Lo
que ha hecho el escritor argentino Patricio Pron (1975) con el cuento no es sólo
cultivarlo, sino reivindicarlo como fuente clara y concluyente de la capacidad
de un autor. Lo antedicho, de todas formas, no es algo muy novedoso, porque la
genialidad y la pasta de un escritor se pueden verificar mediante cualquier
expediente, pero en este caso se consigna que el libro La vida interior de las plantas de interior (Mondador, 2013),
cuarto conjunto de relatos del escritor, pareciera infundir, por sí solo, bríos
nuevos al cuento en lengua castellana, aún cuando no los requiera. Lo que hace
Pron es poner nuevos puestos en una mesa en la que parecía que los comensales
calificados ya estaban contados.
El volumen está compuesto de trece
cuentos, que totalizan un libro breve, rápido. Antes de que los atarantados de
siempre pongan el grito en el cielo tras mal creer que uno acá está diciendo
que un libro es bueno porque es corto, la calidad de Pron radica en su talento
palmario para crear historias, su capacidad para narrarlas con lucidez. Más que
economía de lenguaje, lo que no hay en este libro es desperdicio alguno, dada
su sutileza e inteligencia. Pron ni siquiera impone sorprendentes novedades;
por ejemplo, hay referencias a su obra dentro de su obra. Así sucede en el
cuento “Diez mil hombres”, en el que cita su novela El comienzo de la primavera, tendiendo hilos entre obras. Parece
inevitable que en un punto de sus carreras, los escritores optan por sacar de
su propia obra la materia prima para los libros por venir. En este caso también
lo hace Patricio Pron, y logra hacerlo bien, porque este elemento de
autoficción es uno más dentro de una mecánica cuyo engrane principal es la
desenvoltura de acontecimientos y circunstancias diarias, y cómo se enfrentan
las consecuencias de esos eventos, cuyos alcances son, por definición,
insospechados y que fungen como el adhesivo de un vasto mosaico. Al cierre del
cuento “La explicación”, el autor parece dar pistas al respecto: “Los vínculos
entre los hechos y sus consecuencias son siempre más complejos de lo que parece
a simple vista y poseen una lógica íntima e incomprensible, es posible que al
presenciar él mismo un accidente el niño haya decidido hacer visibles sus
heridas, sin saber que esas heridas siempre son interiores, no importa cuánto
haga uno por manifestarlas”.
Patricio Pron no recurre a elementos
de utilería ni a pirotecnias espectaculares para poner de pie sus relatos, por
el contrario, se sirve de sus vivencias y convicciones. Pero la clave es que
logra hacerlo con la destreza suficiente para dar una dimensión estética a
estas historias. Un ejemplo de ello es “Un jodido día perfecto sobre la
Tierra”, que se abre con la perplejidad de un jurado de concursos literarios
que se encuentra frente a un cerro de originales, una avalancha de mala
literatura amateur entre la que hay que bucear buscando no la perla, sino el
libro menos malo. Otro tanto ocurre con “Trofeos de amantes que han partido”,
donde se explica cómo Internet ha moldeado los odios e hipocresías que moran
en la literatura de hoy.
A esta altura se podría decir que estos
son relatos que van con dedicatoria al mundo literario, porque el grueso del
público con dificultad podría identificare con los avatares del jurado de un
concurso literario, ni saborear el muy improbable hecho de encontrar una perla
en medio de la basura, pero ello no lo desmerece, porque Pron posee el talento
suficiente para embarrar al lector del tedio y el fastidio que provoca la
revisión de la literatura amateur y el asombro de encontrar un diamante en
medio de la pedrería falsa. Asimismo, esta dimensión literaria o literatosa es
una entre varias, pues el autor también se afirma en lo azaroso de la
existencia. Este último camino ha sido emprendido por no pocos escritores (la
película Magnolia puede ser un balazo
de partida para esta moda), pero varios han tropezado, generando textos
recargados de psicologismo, de extravagante autoayuda pasada de rosca o bien solucionan
todo con una lluvia de sapos.
“El nuevo orden de la última lluvia”
y “La cosecha” son cuentos que inquietan.
El primero trata de una ex actriz porno que vaga por Europa mendigando y
trabajando en lo que puede, mientras la acuchilla la imagen de su hija ausente.
El segundo es la lucha del amor contra la imposibilidad de la muerte. Otro
personaje del cine triple equis, enfermo de SIDA emprende viaje a Brasil a buscando
un escenario más plácido para su muerte, pero encuentra el amor de su vida.
Estos dos relatos, y buena parte de los que componen La vida interior de las plantas de interior, están escritos con una
seguridad que se transmuta en placer lector. Seguridad y aplomo antes que
cualquier efectismo o truco. Un fraseo preciso, desprovisto de todo alarde.
Aparte: es costumbre apuntar con el
dedo a las editoriales multinacionales por ser responsables de vaciar en la
prístina corriente de los libros los relaves tóxicos de la literatura
comercial. Pero la nobleza obliga a decir y celebrar que el sello Mondadori,
aloja a unos cuantos de los mejores escritores en nuestro idioma, como Patricio
Pron, Junot Díaz y César Aira, para nombrar algunos. Acá lo multinacional cobra
mucho valor, pues que estas escrituras circulen en todo el continente es, sin
discusión, provechoso. Y nuevamente, Pron se alza no sólo como uno de los
mejores cuentistas de Iberoamérica, sino como uno de los narradores de mayor singularidad
y efectividad en la lengua castellana, con un libro que tiene un título que
parece broma, pero que no puede ser más en serio.
Patricio
Pron
“La
vida interior de las plantas de interior”
Mondadori,
Buenos Aires, 2013, 140 págs.
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