No
fue un mal 2013 para Alberto Fuguet. Su libro Tránsitos fue número puesto en casi todos los escalafones de los
mejores libros del año, y sin querer le ha hecho sombra a su otra entrega, Apuntes autistas, una nueva versión de la
antología de las entradas del blog homónimo que Fuguet mantuvo hasta el 2011.
El actual Apuntes autistas está organizado
en cuatro grandes partes, cada una titulada con lo que Alberto Fuguet hace
mejor: viajar, mirar, leer y narrar, nombres genéricos para ordenar sus
escritos, sus crónicas de viaje, sus críticas cinematográficas, sus
acercamientos reflexivos a la literatura y sus peripecias como escritor,
respectivamente.
De
inmediato vemos cómo Fuguet instala la duda para despeinar estos textos (incluso
llega a ser un tic en casi todo el libro), para desempolvarlo de cualquier
solemnidad. No es nada nuevo. Los libros que se basan en apuntes, entradas de
diarios, blogs o anotaciones en peregrinas libretas usan la duda explícita como
un justificativo para hablar de todo y en cualquier tono. A partir de esto, el
autor expone sus gustos, sus manías, sus santitos, sus sospechas, como lo hace
en el apartado dedicado al cine, donde Fuguet asume –sin mucha reflexión- que
los críticos son directores frustrados y que los críticos de libros son
escritores fracasados que esconden novelas en el clóset. Aún cuando esté
pegando palos de ciego, Fuguet sí logra algo clave para que este libro
funcione: transmite entusiasmos y complicidades. Esa capacidad de empapar las
páginas con su frenesí algo angurriento y, de paso, dejar bien establecidas sus
opciones y su poética, es lo que permite llegar hasta el final del libro.
Por
supuesto, entre tanto entusiasmo desbocado, hay más de algo rescatable. Uno de
los pasajes más interesantes es cuando Fuguet se sumerge en el análisis de la
narrativa chilena y pega algunos carpetazos logrados, como cuando suscribe la
afirmación del escritor Álvaro Bisama, quien dijo que la narrativa local se ha
vuelto autocomplaciente. Pero no pasa mucho tiempo y el autor descubre la
pólvora al señalar, por ejemplo, que los escritores debiesen leer más. Poco más
allá cuaja ese desdén contenido que le tiene a los críticos, achacándoles
tareas que corresponden más bien a observatorios del libro o iniciativas de
fomento lector: “En vez de fijarse en los autores, la prensa y la crítica
podrían fijarse en los lectores. ¿Cuántos existen? ¿Cómo son? ¿Han mutado? ¿Son
fieles o cambiantes? ¿Novatos o expertos? ¿Han aumentado o disminuido? ¿Cambiará
todo Harry Potter? ¿Por qué un lector compra un libro y luego no lo lee? ¿O por
qué un lector que leyó un libro y acaso lo transformó en un éxito de ventas, se
desistió de leer el próximo libro del autor?”.
Rebobinando,
la sección que se despega más es la primera, que agrupa crónicas de viajes, de
habitaciones de hotel, de pueblos improbables, de perderse en las metrópolis. Historias
con muchas menos arbitrariedades. Como sea, cuando habla de libros, películas o
de su tío perdido, Fuguet lo hace sin temor al riesgo, con pachorra (que llega
a ser tirria, como cuando revienta al cineasta Lars von Trier) y con un arrebatado
deseo de compartir con el lector una película le voló la cabeza, un escritor lo
dejó para dentro, o cómo una calle se transformó en una revelación cercana al
éxtasis. Queda a quien lee concordar o disentir, pues Alberto Fuguet no se ha
guardado nada y muere con la suya, por muy descaminada que esté.
Alberto
Fuguet
Apuntes autistas
Alfaguara,
Santiago, 2013, 374 págs.
*Reseña publicada: http://bit.ly/ApuntesAutistas