lunes, 23 de diciembre de 2013

Una pista de obstáculos



Para John Maxwell Coetzee el año 2013 fue particularmente laborioso. Si con la edición de Escenas de una vida de provincias, su autobiografía condensada, ya se inscribió con uno de los mejores libros del año en el mundo, su nueva novela, La infancia de Jesús, no se queda chica. La historia arranca en Novilla, una ciudad de ubicación indeterminada, a la que llegan Simón y un niño huérfano a su cargo, David, desde el campamento de Belstar. Simón y David no tienen familia o pasado –como si volvieran de la amnesia-, y el primero se ha fijado como objetivo encontrar a los padres de David, sin ni una gota de información  al respecto. Ambos se insertan en la sociedad, Simón encuentra trabajo como estibador y una vivienda que compartir con el niño. En un momento aparece Inés, la supuesta madre de David. Ambos, con Simón conforman un dislocado grupo familiar, que, hacia el final del libro, se embarcan en busca de una nueva vida, juntos.
En esta ocasión, el Nobel sudafricano retorna al ejercicio alegórico que desplegó antes en libros como Esperando a los bárbaros, retorna a un universo que coquetea con lo kafkiano, partiendo desde el magnético título que confunde, dado que ningún personaje del libro se llama Jesús, y aunque hay algunos guiños cristianos, no son suficientes como para encasillar este libro como una parábola del todo dedicada a Jesucristo.
Una tangente por la cual sería fácil escapar al referirse a esta novela es que plantea más preguntas que respuestas. Sin ser lo antedicho inexacto, esto da cuenta –amén de cierta flojera en algunas interpretaciones- de la desafiante complejidad de este libro. Alegoría o parodia cristiana, relato futurista, distopía en castellano, todos estos escenarios posibles se despliegan a partir de un relato de prodigiosa sencillez (donde los diálogos imprimen velocidad al texto), mas capaz de alojar broncas éticas y filosóficas, y en el que el hilo conductor parece ser la incapacidad de encajar del todo. Simón no logra conectar con una sociedad donde el transporte y los partidos de fútbol son gratis, pero la vida transcurre macilenta, sin un solo atisbo de entusiasmo y donde el único valor colectivo parece ser la caridad. Por su parte, David (un personaje impenetrable y odioso en más de un momento) no logra encajar en la escuela, rebelándose ante cualquier clase de autoridad, y se obsesiona con una versión ilustrada de El Quijote, no de Cervantes, sino de Cide Hamete Benengeli, su autor apócrifo, aportando a la cazuela de este libro, por si fuera poca sustancia, una papa metaficcional.
La infancia de Jesús es un libro que se deslinda de la obra anterior de J. M. Coetzee. Deja atrás la realista revisión sudafricana, la crítica al apartheid, esa biográfica tensión entre lo rural y lo urbano. También se desvía de una ficción más experimental que se reflejó en entregas como Diario de un mal año. Un libro mutante al que quizás haya que acercarse sin muchas expectativas, o al menos sin la soñadora idea de que se podrá resolver del todo. A eso aspirará el aparato crítico en algún tiempo más. Mientras tanto, constituye una lectura nueva y hasta bartonfinkiana, de un autor imprescindible.


J. M. Coetzee
“La infancia de Jesús”
Mondadori, Santiago, 2013, 271 págs.

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