martes, 1 de octubre de 2013

El mono se presta



En Notas de un ventrílocuo (Alfaguara, 2013), Germán Marín se pone a tono con  los tiempos que corren. No es que se insinúe que Marín, uno de los mejores narradores chilenos que van quedando, se haya estancado en un pozo de anacronismo desabrido, sino que también ha ensayado un formato que está en boga por estos días; el dietario, la libreta de apuntes.

            Bajo el superficial juego de la ventriloquía, Marín propone un pacto de lectura distinto, un new deal de la otredad a partir del cual nos presenta sus notas sueltas, su conjunto de apartados y el lector condona la fragmentación, el popurrí temático, las digresiones. Así, estas notas chapotean en la crónica urbana, el comentario libresco, el cine, la reflexión íntima, la apostilla sobre los tiempos que corren. La libreta –cuyo escaso valor literario siempre es advertido por los escritores, como sucede también con Mario Levrero- permite esa versatilidad temática y temporal, ante la que no hay que rendir muchas cuentas, y Marín la aprovecha bien, validando la entrega de impresiones sueltas. Por momentos este libro se acerca a Todo Santiago, de Roberto Merino, puesto que el autor habla de un tiempo que se fue, en un lenguaje que casi ya no existe, haciendo en más de una ocasión arqueología santiaguina. El ventrílocuo recuerda diversos teatros desaparecidos, esquinas mutadas, boîtes legendarias.

            Dicho lo anterior, este libro de notas al azar tiene un rendimiento desigual. Hay apartados breves que no llevan a mucho, en las que se transparenta la hartura del ventrílocuo. Por ejemplo: “El cura de la parroquia también podía ser un ventrílocuo, recogido detrás de la rejilla del confesionario, apuntando las palabras que soltaba el penitente”; cierta tendencia al aleccionamiento o al aforismo: “Invertiré cierta afirmación usada: las mentiras quedan, los mentirosos desaparecen”. Pero estamos hablando de un libro de Germán Marín, donde también hay bastantes pasajes que valen la pena, especialmente aquellos en los que el autor tiene a bien reflexionar sobre su propio oficio, esto es el de escritor, o recuerda a sus compañeros de ruta.

            En perfecta concordancia con los días que corren, 40 años han pasado desde que Marín debutó en la escena editorial chilena con Fuegos artificiales (editado por Quimantú, sello aniquilado por la dictadura también hace cuatro décadas), por lo que no parece inadecuado que el autor marque su propia efeméride con un libro cargado de memoria.





Germán Marín

“Notas de un ventrílocuo”

Ed. Alfaguara, Santiago, 2013, 143 págs.

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