viernes, 28 de febrero de 2014

El dios del horror



En noviembre de 2012 Ramón Castillo Gaete, líder de una secta y autodenominado Antares de la Luz, echaba a las llamas de una hoguera a su hijo de un par de días de vida, con el pretexto de que el lactante era el anticristo, perpetrando uno de los infanticidios más espantosos que recuerde Chile. El caso de Antares de la Luz y la secta de Colliguay excitó el morbo de los chilenos desde que el crimen cometido por Castillo Gaete se hizo conocido por la opinión pública, el 25 de abril del año pasado. ¿Qué llevó a este clarinetista, sanador astral, conectado con la espiritualidad a transformarse en un asesino despiadado?, ¿por qué un grupo de jóvenes siguieron ciegamente a este personaje, acataron sus órdenes, por locas que fueran, y seguían creyendo en él aún después de matar a una guagua?
La respuesta a estas y otras interrogantes quiso encontrar la periodista Verónica Foxley, quien durante cinco meses se sumergió en esta tenebrosa historia, desentrañó sus detalles, muchas veces trastornados y horripilantes, y redactó esta investigación periodística novelada, que abarca desde los años de crecimiento y formación de Ramón Castillo Gaete, su currículum musical (compartió escenario con el ex Inti Illimani Max Berrú), su adicción a la ayahuasca, el régimen sexual que Antares sometió a las mujeres del grupo, hasta su suicidio en Perú. Verónica Foxley es exhaustiva al construir el relato de quienes componían  la secta de Colliguay, a partir de entrevistas con más de 60 fuentes, incluyendo miembros de la propia secta.
El libro arranca con el escape de “Ana”, una joven miembro del séquito de Antares, decide, en septiembre del 2012, ir a una comisaría y estampar la primera denuncia en contra de Castillo Gaete, buscando con desesperación alertar a las autoridades de las posibles atrocidades que el gurú podría cometer. Todo en vano, lamentablemente, puesto que nada frenó los acontecimientos que ocurrirían en el seno de un grupo que se preparaba para el fin del mundo, que ocurriría el 21 de diciembre de 2012.
A medida que la crónica de Verónica Foxley se desenvuelve, a las naturales preguntas de por qué Castillo Gaete hizo lo que hizo, también quien lee se puede cuestionar cómo jóvenes educados, profesionales, en apariencia difíciles de embaucar, se dejaron engatusar por Antares de la Luz “el paralelo de Obama, de Shakira (en su lado femenino), de Luis Alberto Spinetta, de Maradona”, quien construyó su verdad revelada a partir de referencias tan chabacanas como la película Matrix, las series de televisión 24, Dr. House, Dragon Ball Z, además de ser el paralelo astral de seres tan conectados con las estrellas como Chayanne y Bruce Lee.
Una de las virtudes de Cinco gotas de sangre (título basado en la cantidad de sangre que le extrajeron al malogrado lactante Jesús Guerra en un examen médico) la autora configura una crónica que hace foco en el lado humano y sufrido de sus participantes, las historias de tribulación de los miembros de este grupo, su casi invariablemente insólito aguante ante un líder que no dudaba en explotarlos para obtener dinero mientras él dormía o veía televisión, violar a las mujeres de la secta porque le venía en gana, o agarrarlos a palos si desobedecían alguna orden. El trabajo periodístico de Verónica Foxley salva todos estos detalles, otorgándole densidad a una de los más siniestros crímenes que hayan sacudido a la opinión pública nacional.

Verónica Foxley

Cinco gotas de sangre. La historia íntima de Antares de la Luz y la secta de Colliguay

Catalonia, Santiago, 2013, 229 págs.

