viernes, 1 de agosto de 2014

Descaseteando a Parra


En cosa de una década ha cambiado la mirada sobre Nicanor Parra Sandoval. En 2004, cuando volvió a las pistas editoriales con Lear Rey & Mendigo era un rockstar, pero diez años más tarde, en la víspera de su cumpleaños número cien que se festejará en septiembre, es visto con cierta sospecha, especialmente por poetas jóvenes. Tal vez ha sido una saturación de Parra lo que ha suscitado este recelo, o quizás una sobreexposición de su nombre, que se ha usado, entre otros menesteres, para bautizar la onerosa biblioteca de una universidad privada, en tiempos en que el mantra que se recita a grito pelado en las calles es “fin al lucro”.
En fin, el año en curso manda que el mercado editorial local se ponga a tono con el centenario cumpleaños de Parra, como corresponde, sin más. En ese orden de cosas, las ediciones UDP (también dependiente de la casa de estudios propietaria de la antedicha biblioteca) ponen en circulación Conversaciones con Nicanor Parra, reedición del libro de 1991, en el que el académico Leonidas Morales dialogó con el antipoeta, que por entonces le sacaba brillo a la medallita del Premio Juan Rulfo, recién obtenida.
El libro se divide en dos grandes partes. En la primera, que recoge conversaciones realizadas en mayo de 1970, Parra cuenta desde sus años infantiles, pasando por su cocina poética (en la que Kafka, Whitman fueron ingredientes importantes) y su consagración con los Artefactos y con Poemas y antipoemas. Aquí el descaseteo que Morales hace de su distendida charla con Parra revela sazonados episodios, como que el primer sueldo de Parra como poeta consistió en un montón de discos viejos de victrola, y que en algún momento de su juventud estaba férreamente decidido a ir a Santiago para convertirse en carabinero, hasta que se cruzó en su camino la Antología de poesía chilena nueva, de Anguita y Teitelboim. Antes Parra habló de su infancia, llena de culpa y de carencias, con un padre borracho y ausente al que un adolescente Nicanor le llamó la atención por su desastrosa forma de conducir a la familia. Pero también se lee que la niñez del antipoeta –donde aprendió a leer leyendo los diarios usados como papel mural- fue pletórica de felicidad gracias a la pícara madre del clan, quien, cuando las monedas faltaban y era necesario para la olla, les birlaba bistecs a unos carniceros chinos, mediante un elaborado timo.
En tanto, la segunda parte del libro incluye conversaciones grabadas en 1989 y 1990. Chile es otro, se ha vivido la brutal derrota de la Unidad Popular y se está recién saliendo del horror dictactorial. El libro transita de la festejada y sencilla infancia y de los fructíferos años iniciales de la antipoesía, a la oscuridad que encarnan Violeta Parra y las circunstancias que desembocaron en su suicidio en 1967. Acá también se revela un a suerte de comunicación sin palabras “a través de la mirada; a través del tono de voz, a través de la expresión corporal. Éramos prácticamente una sola persona. Bastaba que yo estudiara algo para que eso automáticamente pasara a propiedad de ella, sin necesidad de que yo se lo mencionara”. El cierre del libro es algo tremebundo, pues Nicanor Parra menciona, como si nada, que él podría haber evitado el suicidio de Violeta, y narra con pelos y señales ese día fatal, que dejó una carta, una misiva terrible, en la que la folclorista dispara munición gruesa a moros y cristianos. Ni la familia se salva, excepto Nicanor, e incluye referencias “a Frei, a Fidel, a Hitler”, carta cuyo contenido aún es desconocido, y pareciera que no tiene para cuándo saberse.


Leonidas Morales
Conversaciones con Nicanor Parra
Ediciones UDP, Santiago, 2014, 156 págs.

*Reseña publicada: http://bit.ly/LeonidasLUN

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