“Quiero
contarles mi historia por el valor aleccionador que ella encierra y para
demostrar que una víctima de abuso sexual puede sobrevivir a él y aprender de
la experiencia para su propio crecimiento”, ésta es una de las frases con las
cuales el periodista Juan Carlos Cruz abre su libro El fin de la inocencia. Mi testimonio, en el que narra los abusos
que sufrió por años de parte del sacerdote Fernando Karadima en la parroquia de
El Bosque, el sistemático encubrimiento que estos delitos tuvieron en el seno
de la iglesia católica chilena y cómo Karadima construyó una red que lo
convirtió en un intocable en el mundo católico y a nivel político, que además amasó
una jugosa fortuna, gracias a las generosas donaciones que recibía en la
parroquia de El Bosque, que contaba con acaudalados feligreses como Eliodoro
Matte.
El
libro tiene un origen terapéutico, puesto que, como ha contado su autor, la
redacción de este testimonio fue un ejercicio que Cruz practicó con su psicólogo
en Estados Unidos, de ahí que el texto sea una traducción del inglés a cargo
del escritor Jaime Collyer. Cruz arranca recordando su niñez acomodada donde la
máxima tragedia fue el tener que huir de Chile junto a su familia, nada más se
dio la victoria de la Unidad Popular. Tras algunos años en España, el pequeño
Juan Carlos regresó a Chile y sufrió algunos años después la debacle de la muerte
de su padre. Este triste revés, unido a su devoción católica llevaron a Cruz a buscar
consuelo y respuestas en la parroquia de El Bosque. Ahí encontró a un
deslumbrante y sagrado Karadima, quien lo tomó bajo su protección. Para Juan
Carlos Cruz fue un honor ser cobijado por el sacerdote, pero eran los primeros
días de una larga temporada en el infierno.
De
esta forma Cruz, un joven pío que irá descubriendo su homosexualidad al mismo
tiempo que crece su vocación por convertirse en sacerdote, se cobijó en
Karadima: “Abrí mi corazón y mi alma a este cura, compartiendo una parte de mí
que hasta allí me había reservado sólo para Dios”. Karadima aprovechó la
mansedumbre del muchacho, y lo transformó en su secretario, e incluso su mucamo.
En las páginas siguientes el autor delinea el personaje de Karadima con una
precisión que hace difícil no comparar la vida en la iglesia de El Bosque y al
propio Karadima, con la secta de Colliguay y Ramón Castillo Gaete, “Antares de
la luz”. Existen acá la misma adoración ciega, la misma
devoción hechizada e irracional a un iluminado,
cuyas enfermedades no tenían más explicación que el influjo de satanás. Cruz
también detalla la forma en que Karadima armó una red de influencias y de
convenientes alianzas, que en los ochenta alcanzó hasta el propio Augusto
Pinochet, de quien el cura era adorador. De ahí también que personalidades
eclesiásticas como Raúl Silva Henríquez y la Vicaría de la Solidaridad le
generaran repulsión a Karadima, un amante de los gadgets, según el autor.
Un
rasgo que llama la atención de Cruz es cierta pertinaz ingenuidad, al creer que
Fernando Karadima recibiría su merecido en el seno de la Iglesia, lo que
retrasó el que él, James Hamilton y José Andrés Murillo recurrieran a los
tribunales. Hacia el final del libro se testifica la inútil búsqueda de
justicia en la propia Iglesia, donde Francisco Javier Errázuriz y Ricardo
Ezzati figuran como prominentes encubridores y a Andrés Arteaga, obispo
auxiliar de Santiago, como el delfín de la perversidad de Karadima, cuya
apacible actualidad en un convento donde celebra misa, hacen que El fin de la inocencia sea, además de
una historia insoslayable, enojosamente inconclusa.
Juan Carlos Cruz
El
fin de la inocencia. Mi testimonio
Debate, Santiago,
2014, 243 págs.
*Reseña publicada: http://bit.ly/CruzLUN
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