*Reseña publicada: http://bit.ly/LUNAntares

viernes, 14 de febrero de 2014

El malambo de los que sobran



Hace un par de años, la periodista argentina Leila Guerriero emprendió un viaje al profundo interior argentino, guiada por un colorido recorte de prensa que retrataba a los participantes del Festival Nacional de Malambo, que se lleva a cabo anualmente en el pueblo de Laborde, de esta manera: “Los campeones caminan por las calles de Laborde con el respeto que despertaban los héroes deportivos de la antigua Grecia”. La exuberante nota bastó para excitar el olfato de Guerriero, quien decidió apersonarse en el concurso, aprehender todo lo que fuera posible y luego, transformarlo en libro.
            Una historia sencilla es el resultado de ese reporteo en terreno, donde la reportera tomó en cuenta más de un tema para dar sustancia a su relato. De esta forma Guerriero no sólo se fija en el certamen folclórico, sino que decide describir con pelos y señales la vida y las circunstancias de una decena de participantes, todos sacrificados, todos pertenecientes a una clase social esforzada y humilde. Es en este punto en que la historia del libro deja de ser sencilla, puesto que la periodista abandona el malambo (tema que, en realidad, genera bien poco interés) y transforma su crónica en un inventario de situaciones de pobreza, de asesinatos en villas miseria, de gente que no tiene para comer porque prefiere comprarse un mueble y un equipo de música, como le sucedió a Rodolfo González Alcántara, bailarín de malambo y héroe de la crónica. La radiografía social se condimenta con la pluma empalagosa de la autora: “Él era el campo, era la tierra seca, era el horizonte tenso de la pampa, era el olor de los caballos, era el sonido del cielo del verano, era el zumbido de la soledad, era la furia, era la enfermedad y era la soledad. Era el cuchillo y era el tajo. Era el caníbal. Era una condena. Al terminar golpeó la madera con la fuerza de un monstruo y se quedó allí, mirando a través del aire hojaldrado de la noche”.
            Contraviniendo la esperable distancia que el periodismo exige a quienes reportan una historia, Leila Guerriero se transforma en un personaje más del libro, intercalando tribulaciones y preguntas llorosas que no vienen mucho a cuento: “¿Nos interesa leer historias de gente como Rodolfo? ¿Gente que cree que la familia es algo bueno, que la bondad y Dios existen? ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria extrema, cuando no rima con violencia, cuando está exenta de la brutalidad con que nos gusta verla –leerla- revestida?”. Hacia el final Guerriero, ya parte del team González Alcántara, exclama: “Mientras camino hacia el auto me siento tocada por algo parecido al privilegio: lo llevaré yo: Yo”.
            En la contratapa del libro figura una cuña de Mario Vargas Llosa, quien señala: “El periodismo que practica Leila Guerriero es de los mejores redactores de The New Yorker”, bastante razón tiene el Nobel peruano, puesto que el reportaje que se despliega en Una historia sencilla es tan lento, afectado y por las ramas como el que se practica en aquella revista estadounidense. Sólo en las páginas finales la historia vuelve al cauce natural –el concurso- y adquiere velocidad, con la consagración de González Alcántara como campeón del festival.
            Una historia sencilla deja en evidencia que Leila Guerriero funciona mucho mejor en dosis bajas, en perfiles o crónicas con duración acotada, en las que las posibilidades de emborracharle la perdiz al lector queden reducidas, en lo posible, a cero.


Leila Guerriero
Una historia sencilla
Anagrama, Barcelona, 2013, 146 págs.

martes, 11 de febrero de 2014

El fracaso de la paz



Hace un siglo Europa era un polvorín a punto de estallar. Este año se conmemora un siglo de aquel estallido que reconfiguró para siempre la historia del mundo. Los europeos esperaban una guerra cortita. Algunas semanas y listo. Lo cierto es que la carnicería de la Primera Guerra Mundial se prolongó por cuatro años. Fue un  momento en el que la historia se abisagró, qué duda cabe, pero el libro 1914. De la paz a la guerra, obra de la historiadora y académica canadiense Margaret MacMillan nos ilustra todo lo que antecedió a la Gran Guerra, pero sin la enumeración de manual de las causas de un conflicto, sino con las historias que desembocaron en el conflicto, historias en las que, sorprendentemente, la paz se procuró en muchísimas ocasiones, hasta que simplemente no se pudo más.
            Este voluminoso libro rastrea los caminos que condujeron a la guerra desde el punto de vista de los protagonistas, las potencias y sus gobernantes, y los momentos en los cuales estas personalidades tuvieron las opciones de torcerle la mano al destino. De esta forma es posible concluir que la Gran Guerra no fue, en ningún caso, obra de un hado oscuro. La guerra fue una opción.
            Margaret MacMillan construye un relato informado, ágil y de una novelesca capacidad evocativa (el panorama que pinta MacMillan de la vida europea a principios del siglo XX casi no tiene desperdicio), donde la autora mezcla acertadamente todo su bagaje investigativo (fundado esencialmente en revisión de biografías, memorias y otros documentos), además de incluir una perspectiva personal, al ser ella nieta del ex primer ministro inglés David Lloyd George, así como el rescate de una dimensión cultural. De esta forma, la autora revisa, sin ser pastosa ni densa, diversos episodios de la diplomacia europea a partir de 1900: guerras intestinas (los Balcanes), tratados, alianzas entonces insólitas (como la llamada entente cordiale entre británicos y franceses), crisis internas, revoluciones en ciernes, entre otras. Pero al centro del escenario salta la rivalidad enconada entre Alemania y Gran Bretaña, donde la primera era gobernaba por, en buenas cuentas, un cabro chico llamado Guillermo II. Aprovechando que el manoseo de nalgas por parte de autoridades vuelve a estar en boga en Chile, el káiser, harto bueno para la chacota, hizo enfurecer al rey de Bulgaria luego de pegarle una palmada en el traste. En todas partes su cuecen habas, como se ve.
            El 28 de junio de 1914, Gavrilo Princip asesinó al archiduque austrohúngaro Francisco Fernando. Ése es el hecho que todos alguna vez aprendimos como la causa de la guerra, el casus belli, si hay que recurrir al latinazgo. 65 millones de personas sirvieron en alguno de los ejércitos movilizados, 9 millones murieron y 20 millones fueron heridos, países como Serbia perdieron el 15% de su población. Ese fue el saldo pero, ¿qué ocasionó todo esto?, ¿quién fue el culpable?, ¿Alemania?, ¿la carrera imperialista?, ¿los contactos entre países de un continente plagado de cortocircuitos?, ¿el proceso en el que los principales países del globo se armaron hasta los dientes? Todo puede ser. Lo que resalta en el completo recuento que hace Margaret MacMillan de los caminos que llevaron al conflicto y de los temperamentos de los protagonistas de la época, es que la paz, que se había mantenido en una Europa que florecía bajo la luz de la próspera industrialización, se hizo trizas por completo, cambiando la historia para siempre.
           

Margaret MacMillan
1914. De la paz a la guerra
Turner, Madrid, 2013, 847 págs.