La
sola anunciación de un nuevo libro del argentino Fabián Casas (Buenos Aires,
1965) abre el apetito. El autor, que hace algunos años se despachó un conjunto
interesantísimo de textos en Ensayos bonsái,
vuelve a la carga en este rubro con La
supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún (Emecé, 2013), un conjunto de
textos que Fabián Casas publicó en diversos medios. La idea detrás del título,
se entiende, es restar solemnidad y justificar la amplitud temática de esta
nueva entrega de reflexiones de Casas, estrategia que se comprueba apenas se inicia
la lectura de este libro. Casas integra fútbol, rock, literatura, cine e
intimidades, sin decaer. Ahora, el tuntún no corre en este libro por cuenta del
autor, sino por la filial argentina de Planeta, responsable del volumen.
Sorprende cómo este sello puede haber publicado un libro tan desprolijo, donde
el altísimo nivel de faltas de ortografía es inaceptable. Una vergüenza de
edición que simplemente no tiene excusas, y que le hace pésimo al propio autor,
que en Chile ha encontrado mejor fortuna y editores algo más considerados, como
es el caso de la reedición de su novela Ocio,
por parte de la editorial Los libros que leo.
La
supremacía Tolstoi es, según palabras del propio autor, “una reivindicación
de la vida privada”. Este carácter se logra traspasar a los textos, puesto que
su carácter es cercano, familiar. Casas logra mantener ese tono que ya vimos en
Ensayos bonsái, logra mantener vivo
el fuego de la experiencia, de las experiencias de lectura, musicales,
cinematográficas, políticas. Casas combate la aridez reflexiva con cucharadas
de cultura pop, cultura de cancha y estampas familiares, como las conmovedoras
páginas que dedica a su padrino y a su padre. Con todo, no siempre Casas logra
ese efecto, cuando habla de política se diluye y entrampa los textos, al punto
de que lo único que se puede sacar en limpio es que es un furibundo anti
kirchnerista. De todas formas, esa disolución bien se puede explicar por lo
inasible que puede ser la política argentina -tema complejo como pocos- para el
lector chileno. O hay textos como “Hijo de Dios”, que en realidad no llevan a
ninguna parte, consumidos por el fanatismo. Pero son los menos. Antes, en un
texto dedicado al escritor chileno Alejandro Zambra (“A diferencia de los
hinchas de River, Zambra celebra el descenso”), Casas apunta: “Durante mucho
tiempo, Chile tuvo la desgracia de considerarse un país de un solo poeta: Pablo
Neruda. No había nada que pudiera escapar a la veta del poeta comunista. Neruda
todo lo comía, lo metabolizaba y lo excretaba por su ano hiperbólico”.
Es la vena familiar presente en este
libro la que lo signa exitosamente, y permiten constatar en el autor una
sensibilidad en plena forma. Acá es cuando estos ensayos se transforman en
testimonios urgentes en los que el autor pone el corazón y la honestidad antes
que la mente al servicio de su escritura, “Padrino, le dije. Quiero que sepas
que te quiero más que a nadie en el mundo. Te quiero más que a mis padres y
nunca te voy a olvidar (…) El día que le declaré mi amor incondicional,
lagrimeó un poco y me abrazó. Después me dijo que había estado recordando el
ruido que hacían los autos que corrían en el autódromo de Monza. Mi padrino
murió una madrugada y yo estaba a su lado”. Esa apertura emotiva se palpa
cuando Casas comparte lecturas, discos y opiniones futboleras de este calibre: “Gracias
a la influencia de Cruyff y Michels, Guardiola
no es un DT, es un curador de arte”. Casas invita, no impone. Comparte
entusiasmos, sin imposiciones de gustos, superioridades ni petulancias trendy, actitud que favorece mucho a las
ideas que expone el autor, que sin esconder sus fanatismos (la recurrencia de
Spinetta es un ejemplo) aporta sugerencias valiosas. Así sucede con el escritor
V. S. Naipaul, quien a pesar de haber ganado un Nobel recientemente, pareciera
no prender del todo en la fanaticada. Casas acá da una mano, luego de auscultar
la vida del autor trinitario, “un ser con vocación de traidor”, descrita en la
biografía El mundo es así, de Patrick
French: “Los lectores de Naipaul tenemos la suerte de no tener que prestarle
dinero, abrirle nuestro corazón ni soportar sus ofensas ni hospedarlo en
nuestra casa. Y gozamos de los beneficios de más de treinta libros
extraordinarios que drenan experiencia y vitalidad, algo tan escaso por estos
días”. Cuando se refiere a Tolstoi, en el texto que da título al libro, el
autor lo acerca al parangonarlo con Luis Alberto Spinetta y a sus personajes
con los Corleone, y ya entrando en el área de Ana Karenina, entre las muchas ideas buenas de Casas, está esta:
“Tolstoi trabajaba con sus personajes como si fuera un Dios, él les daba
vida pero, mágicamente, estos parecían
moverse sin el titiritero detrás”.
Fabián Casas prueba ser un
sentimental, no meloso, sino alerta, que despliega conocimientos sin regateos
y, por cierto, con un extraño cariño por lo descrito y por el posible lector
que repase sus semblanzas íntimas, salidas directamente de la privacidad de uno
de los mejores escritores argentinos del momento.
Fabián Casas
La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún
Emecé, Buenos Aires, 2013, 228 págs.
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