Hace
un siglo Europa era un polvorín a punto de estallar. Este año se conmemora un
siglo de aquel estallido que reconfiguró para siempre la historia del mundo.
Los europeos esperaban una guerra cortita. Algunas semanas y listo. Lo cierto
es que la carnicería de la Primera Guerra Mundial se prolongó por cuatro años.
Fue un momento en el que la historia se
abisagró, qué duda cabe, pero el libro 1914.
De la paz a la guerra, obra de la historiadora y académica canadiense
Margaret MacMillan nos ilustra todo lo que antecedió a la Gran Guerra, pero sin
la enumeración de manual de las causas de un conflicto, sino con las historias
que desembocaron en el conflicto, historias en las que, sorprendentemente, la
paz se procuró en muchísimas ocasiones, hasta que simplemente no se pudo más.
Este voluminoso libro rastrea los
caminos que condujeron a la guerra desde el punto de vista de los
protagonistas, las potencias y sus gobernantes, y los momentos en los cuales
estas personalidades tuvieron las opciones de torcerle la mano al destino. De
esta forma es posible concluir que la Gran Guerra no fue, en ningún caso, obra
de un hado oscuro. La guerra fue una opción.
Margaret MacMillan construye un
relato informado, ágil y de una novelesca capacidad evocativa (el panorama que
pinta MacMillan de la vida europea a principios del siglo XX casi no tiene
desperdicio), donde la autora mezcla acertadamente todo su bagaje investigativo
(fundado esencialmente en revisión de biografías, memorias y otros documentos),
además de incluir una perspectiva personal, al ser ella nieta del ex primer
ministro inglés David Lloyd George, así como el rescate de una dimensión
cultural. De esta forma, la autora revisa, sin ser pastosa ni densa, diversos
episodios de la diplomacia europea a partir de 1900: guerras intestinas (los
Balcanes), tratados, alianzas entonces insólitas (como la llamada entente
cordiale entre británicos y franceses), crisis internas, revoluciones en
ciernes, entre otras. Pero al centro del escenario salta la rivalidad enconada
entre Alemania y Gran Bretaña, donde la primera era gobernaba por, en buenas
cuentas, un cabro chico llamado Guillermo II. Aprovechando que el manoseo de
nalgas por parte de autoridades vuelve a estar en boga en Chile, el káiser, harto
bueno para la chacota, hizo enfurecer al rey de Bulgaria luego de pegarle una
palmada en el traste. En todas partes su cuecen habas, como se ve.
El 28 de junio de 1914, Gavrilo
Princip asesinó al archiduque austrohúngaro Francisco Fernando. Ése es el hecho
que todos alguna vez aprendimos como la causa de la guerra, el casus belli, si hay que recurrir al
latinazgo. 65 millones de personas sirvieron en alguno de los ejércitos
movilizados, 9 millones murieron y 20 millones fueron heridos, países como
Serbia perdieron el 15% de su población. Ese fue el saldo pero, ¿qué ocasionó
todo esto?, ¿quién fue el culpable?, ¿Alemania?, ¿la carrera imperialista?,
¿los contactos entre países de un continente plagado de cortocircuitos?, ¿el
proceso en el que los principales países del globo se armaron hasta los
dientes? Todo puede ser. Lo que resalta en el completo recuento que hace
Margaret MacMillan de los caminos que llevaron al conflicto y de los
temperamentos de los protagonistas de la época, es que la paz, que se había
mantenido en una Europa que florecía bajo la luz de la próspera
industrialización, se hizo trizas por completo, cambiando la historia para
siempre.
Margaret
MacMillan
1914.
De la paz a la guerra
Turner,
Madrid, 2013, 847 págs.
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