viernes, 26 de septiembre de 2014

Los electrones de la vida



Son días presuntamente agitados para el escritor Roberto Merino. Si bien no es posible afirmar del todo si son días de sexo y drogas, sí son de rock and roll. Aparte de cultivar una muy celebrada faceta de rockstar con su hijo quinceañero en la banda Ya se fueron, Merino vuelve a las librerías con Pista resbaladiza, título de su espacio en prensa y del volumen que recopila las mejores columnas que el cronista publicó en este diario en la última década. Este libro se hermana con el publicado el año pasado, Todo Santiago, cuya edición también estuvo a cargo de Andrés Braithwaite. Si en el libro santiaguino la tónica era la mirada que Merino tenía de la ciudad y sus recovecos y memorias, en esta pasada la mirada se torna hacia dentro, hacia los callejones y plazoletas de la interioridad del cronista.
Así las cosas, es tentador apuntar que Pista resbaladiza funciona como una autobiografía involuntaria de Merino, aunque estancarse en ese rótulo es, a todas luces, insuficiente. Más que contar su vida, Merino hace lo que suele hacer, conjugar felizmente los talentos más conocidos del autor: un ojo privilegiado y analítico, su pluma elegante como la más, su memoria de elefante sentimental y su humor, un balanceo casi perfecto entre la sofisticación y la perspicacia.
El avance de las páginas de Pista resbaladiza va desnudando, desde luego, una intimidad, al tiempo que Merino comparte impresiones que son planteadas con tal agudeza y sentido de la ubicación, que es sencillo identificarse o al menos disfrutar de ángulos ignorados de las cosas que vemos a diario, “Con la palabra ‘estar’ quería dar a entender la necesidad de establecer aproximadamente el espacio de una conciencia y de surfear con el yo por el desorden del mundo, lo que en la vida diaria se traduce en cruzar del día hacia la noche sin novedades”. Más allá resume: “Los días adquieren un vago color de sopa de sémola”.
En diez años de columnas Merino toca una serie de temas, aún cuando este libro tenga como filtro los textos que cuelguen de la intimidad del escritor. Merino habla sobre las mujeres (“Las mujeres que amé ya no existen y me da la impresión de que nunca existieron demasiado”), sobre el calor del verano, sobre el miedo, sobre la nostalgia taxista de la dictadura, sobre el odio, de siestas esenciales en los baños del trabajo, de fantasmas, de familias, de redes sociales (“¿Por qué la gente tiene energía para comunicarse nimiedades todo el día?”). Todo eso y más, al mismo tiempo que demuestra un asombro que nunca transmuta en acritud, puesto que el autor deja en claro que nunca será un pesimista ni menos un amargado. Igual en casi la totalidad de estos textos la soledad logra colarse por alguna rendija. La intimidad del autor no es desgarro ni un alarido histérico, aún cuando los recuerdos de Merino recalan siempre en un momento en el que se planeaba un futuro completamente distinto, “Quería ver llover tras los vidrios grasientos, criar un gato, tomar café de cocinilla y llenar ceniceros. Suponía que de ese modo llegarían la poesía a mi mente y las amantes a mi cama”.
Durante una década, Roberto Merino ha redactado su yo y sus circunstancias, y se ha visto a sí mismo encajar o sobrar en el paisaje cotidiano. Tal como Merino se negó a ser turista en sus crónicas urbanas, en éstas, más suyas, rehúsa ser un romántico relamido. El autor vive gozosamente en sus columnas, “Siento bullir en mi alma, o donde sea, los tormentosos electrones de la vida, o, para decirlo aun de peor forma, la imantada inanidad del tiempo”.                

Roberto Merino
Pista resbaladiza
Ediciones UDP, Santiago, 2014, 273 págs.

*Reseña publicada: http://bit.ly/MerinoLUN

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