En cosa de una
década ha cambiado la mirada sobre Nicanor Parra Sandoval. En 2004, cuando
volvió a las pistas editoriales con Lear
Rey & Mendigo era un rockstar,
pero diez años más tarde, en la víspera de su cumpleaños número cien que se
festejará en septiembre, es visto con cierta sospecha, especialmente por poetas
jóvenes. Tal vez ha sido una saturación de Parra lo que ha suscitado este
recelo, o quizás una sobreexposición de su nombre, que se ha usado, entre otros
menesteres, para bautizar la onerosa biblioteca de una universidad privada, en
tiempos en que el mantra que se recita a grito pelado en las calles es “fin al
lucro”.
En fin, el año
en curso manda que el mercado editorial local se ponga a tono con el centenario
cumpleaños de Parra, como corresponde, sin más. En ese orden de cosas, las
ediciones UDP (también dependiente de la casa de estudios propietaria de la
antedicha biblioteca) ponen en circulación Conversaciones
con Nicanor Parra, reedición del libro de 1991, en el que el académico Leonidas
Morales dialogó con el antipoeta, que por entonces le sacaba brillo a la
medallita del Premio Juan Rulfo, recién obtenida.
El libro se
divide en dos grandes partes. En la primera, que recoge conversaciones
realizadas en mayo de 1970, Parra cuenta desde sus años infantiles, pasando por
su cocina poética (en la que Kafka, Whitman fueron ingredientes importantes) y
su consagración con los Artefactos y
con Poemas y antipoemas. Aquí el
descaseteo que Morales hace de su distendida charla con Parra revela sazonados
episodios, como que el primer sueldo de Parra como poeta consistió en un montón
de discos viejos de victrola, y que en algún momento de su juventud estaba
férreamente decidido a ir a Santiago para convertirse en carabinero, hasta que
se cruzó en su camino la Antología de
poesía chilena nueva, de Anguita y Teitelboim. Antes Parra habló de su
infancia, llena de culpa y de carencias, con un padre borracho y ausente al que
un adolescente Nicanor le llamó la atención por su desastrosa forma de conducir
a la familia. Pero también se lee que la niñez del antipoeta –donde aprendió a
leer leyendo los diarios usados como papel mural- fue pletórica de felicidad
gracias a la pícara madre del clan, quien, cuando las monedas faltaban y era
necesario para la olla, les birlaba bistecs a unos carniceros chinos, mediante
un elaborado timo.
En tanto, la
segunda parte del libro incluye conversaciones grabadas en 1989 y 1990. Chile
es otro, se ha vivido la brutal derrota de la Unidad Popular y se está recién
saliendo del horror dictactorial. El libro transita de la festejada y sencilla
infancia y de los fructíferos años iniciales de la antipoesía, a la oscuridad
que encarnan Violeta Parra y las circunstancias que desembocaron en su suicidio
en 1967. Acá también se revela un a suerte de comunicación sin palabras “a
través de la mirada; a través del tono de voz, a través de la expresión
corporal. Éramos prácticamente una sola persona. Bastaba que yo estudiara algo
para que eso automáticamente pasara a propiedad de ella, sin necesidad de que
yo se lo mencionara”. El cierre del libro es algo tremebundo, pues Nicanor
Parra menciona, como si nada, que él podría haber evitado el suicidio de
Violeta, y narra con pelos y señales ese día fatal, que dejó una carta, una
misiva terrible, en la que la folclorista dispara munición gruesa a moros y
cristianos. Ni la familia se salva, excepto Nicanor, e incluye referencias “a
Frei, a Fidel, a Hitler”, carta cuyo contenido aún es desconocido, y pareciera
que no tiene para cuándo saberse.
Leonidas Morales
Conversaciones
con Nicanor Parra
Ediciones UDP, Santiago, 2014, 156 págs.
*Reseña publicada: http://bit.ly/LeonidasLUN
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