer que uno acá está diciendo que un libro es bueno porque es corto, la calidad de Pron radica en su talento palmario para crear historias, su capacidad para narrarlas con lucidez. Más que economía de lenguaje, lo que no hay en este libro es desperdicio alguno, dada su sutileza e inteligencia. Pron ni siquiera impone sorprendentes novedades; por ejemplo, hay referencias a su obra dentro de su obra. Así sucede en el cuento “Diez mil hombres”, en el que cita su novela El comienzo de la primavera, tendiendo hilos entre obras. Parece inevitable que en un punto de sus carreras, los escritores optan por sacar de su propia obra la materia prima para los libros por venir. En este caso también lo hace Patricio Pron, y logra hacerlo bien, porque este elemento de autoficción es uno más dentro de una mecánica cuyo engrane principal es la desenvoltura de acontecimientos y circunstancias diarias, y cómo se enfrentan las consecuencias de esos eventos, cuyos alcances son, por definición, insospechados y que fungen como el adhesivo de un vasto mosaico. Al cierre del cuento “La explicación”, el autor parece dar pistas al respecto: “Los vínculos entre los hechos y sus consecuencias son siempre más complejos de lo que parece a simple vista y poseen una lógica íntima e incomprensible, es posible que al presenciar él mismo un accidente el niño haya decidido hacer visibles sus heridas, sin saber que esas heridas siempre son interiores, no importa cuánto haga uno por manifestarlas”.
            Patricio Pron no recurre a elementos de utilería ni a pirotecnias espectaculares para poner de pie sus relatos, por el contrario, se sirve de sus vivencias y convicciones. Pero la clave es que logra hacerlo con la destreza suficiente para dar una dimensión estética a estas historias. Un ejemplo de ello es “Un jodido día perfecto sobre la Tierra”, que se abre con la perplejidad de un jurado de concursos literarios que se encuentra frente a un cerro de originales, una avalancha de mala literatura amateur entre la que hay que bucear buscando no la perla, sino el libro menos malo. Otro tanto ocurre con “Trofeos de amantes que han partido”, donde se explica cómo Internet ha moldeado los odios e hipocresías que moran en  la literatura de hoy.
            A esta altura se podría decir que estos son relatos que van con dedicatoria al mundo literario, porque el grueso del público con dificultad podría identificare con los avatares del jurado de un concurso literario, ni saborear el muy improbable hecho de encontrar una perla en medio de la basura, pero ello no lo desmerece, porque Pron posee el talento suficiente para embarrar al lector del tedio y el fastidio que provoca la revisión de la literatura amateur y el asombro de encontrar un diamante en medio de la pedrería falsa. Asimismo, esta dimensión literaria o literatosa es una entre varias, pues el autor también se afirma en lo azaroso de la existencia. Este último camino ha sido emprendido por no pocos escritores (la película Magnolia puede ser un balazo de partida para esta moda), pero varios han tropezado, generando textos recargados de psicologismo, de extravagante autoayuda pasada de rosca o bien solucionan todo con una lluvia de sapos.
            “El nuevo orden de la última lluvia” y “La cosecha” son cuentos   que inquietan. El primero trata de una ex actriz porno que vaga por Europa mendigando y trabajando en lo que puede, mientras la acuchilla la imagen de su hija ausente. El segundo es la lucha del amor contra la imposibilidad de la muerte. Otro personaje del cine triple equis, enfermo de SIDA emprende viaje a Brasil a buscando un escenario más plácido para su muerte, pero encuentra el amor de su vida. Estos dos relatos, y buena parte de los que componen La vida interior de las plantas de interior, están escritos con una seguridad que se transmuta en placer lector. Seguridad y aplomo antes que cualquier efectismo o truco. Un fraseo preciso, desprovisto de todo alarde.
            Aparte: es costumbre apuntar con el dedo a las editoriales multinacionales por ser responsables de vaciar en la prístina corriente de los libros los relaves tóxicos de la literatura comercial. Pero la nobleza obliga a decir y celebrar que el sello Mondadori, aloja a unos cuantos de los mejores escritores en nuestro idioma, como Patricio Pron, Junot Díaz y César Aira, para nombrar algunos. Acá lo multinacional cobra mucho valor, pues que estas escrituras circulen en todo el continente es, sin discusión, provechoso. Y nuevamente, Pron se alza no sólo como uno de los mejores cuentistas de Iberoamérica, sino como uno de los narradores de mayor singularidad y efectividad en la lengua castellana, con un libro que tiene un título que parece broma, pero que no puede ser más en serio.


Patricio Pron

“La vida interior de las plantas de interior”

Mondadori, Buenos Aires, 2013, 140 págs.

0 comentarios: