viernes, 14 de febrero de 2014

El malambo de los que sobran



Hace un par de años, la periodista argentina Leila Guerriero emprendió un viaje al profundo interior argentino, guiada por un colorido recorte de prensa que retrataba a los participantes del Festival Nacional de Malambo, que se lleva a cabo anualmente en el pueblo de Laborde, de esta manera: “Los campeones caminan por las calles de Laborde con el respeto que despertaban los héroes deportivos de la antigua Grecia”. La exuberante nota bastó para excitar el olfato de Guerriero, quien decidió apersonarse en el concurso, aprehender todo lo que fuera posible y luego, transformarlo en libro.
            Una historia sencilla es el resultado de ese reporteo en terreno, donde la reportera tomó en cuenta más de un tema para dar sustancia a su relato. De esta forma Guerriero no sólo se fija en el certamen folclórico, sino que decide describir con pelos y señales la vida y las circunstancias de una decena de participantes, todos sacrificados, todos pertenecientes a una clase social esforzada y humilde. Es en este punto en que la historia del libro deja de ser sencilla, puesto que la periodista abandona el malambo (tema que, en realidad, genera bien poco interés) y transforma su crónica en un inventario de situaciones de pobreza, de asesinatos en villas miseria, de gente que no tiene para comer porque prefiere comprarse un mueble y un equipo de música, como le sucedió a Rodolfo González Alcántara, bailarín de malambo y héroe de la crónica. La radiografía social se condimenta con la pluma empalagosa de la autora: “Él era el campo, era la tierra seca, era el horizonte tenso de la pampa, era el olor de los caballos, era el sonido del cielo del verano, era el zumbido de la soledad, era la furia, era la enfermedad y era la soledad. Era el cuchillo y era el tajo. Era el caníbal. Era una condena. Al terminar golpeó la madera con la fuerza de un monstruo y se quedó allí, mirando a través del aire hojaldrado de la noche”.
            Contraviniendo la esperable distancia que el periodismo exige a quienes reportan una historia, Leila Guerriero se transforma en un personaje más del libro, intercalando tribulaciones y preguntas llorosas que no vienen mucho a cuento: “¿Nos interesa leer historias de gente como Rodolfo? ¿Gente que cree que la familia es algo bueno, que la bondad y Dios existen? ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria extrema, cuando no rima con violencia, cuando está exenta de la brutalidad con que nos gusta verla –leerla- revestida?”. Hacia el final Guerriero, ya parte del team González Alcántara, exclama: “Mientras camino hacia el auto me siento tocada por algo parecido al privilegio: lo llevaré yo: Yo”.
            En la contratapa del libro figura una cuña de Mario Vargas Llosa, quien señala: “El periodismo que practica Leila Guerriero es de los mejores redactores de The New Yorker”, bastante razón tiene el Nobel peruano, puesto que el reportaje que se despliega en Una historia sencilla es tan lento, afectado y por las ramas como el que se practica en aquella revista estadounidense. Sólo en las páginas finales la historia vuelve al cauce natural –el concurso- y adquiere velocidad, con la consagración de González Alcántara como campeón del festival.
            Una historia sencilla deja en evidencia que Leila Guerriero funciona mucho mejor en dosis bajas, en perfiles o crónicas con duración acotada, en las que las posibilidades de emborracharle la perdiz al lector queden reducidas, en lo posible, a cero.


Leila Guerriero
Una historia sencilla
Anagrama, Barcelona, 2013, 146 págs.

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