Son días
presuntamente agitados para el escritor Roberto Merino. Si bien no es posible
afirmar del todo si son días de sexo y drogas, sí son de rock and roll. Aparte de cultivar una muy celebrada faceta de rockstar con su hijo quinceañero en la
banda Ya se fueron, Merino vuelve a las librerías con Pista resbaladiza, título de su espacio en prensa y del volumen que
recopila las mejores columnas que el cronista publicó en este diario en la
última década. Este libro se hermana con el publicado el año pasado, Todo Santiago, cuya edición también
estuvo a cargo de Andrés Braithwaite. Si en el libro santiaguino la tónica era
la mirada que Merino tenía de la ciudad y sus recovecos y memorias, en esta
pasada la mirada se torna hacia dentro, hacia los callejones y plazoletas de la
interioridad del cronista.
Así
las cosas, es tentador apuntar que Pista
resbaladiza funciona como una autobiografía involuntaria de Merino, aunque
estancarse en ese rótulo es, a todas luces, insuficiente. Más que contar su
vida, Merino hace lo que suele hacer, conjugar felizmente los talentos más
conocidos del autor: un ojo privilegiado y analítico, su pluma elegante como la
más, su memoria de elefante sentimental y su humor, un balanceo casi perfecto
entre la sofisticación y la perspicacia.
El
avance de las páginas de Pista
resbaladiza va desnudando, desde luego, una intimidad, al tiempo que Merino
comparte impresiones que son planteadas con tal agudeza y sentido de la
ubicación, que es sencillo identificarse o al menos disfrutar de ángulos
ignorados de las cosas que vemos a diario, “Con la palabra ‘estar’ quería dar a
entender la necesidad de establecer aproximadamente el espacio de una
conciencia y de surfear con el yo por el desorden del mundo, lo que en la vida
diaria se traduce en cruzar del día hacia la noche sin novedades”. Más allá
resume: “Los días adquieren un vago color de sopa de sémola”.
En
diez años de columnas Merino toca una serie de temas, aún cuando este libro
tenga como filtro los textos que cuelguen de la intimidad del escritor. Merino
habla sobre las mujeres (“Las mujeres que amé ya no existen y me da la
impresión de que nunca existieron demasiado”), sobre el calor del verano, sobre
el miedo, sobre la nostalgia taxista de la dictadura, sobre el odio, de siestas
esenciales en los baños del trabajo, de fantasmas, de familias, de redes
sociales (“¿Por qué la gente tiene energía para comunicarse nimiedades todo el
día?”). Todo eso y más, al mismo tiempo que demuestra un asombro que nunca
transmuta en acritud, puesto que el autor deja en claro que nunca será un
pesimista ni menos un amargado. Igual en casi la totalidad de estos textos la
soledad logra colarse por alguna rendija. La intimidad del autor no es desgarro
ni un alarido histérico, aún cuando los recuerdos de Merino recalan siempre en
un momento en el que se planeaba un futuro completamente distinto, “Quería ver
llover tras los vidrios grasientos, criar un gato, tomar café de cocinilla y
llenar ceniceros. Suponía que de ese modo llegarían la poesía a mi mente y las
amantes a mi cama”.
Durante
una década, Roberto Merino ha redactado su yo y sus circunstancias, y se ha
visto a sí mismo encajar o sobrar en el paisaje cotidiano. Tal como Merino se
negó a ser turista en sus crónicas urbanas, en éstas, más suyas, rehúsa ser un
romántico relamido. El autor vive gozosamente en sus columnas, “Siento bullir
en mi alma, o donde sea, los tormentosos electrones de la vida, o, para decirlo
aun de peor forma, la imantada inanidad del tiempo”.
Roberto
Merino
Pista resbaladiza
Ediciones
UDP, Santiago, 2014, 273 págs.
*Reseña publicada: http://bit.ly/MerinoLUN