domingo, 15 de diciembre de 2013

El ondero entusiasta



La sola anunciación de un nuevo libro del argentino Fabián Casas (Buenos Aires, 1965) abre el apetito. El autor, que hace algunos años se despachó un conjunto interesantísimo de textos en Ensayos bonsái, vuelve a la carga en este rubro con La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún (Emecé, 2013), un conjunto de textos que Fabián Casas publicó en diversos medios. La idea detrás del título, se entiende, es restar solemnidad y justificar la amplitud temática de esta nueva entrega de reflexiones de Casas, estrategia que se comprueba apenas se inicia la lectura de este libro. Casas integra fútbol, rock, literatura, cine e intimidades, sin decaer. Ahora, el tuntún no corre en este libro por cuenta del autor, sino por la filial argentina de Planeta, responsable del volumen. Sorprende cómo este sello puede haber publicado un libro tan desprolijo, donde el altísimo nivel de faltas de ortografía es inaceptable. Una vergüenza de edición que simplemente no tiene excusas, y que le hace pésimo al propio autor, que en Chile ha encontrado mejor fortuna y editores algo más considerados, como es el caso de la reedición de su novela Ocio, por parte de la editorial Los libros que leo.
            La supremacía Tolstoi es, según palabras del propio autor, “una reivindicación de la vida privada”. Este carácter se logra traspasar a los textos, puesto que su carácter es cercano, familiar. Casas logra mantener ese tono que ya vimos en Ensayos bonsái, logra mantener vivo el fuego de la experiencia, de las experiencias de lectura, musicales, cinematográficas, políticas. Casas combate la aridez reflexiva con cucharadas de cultura pop, cultura de cancha y estampas familiares, como las conmovedoras páginas que dedica a su padrino y a su padre. Con todo, no siempre Casas logra ese efecto, cuando habla de política se diluye y entrampa los textos, al punto de que lo único que se puede sacar en limpio es que es un furibundo anti kirchnerista. De todas formas, esa disolución bien se puede explicar por lo inasible que puede ser la política argentina -tema complejo como pocos- para el lector chileno. O hay textos como “Hijo de Dios”, que en realidad no llevan a ninguna parte, consumidos por el fanatismo. Pero son los menos. Antes, en un texto dedicado al escritor chileno Alejandro Zambra (“A diferencia de los hinchas de River, Zambra celebra el descenso”), Casas apunta: “Durante mucho tiempo, Chile tuvo la desgracia de considerarse un país de un solo poeta: Pablo Neruda. No había nada que pudiera escapar a la veta del poeta comunista. Neruda todo lo comía, lo metabolizaba y lo excretaba por su ano hiperbólico”.
            Es la vena familiar presente en este libro la que lo signa exitosamente, y permiten constatar en el autor una sensibilidad en plena forma. Acá es cuando estos ensayos se transforman en testimonios urgentes en los que el autor pone el corazón y la honestidad antes que la mente al servicio de su escritura, “Padrino, le dije. Quiero que sepas que te quiero más que a nadie en el mundo. Te quiero más que a mis padres y nunca te voy a olvidar (…) El día que le declaré mi amor incondicional, lagrimeó un poco y me abrazó. Después me dijo que había estado recordando el ruido que hacían los autos que corrían en el autódromo de Monza. Mi padrino murió una madrugada y yo estaba a su lado”. Esa apertura emotiva se palpa cuando Casas comparte lecturas, discos y opiniones futboleras de este calibre: “Gracias a la influencia de Cruyff y Michels,  Guardiola no es un DT, es un curador de arte”. Casas invita, no impone. Comparte entusiasmos, sin imposiciones de gustos, superioridades ni petulancias trendy, actitud que favorece mucho a las ideas que expone el autor, que sin esconder sus fanatismos (la recurrencia de Spinetta es un ejemplo) aporta sugerencias valiosas. Así sucede con el escritor V. S. Naipaul, quien a pesar de haber ganado un Nobel recientemente, pareciera no prender del todo en la fanaticada. Casas acá da una mano, luego de auscultar la vida del autor trinitario, “un ser con vocación de traidor”, descrita en la biografía El mundo es así, de Patrick French: “Los lectores de Naipaul tenemos la suerte de no tener que prestarle dinero, abrirle nuestro corazón ni soportar sus ofensas ni hospedarlo en nuestra casa. Y gozamos de los beneficios de más de treinta libros extraordinarios que drenan experiencia y vitalidad, algo tan escaso por estos días”. Cuando se refiere a Tolstoi, en el texto que da título al libro, el autor lo acerca al parangonarlo con Luis Alberto Spinetta y a sus personajes con los Corleone, y ya entrando en el área de Ana Karenina, entre las muchas ideas buenas de Casas, está esta: “Tolstoi trabajaba con sus personajes como si fuera un Dios, él les daba vida  pero, mágicamente, estos parecían moverse sin el titiritero detrás”.
            Fabián Casas prueba ser un sentimental, no meloso, sino alerta, que despliega conocimientos sin regateos y, por cierto, con un extraño cariño por lo descrito y por el posible lector que repase sus semblanzas íntimas, salidas directamente de la privacidad de uno de los mejores escritores argentinos del momento.

Fabián Casas
La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún 
Emecé, Buenos Aires, 2013, 228 págs.

0 comentarios: