jueves, 5 de septiembre de 2013

Corazón delator



Que el castellano es un idioma dinámico y que está en constante cambio no es nada nuevo. Es hasta un lugar común. Pero encontrarse de frente con el proceso, en literatura al menos, no es algo que pase colado. Al contrario, es secretamente llamativo, seductor en su extraña dinámica, la que se puede evidenciar en la obra del escritor Junot Díaz (Santo Domingo, 1968), que hace unos pocos años obtuvo fama mundial con su novela La maravillosa vida breve de Óscar Wao, que le valió a Díaz premios a granel, entre ellos el Pulitzer en 2008.

En República Dominicana la lengua castellana ha evolucionado de forma clara, al punto que es posible distinguir al español dominicano como un dialecto, que se ha nutrido antes de lenguas africanas presentes en la isla, así que como del contacto con el inglés y otras variantes. Pero antes de conducir hacia un terreno agreste como es el lingüístico, volvamos a lo literario, en este caso a Junot Díaz y su libro de cuentos Así es como la pierdes (Mondadori, 2013).

En esta ocasión Díaz, un dominicano que a los seis años emigró a Nueva Jersey, retoma la vida de Yunior de las Casas (presente en Óscar Wao y en el libro Los boys), el desventurado nerd del gueto, que en esta colección de cuentos ha crecido y devenido en profesor universitario, con una vida amorosa plagada de baches y partidas falsas con la que debe cargar todos los días. El recuento de los amores de Yunior transcurre en escenarios diversos. De Nueva Jersey pasamos a Harvard y de ahí a República Dominicana, un país que desde el inicio -el cuento “El sol, la luna y las estrellas”- Díaz mira con desconfianza sardónica. Acá el autor describe un resort dominicano al que asisten Yunior y su pareja, con el propósito de salvar una moribunda relación. El complejo vacacional se le aparece como una fortaleza amurallada al protagonista, al tiempo que nota cómo sus compañeros de balneario pertenecen a la clase privilegiada o a europeos pálidos como galletas de agua, que no han pasado las penurias del protagonista, habituado la pobreza desde pequeño, en un país lleno de “ranchitos y llaves sin agua”. Uno de los rasgos más atildados de estos cuentos y de la literatura de Junot Díaz es poner de relieve la pobreza de su país natal y el desacomodo constante que implica ser un inmigrante de esa isla de miseria en el epicentro del imperio, que promete prosperidad, pero no la otorga fácilmente a aquellos que carecen de redes de apoyo, aún cuando escapen de una isla (incluimos acá a Haití) donde no sólo la pobreza aguijonea a sus habitantes, sino también la historia dominicana, marinada de sangre por la dictadura de Trujillo. La identidad y el sentido de pertenencia se ponen, al menos, en perspectiva.

Tal como las historias cambian de escenario, el autor también maneja los tiempos elásticamente. Desde el presente se viaja al pasado, se refresca como un elemento inseparable del hoy. El Yunior adulto nunca desmerece al niño que fue y que tiene una diáspora en el cuerpo. Este niño se muestra en “Invierno”, cuento en el que un padre dominicano –Papi- trae a su mujer e hijos (acá reaparece Rafa, hermano de Yunior, pero con un reverso amargo al de Los boys) a vivir junto a él a Nueva Jersey, a un departamento chico en donde la familia es prisionera en medio de un paraíso de nieve que los niños solamente pueden ver desde la ventana. Acá se muestra un poco de qué va Junot Díaz en estos cuentos. Yunior crece, luchando contra un entorno que se comunica en un idioma que no conoce, mientras empieza a conocer la infidelidad de la mano de su padre. Yunior intuye lo que pasa, pero deja flotando el asunto, hasta que todo se resuelve con la salida del departamento –otra diáspora- y el abandono a Papi, “Mami lloraba pero nos hicimos los que no nos habíamos dado cuenta. Les tiramos bolas de nieve a los carros que venían resbalándose y, una vez, me quité el gorro para ver cómo se sentían los copos de nieve al caer en mi dura y fría cabeza pelada”.

Pero este conjunto de cuentos está unido por un factor más manifiesto: el amor, o más específicamente las diversas ocasiones en que el multifacético Yunior lo pierde, luego de engañar a cada mujer con la que convive. Llama la atención la violencia con la que el protagonista lidia con las mujeres. La fuerza narrativa que poseen estos cuentos es también ese exceso. Delicadezas aparte, Díaz utiliza el léxico rabioso en pos de reproducir un discurso aprendido e incorporado en la aspereza del gueto y de su entorno familiar, que lucha por hacerse un lugar en la tierra prometida estadounidense, donde los dominicanos ocupan, junto con otras minorías, un lugar harto secundario. Tal vez acá surja la vigorosa figura latina del macho dominante, pero el antídoto amargo de cada episodio de absolutismo masculino es la soledad y la amargura del Yunior adulto, que se le comunica a quien lee de forma directa, sin exotismos del orden la vida loca, o torpes rotondas melodramáticas, sino con afilado slang y agudeza.

Nota aparte es el cuento “Otra vida, otra vez”, donde la voz cambia, el ritmo se atenúa, el registro se amplía, y es una mujer la que cuenta la historia, Yasmin, quien trabaja en la lavandería de un hospital. “Uso guantes para separar las montañas de sábanas. Las sucias las traen las camilleras, todas morenas. Nunca veo a los enfermos; me visitan a través de las manchas y las marcas que dejan en las sábanas, un alfabeto de dolor y muerte”. Acá se ve cómo la promesa de prosperidad se reduce poco más que  a un “sueldo americano, pero un trabajo de burro”.

Volviendo a lo idiomático, vale hacer una mención a la traducción castellana de este libro, un enérgico cambio a las lamentables versiones españolas que le han hecho tanto daño a la literatura de esta parte del mundo. En esta ocasión la tarea era exigente, no era solamente traducir del inglés, sino que estaba la exigencia de no perder todo un entramado de significados, casi un tercer idioma, animado con un ritmo singularísimo. Un ejemplo de esto es “Guía de amor para infieles”, un tour de force en segunda persona (presente en cuatro de los relatos del libro) que comprime y conformar una suerte de big picture  de los cinco años que siguen a un quiebre por infidelidad.

Los trascendencias de este libro exceden el mero catastro de tropezones amorosos. La versatilidad de Junot Díaz permite vislumbrar un entramado harto más complejo que el mero mal palmarés amoroso de un latino en EE.UU. Por el contrario, Díaz abre un forado donde se puede atisbar el desarrollo cultural de un grupo étnico. Así de complejo. Claro, el autor ya pone suficiente en nuestro plato al aportar los ingredientes para pensar en cuestiones como la fidelidad, la sexualidad, la obsesión, la intimidad, el matrimonio y la constitución de una familia. Pero Junot Díaz abre un campo importante, pues está conformando el relato de una cultura, la dimensión literaria de un grupo humano, apremiado por circunstancias terribles, una historia en desarrollo y un futuro incierto.

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